Выбрать главу

– ¿Y el desierto de Irgul? -preguntó Silamo.

– En caso de necesidad se puede cruzar, claro está -dijo la joven de antes, una tal Ivana-; incluso hay rutas turísticas organizadas, pero para el tránsito comercial es inviable.

– Tal vez se debería pensar en la relación que tiene el estado presente de cosas con la evolución de las filosofías del bienestar -dijo Ígur, con ganas de comprometer ideológicamente al anfitrión.

– Desde hace más de trescientos años -dijo Erastre-, la justicia social se ha enterrado, según se nos continúa queriendo hacer creer, por razones prácticas, y sobre los escombros han aparecido formas más o menos selváticas y originales de ética personal, por decirlo de una forma que se entienda, pero con todas las reservas. Parece ser que entre las dos revoluciones, es decir a mediados del Siglo II, Bracaberbría como polis había llegado a construir una sociedad ideal, un mundo perfecto, no guerrero, no cerrado, no coercitivo, y las poblaciones vecinas, ya plenamente, o aún plenamente si se quiere expresar de forma optimista, delictivas y corruptas, ayudaban a mantenerla con un respeto extraño y un orgullo ajeno sobre el que se han construido muchas teorías: el pago de una deuda, expiación, cada cual que piense lo que quiera. Los fundamentalistas sostienen que se trataba de la preservación de un misterio, quizá incluso de amplia dimensión crematística: quien tiene todas las manzanas podridas, ¿qué no hará por conservar la sana? Todo el mundo había predicho que el paraíso estético, ético y espiritual de Bracaberbría se acabaría con una invasión exterior, quizá como última forma de esperanza, pero el gusano se formó dentro de la propia manzana sana, lo que permitió inferir que tal bondad no había sido más que una apariencia engañosa inventada y mantenida con oscuras finalidades; ¡pero de qué manera se lo habrían creído los que murieron serenos en la edad de oro de Bracaberbría!

– Lo cierto es que los signos de decadencia eran palpables para quien no se empeñara en cerrar los ojos a las evidencias -dijo el coronel Iazata-; cuando en una ciudad grande el puerto entra en quiebra, y el de Bracaberbría lo hizo en favor del de Eyrenodia, es un signo inequívoco, y viendo la experiencia de los dos Laberintos anteriores, que el de Eraji es una ruina arqueológica ajardinada y el de Perighart constituye los cimientos y las plantas bajas de media urbe, se podía haber hecho un esfuerzo para conservarlo.

– Esperemos -dijo Ígur, cada vez menos esperanzado de abandonar la reunión con conclusiones útiles y positivas para su empresa- que eso sirva para que al menos en la Falera no pase lo mismo.

– La Falera -dijo Erastre- tiene la ventaja de asentarse como un sandwich entre dos formaciones rocosas. Pero he oído decir -rió- que hay facciones opuestas en la propia Hegemonía que defienden diferentes proyectos de reutilización del Laberinto.

– ¿Ah sí? -dijo Ígur-. ¿Y cómo lo piensan reutilizar?

– Eso significa -dijo Ivana queriendo ser amable- que confían en que lo consigáis.

– No necesariamente nosotros -puntualizó Silamo.

– Pues ya te lo puedes imaginar -respondió a Ígur Erastre-; como Depósito de Reservas del Banco Imperial, que ahora ya no es el Banco Nemglour, o bien como Catedral Magna de la Apotropía de Juegos, como Prisión Terminal, como Granja Central del Departamento de Mecánica Genética.

– ¿Cuál es vuestro programa de actuación para la Entrada al Laberinto? -le preguntó Ivana a Silamo.

– No sé si sería peor eso que destruirlo -dijo Ígur.

– ¡Esos puritanos Astreos -dijo Erastre-, nunca se sabe qué harán! ¡Son capaces de meter el Mercado General de Abastos en el Laberinto! -Y todo el mundo se echó a reír.

– Estamos a la espera -dijo Silamo- de una Entrada técnica al Atrio; la resolución logística sigue su curso normal.

– Me gustaría poder ayudaros -intervino Iazata.

– ¿Creéis que Gorhgró seguirá el camino de Bracaberbría si no se consigue que el Laberinto sobreviva a la Entrada? -preguntó Ígur.

– ¡Quién sabe! -dijo Erastre-; en cualquier caso, el cuadro no es halagador: la Entrada inminente, los Astreos, la lucha por la sucesión y, sobre todo, la permanencia del conflicto, porque, a medida que Nemglour envejecía, el Hegémono le ganaba terreno a los Príncipes, y que ahora se tengan que enfrentar entre ellos no les favorecerá para recuperarlo, y todo eso entre treinta y cinco millones de habitantes. ¡No me extraña que el Emperador no quiera vivir allí! -Hubo risas.

– Debrel -explicó Silamo a Iazata y a Ivana- duda aún sobre qué Protocolo rige nuestro Laberinto; parece seguro, sin embargo, que la Puerta tiene un mecanismo fotosensible.

– En todo caso -dijo Ígur-, nadie discute que nada será lo mismo después del Ultimo Laberinto. En lo que respecta a Gorhgró, aunque el Emperador no viva allí, seguro que algún Jefe de peso tendrá que quedarse, si no cae el potencial humano.

– ¿Un mecanismo fotosensible? -dijo Iazata-; ¿artificial o solar?

– Mixto, imaginamos -dijo Silamo-. Tenemos un código estelar como primer paso de decodificaciones.

– Después del Laberinto, dudo que quieran vivir allí ni los Príncipes -dijo Erastre-. Posiblemente el mecanismo fotosensible de la Puerta de Entrada sea el último vestigio de los viejos tiempos, cuya desaparición acabará de impulsarlos a huir; me apostaría cualquier cosa a que si habéis obtenido un código de estrellas, la relación con la Puerta sea la clave de Entrada -rió-. Será decir bellamente adiós a toda una época.

– Tenía entendido -dijo Ígur- que esa época ya está liquidada, y quizá no tan bellamente.

– Así se puede considerar, en efecto, depende de cómo se mire. Los tiempos de las matemáticas como imagen tenían un nombre propio incomparable, las estrellas. Ése era el origen, una función casi física: la necesidad somática de ver el cielo, así como la función clorofílica de las plantas y la función astral del pensador nocturno. Y ése también es el origen de la paranoia colectiva de las ciudades, la carencia urbana del cielo, el olvido de las estrellas -Ígur se rió recordando que Guipria había dicho que Erastre era un determinista tecnológico; si Debrel le había enviado a visitarlo para ampliar el punto de vista del Laberinto, no se podía decir que no había tenido sentido del humor-; ése es -proseguía Erastre- el gran invento de la humanidad: ni la rueda ni el fuego, que con propiedad habría que llamar descubrimientos, sino la analogía como herramienta de conocimiento.

– Analogía que también reproduce su propia historia -dijo Iazata, y se rieron; viendo a Ígur interesado, Erastre se extendió.

– Los observadores, y hay opiniones diferentes acerca de hasta dónde de repente, hasta dónde a través de generaciones, se dan cuenta de la correspondencia temporal entre el clima, los ciclos agrícolas y biológicos en general, y los movimientos de los astros, a partir del recuento de los días, de la utilidad de las estrellas como calendario; en realidad, lo que acabo de decir es una redundancia incorrecta, un anacronismo lógico, porque la observación de los ciclos astrales es anterior al calendario, y en realidad constituye su raíz conceptual. La apreciación de lo menos mutable a escala humana, las estrellas, es la medida de lo más mutable (el clima y los seres vivos), y establece sobre la realidad una primera jerarquía de categorías. La analogía avanza a partir de una causalidad muy sencilla: sabiendo que cuando en la tierra pasa tal cosa, en el cielo, a tal hora de la noche, hay tales objetos, sabremos que cuando tales objetos, siguiendo su ciclo, se acerquen a esa posición, se repetirán esos sucesos en la tierra. Hay una primera ilusión: que los acontecimientos del cielo determinen los de la tierra, pero eso, claro, desaparece con el empirismo. En cualquier caso, el establecimiento de la relación, suponiendo que no haya sido cosa de muchas generaciones, o incluso siglos, debió ser un momento apasionante.