Kit se congeló.
– ¿Qué estás diciendo, yanqui? ¿Qué quiere decir que eres mi tutor?
– Y yo que pensaba que no habría nada que pudiera sorprenderte.
– ¡Habla!
Ella pensó que había visto un destello de simpatía en sus ojos. Desapareció mientras le explicaba los detalles de la tutela y el hecho que también era el administrador de su fondo fiduciario.
Kit apenas se acordaba de la abuela que había guardado dinero para ella. El fondo fiduciario había sido un origen constante de resentimiento por parte de Rosemary, y había obligado en vano a Garrett a consultar a un abogado tras otro para romperlo. Aunque Kit sabía que debería estar agradecida a su abuela, el dinero era inútil. Ella lo necesitaba ahora no dentro de cinco años o cuándo se casara, algo que no ocurriría nunca.
– La tutela es una broma de Rosemary desde la tumba -concluyó Cain.
– Ese maldito abogado no me dijo nada sobre un tutor. No te creo.
– He visto los papeles personalmente. ¿Le permitiste tú que se explicara?
Con el corazón hundiéndose, ella recordó como le había echado de la casa justo después de hablarle de la herencia de Cain, aunque él había dicho que había mucho más.
– ¿Qué has querido decir antes cuando has dicho que sería temporal?
– ¿No pensarás que me voy a quedar contigo los próximos cinco años?, ¿verdad?
El Héroe de Missionery Ridge temblaba sólo ante la idea.
– Mañana por la mañana temprano parto hacía Carolina del Sur para intentar solucionar este lío. La señora Simmons cuidará de tí hasta que yo vuelva. No debería tardar más de tres o cuatro semanas.
Ella se colocó las manos unidas detrás de la espalda de modo que él no pudiera ver como le habían empezado a temblar.
– ¿Cómo piensas solucionar las cosas?
– Voy a tratar de conseguir otro tutor para tí.
Ella se clavó las uñas en las palmas aterrada por la respuesta a su siguiente pregunta, aunque ya la intuía.
– ¿Qué va a ocurrir… con Risen Glory?
Él estudió la puntera de su bota.
– Voy a venderla.
Algo parecido a un gruñido salió de la garganta de Kit.
– ¡No!
Él levantó la cabeza y la miró a los ojos.
– Lo siento Kit. Es lo mejor.
Kit oyó la nota de acero en su voz, y sintió que los últimos y frágiles restos del mundo que conocía se derrumbaban. Ni siquiera fue consciente cuando Cain abandonó la habitación.
Cain necesitaba prepararse para una partida con apuestas elevadas en uno de los comedores privados del Astor House. En su lugar miraba absorto por la ventana de su dormitorio. Ni siquiera la invitación de una famosa cantante de ópera a la que había visto la noche pasada le levantó el ánimo.
Todo parecía demasiado problemático.
Pensó en la tunanta de mirada violeta que estaba bajo su techo. Antes, en el momento que le había dicho que iba a vender Risen Glory, parecía abatida, como si la hubiera disparado.
Su reflexión fue interrumpida con el sonido de cristales rotos y el grito de su ama de llaves. Juró y salió al pasillo.
El cuarto de baño era un monstruoso desorden. Los cristales rotos estaban cerca de la tina de cobre, y la ropa estaba esparcida por todo el suelo. Un bote de polvos de talco se había desbordado y había manchado de blanco el friso oscuro de la pared. Sólo el agua de la tina parecía oro tranquilo, pálido a la luz de los mecheros de gas.
Kit se encaraba con la señora Simmons amenazándola con un espejo. Lo agarraba por el mango como un sable. La otra mano sujetaba una toalla alrededor de su cuerpo desnudo mientras señalaba con la cabeza la puerta a la desafortunada ama de llaves.
– ¡No voy a permitir que nadie me bañe! ¡Ya puede largarse de aquí!
– ¿Qué demonios pasa?
La señora Simmons lo agarró.
– ¡Esta locuela está tratando de matarme! ¡Me ha tirado una botella de witch hazel! Ha estado a punto de darme en la cabeza.
Se abanicó el rostro y gimió.
– Puedo sentir viniéndome un ataque de neuralgia.
– Vaya a acostarse, Edith.
Los ojos duros como el pedernal de Cain miraron a Kit.
– Yo tomaré el relevo.
El ama de llaves estaba demasiado alterada para protestar ante la inconveniencia de dejarlo solo con su pariente desnuda, y huyó escaleras abajo sin dejar de murmurar palabras como neuralgia y locuelas.
Pese a todo el envalentonamiento de Kit, podía ver que estaba asustada. Él se planteó ablandarse pero sabía que entonces no le estaría haciendo ningún favor.
El mundo era un lugar peligroso para las mujeres, pero era doblemente traidor para las chicas ingenuas que creían que eran tan duras como los hombres. Kit debía aprender cómo inclinarse o se rompería y ahora mismo él parecía ser el único que podía enseñarle esa lección.
Despacio él se desabrochó las mangas de la camisa y empezó a enrollárselas.
Kit miró aparecer los musculosos antebrazos bronceados, cuando se subió las mangas. Ella dio un paso hacía atrás, sin retirar los ojos de sus brazos.
– ¿Qué crees que estás haciendo?
– Te he ordenado bañarte.
Con la boca seca, ella retiró los ojos. Le costaba trabajo enfrentarse a Baron Cain cuando estaba completamente vestida. Ahora con sólo una toalla envuelta alrededor de su cuerpo, se dio cuenta que nunca se había sentido más vulnerable. Si él no le hubiera quitado la pistola, podría haberle disparado ahora sin pensarlo dos veces.
Ella se pasó la lengua por los labios.
– Tú… tú, ya estás marchándote.
Sus ojos la taladraron.
– Te he ordenado que te bañes, y eso es lo que vas a hacer.
Ella levantó el espejo de carey.
– No te acerques. Te lo advierto. Cuando le he lanzado esa botella a la señora Simmons, he fallado a propósito. ¡Pero ahora no lo voy a hacer!
– Es hora de que crezcas -dijo él demasiado suave.
Su corazón palpitaba.
– ¡Te lo repito, yanqui! No te acerques más.
– Ya tienes dieciocho años… lo bastante mayor para comportarte como una mujer. Una cosa es atacarme a mí, pero has atacado a una persona inocente que nunca te ha hecho daño.
– ¡Me quitó la ropa, cuando no me daba cuenta! Y… y después me ha arrastrado hasta aquí.
Kit todavía no se explicaba como había podido hacer eso la señora Simmons, pero después de anunciarle Cain que iba a vender Risen Glory, se había sentido entumecida. Sólo cuando la señora mayor le estaba diciendo que iba a tirar toda su ropa, Kit había vuelto en sí.
Él habló otra vez utilizando esa voz calmada que ella encontraba más espantosa que su rugido.
– Deberías haberlo hecho por tí misma. Pero ya que veo que no eres capaz, yo mismo te meteré en esa tina.
Ella tiró el espejo contra la pared como distracción y se lanzó por delante de él hacía la puerta.
Él la cogió antes de que ella hubiera dado tres pasos.
– Parece que no aprendes, ¿verdad?
– ¡Deja que me vaya!
Los cristales rotos crujieron bajo sus zapatos cuando la levantó en vilo y la dejó caer en la tina, con toalla y todo.
– Tú, bastardo inmundo…
Eso fue lo único que pudo decir antes de que él la cogiera por la coronilla y le metiera la cabeza en el agua.
Ella salió farfullando.
– Tú sucio…
De nuevo le metió la cabeza.
– Tú…
Y otra vez.
Kit no podía creerse lo que estaba ocurriendo. Él no la mantenía bajo el agua lo suficiente para que se ahogara, pero eso no importaba. Era la humillación. Y si no mantenía la boca cerrada, la sumergiría de nuevo. Le miró con ojos furiosos cuando salió, pero de alguna manera consiguió estarse callada.
– ¿Has tenido suficiente? – preguntó él apaciblemente.