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– Quizá fuera el descubrimiento de un individuo -le interrumpió Ivana.

– Muy sentimental, amiga mía -dijo Erastre-, pero lo dudo. En cambio, sí me atrevería, como mínimo, a especular sobre la posibilidad, y hablo siempre en el terreno colectivo, de que ése sea el proceso consustancial a la construcción del sistema de conocimiento y de comunicación; de hecho, los residuos del origen son aún visibles en nuestra cultura.

– La cuna del lenguaje… -dijo Iazata con poco interés, medio pregunta, medio constatación.

– Y de la filosofía -dijo Erastre-. A partir de ese momento, el conocimiento se bifurca en dos grandes direcciones: una, de orden práctico, cultiva la técnica para establecer con la máxima precisión los movimientos del cielo, y hoy la llamamos astronomía; la otra, de orden supraestructural, intenta explicar la analogía hasta su razón fundamentaclass="underline" ése es el origen de la astrología, pauta, cuando se le añade la necesidad de situar la vida, del sentimiento mítico sagrado, y, ya de forma más distante, con las sistematizaciones formales y de poder, de las religiones en general.

– Si en origen -dijo Iazata-, astronomía y astrología son una sola ciencia, igual que química y alquimia, el proceso que conduce a la división actual no podemos contemplarlo con ojos inocentes, nunca podremos dejar de verlo desde la mediatización del resultado.

Erastre sonrió.

– El distanciamiento entre una cosa y otra lleva a pensar en un pasado de términos identificados, sí, pero es difícil establecer relaciones de dependencia histórica entre disciplinas científicas, artísticas y filosóficas. No deberíamos confundir la evolución de una disciplina, su buen funcionamiento como sistema, con su utilidad y, aún menos, con el grado de verdad que encierra para cada cual. El problema es la conciliación, o, si se quiere, reconciliación de las ramificaciones en una disciplina única que intente explicar el mundo, porque la relación que las distanciaba no pertenece a una causalidad razonablemente abarcable y, por lo tanto, es difícil de situar fuera del elemento más amplio, quizá las religiones, cuando no se dispone de más acuerdos racionales o lenguajes en común, pero tampoco se la puede tirar por la ventana, porque es lo que ha propiciado la aparición de la ciencia astronómica, es decir, de las matemáticas y la física, por más que en origen fueran subsidiarias de la astrológica, y la poesía, subsidiaria de la cual es la filosofía.

– ¿El advenimiento de la ciencia, es decir, el triunfo de la filosofía sobre la poesía, es un movimiento de lógica histórica? -dijo Silamo-; Debrel no lo ve como sustitución, ni como derrota de una cosa por la otra, ni tan sólo como alternativa estratificada en el aspecto de categorías.

– ¿Lo ve como las dos caras de una misma moneda, pues? -dijo Ivana.

– Suponiendo que la moneda sólo tenga dos caras -dijo Erastre-. La cuestión continúa siendo cómo ligar los dos grandes bloques de visión del mundo, hayan estado unidos o no en origen, y cómo situar en ellos la experiencia personal. El aprendizaje del recuerdo colectivo, desde luego, no puede lograrse si no es a través del recuerdo individual, que actúa por compensación: acumula en el plato de la balanza del conocimiento y la capacidad de expresar lo que vacía del plato del sentimiento y el deseo. El Anágnor Harsafes sostenía que el conocimiento colectivo sigue un camino parecido, y que en nuestra época estamos aproximadamente a una tercera parte del conjunto, pero ¡quién se atrevería a mantenerlo a ultranza! La sabiduría, eso sí es cierto, se adelanta al envejecimiento y aleja la muerte, a pesar de que hoy ya nadie se hace la ilusión de forzar la realidad con un concepto. ¿Cuál ha terminado por ser el instrumento que mejor se adapta a una visión utilitariamente simplificada del mundo? La cuantificación: estadística, probabilidad, la cuadriculación del mapa en términos identifícables como combinaciones cartesianas de otros más elementales, ¡ésa es la verdad en porcentajes! ¿De qué orden se puede esperar vivir, en tales condiciones? Aparte del fracaso al que la operación está condenada como sistema de pensamiento, pensad en los perjuicios en el ecosistema de la felicidad social, vital y espiritual que conlleva el intento.

– Un intento devastador, sin duda -dijo el coronel Iazata, pero parecía que no hubiera escuchado.

– Un intento que conduce, como toda moral, a un sistema encarnador, a una iconografía significante que en unas épocas eran los dioses, en otras el arte, en otras la glorificación de los avances de la industria; con nosotros son los Juegos. Naturalmente -miró a Ígur y Silamo con soberbia-, aquí no llega la magnificencia de la Apotropía, ni la iniciativa privada se puede permitir los espectáculos de Gorhgró o del Lago de Beomia, y eso significa que los jugadores han de usar la imaginación si no quieren acabar en las naves desiertas y medio en ruinas del antiguo Palacio General.

– Aún funcionan mil salas, y del orden de cien máquinas en cada sala -puntualizó Iazata-, lo que no significa gran cosa cuando el Palacio había llegado a tener cinco mil salas y trescientas máquinas en cada una.

– ¿No creéis que la causa del descenso se debe más a la reforma de los porcentajes? -preguntó Ivana, e Iazata se vio obligado a explicarle el caso a los forasteros.

– La principal modalidad de las tragaperras era la ruleta rusa, basada en la jugada tradicional; el cliente, en la variante punitiva, jugaba con cien créditos a un sexto de posibilidades de muerte frente a cinco sextos de premio de mil créditos; a cada punto de aumento de probabilidades, lo que sería el equivalente de las balas, aumentaba linealmente el importe de la jugada y el premio, es decir, con dos probabilidades de muerte contra cuatro, la jugada valía doscientos créditos y el premio dos mil, hasta que se objetó que en función de la metaposibilidad, los premios debían aumentar en proporción geométrica (incluso había un sector que propugnaba la exponencial), porque la metaposibilidad (en realidad deberíamos llamarla posibilidad real) de morir en el Juego no queda realmente explicitada en la constatación matemática de que cuatro sextos es el doble que dos sextos, sino que en un caso existen verdaderamente más posibilidades de morir que de ganar, y es por eso por lo que se decidió primar geométricamente los premios, manteniendo el aumento lineal de los costes. Pero resultó que las arcas del Palacio no eran suficientes para hacer frente a los pagos, a pesar de que las máquinas estaban, según se ha demostrado, trucadas, y las probabilidades de muerte eran mayores de las indicadas, ¿recordáis la cantidad de empleados que llegó a tener el servicio permanente de identificación y recogida de cadáveres?

– Desde luego -dijo Erastre-. Y el servicio se colapsaba cada sábado, cuando los recogedores morían en tropel en las máquinas tragaperras… les faltaba tiempo para ir a gastarse el sueldo.