El Reverendo Cogdell se giró hacia su esposa.
– Por favor siéntate, querida. Quizás puedas ayudarnos. El señor Cain se encuentra inmerso en un enorme dilema.
Ella hizo lo que su marido le pedía y escuchó mientras él perfilaba la conexión de Cain con Rosemary Weston y el hecho que él quería transferir la tutela de Kit. Cuando su marido terminó, ella negó con la cabeza.
– Siento mucho decirle que eso que usted pretende es imposible, señor Cain. Un gran número de familias de la zona hubieran estado encantadas de acoger a Katharine Louise durante sus años formativos. Pero ahora es demasiado tarde. Dios mío, tiene dieciocho años ya.
– Apenas una Matusalén -dijo Cain secamente.
– Las normas de comportamiento son distintas en Carolina del Sur de lo que lo son en el Norte -habló suavemente, pero con reproche-. Las jóvenes de buena familia aprenden desde la cuna las corteses tradiciones de una mujer sureña. Katharine no sólo no las ha aprendido sino que siempre se ha mofado de ellas. Las buenas familias de nuestra comunidad estarían preocupadas de la influencia que Katharine tendría en sus propias hijas.
Cain sintió una chispa de piedad por Kit. No lo habría tenido fácil creciendo con una madrastra que la odiaba, un padre que la ignoraba y una comunidad que la desaprobaba.
– ¿No hay nadie en esta comunidad que tenga afecto por ella?
Las pequeñas manos de Mary revolotearon en su regazo.
– Perdone, señor Cain usted no comprende. Todos la queremos mucho. Katharine Louise es una persona generosa y cariñosa. Su habilidad para cazar a provisto de comida a muchas de las familias más pobres, y siempre está animándonos. Pero eso no cambia el hecho que ella se conduce fuera de los límites definidos dentro de un comportamiento aceptable.
Cain jugaba demasiado al póker para saber cuando estaba derrotado. Willard Ritter les había dado cuatro cartas a otras tantas familias de Rutherford, y todas lo habían rechazado. Se acabó el maldito emparedado y se despidió de ellos.
Mientras se dirigía a Risen Glory montado en la huesuda yegua que había alquilado en una cuadra de librea de Charleston, afrontó la desagradable realidad. Le gustara o no, estaba atado a Kit.
La casa de la plantación apareció ante su vista. Era una hermosa construcción de dos plantas de ladrillo cubierto de estuco que se asentaba al final de un camino de césped demasiado crecido. A pesar el aspecto de negligencia general de la pintura descascarillada y las ventanas rotas, el lugar tenía encanto. La casa era de un cálido color crema con los ladrillos visibles bajo el estuco. Grandes robles daban sombra a la casa y al tejado cubierto de tejas. Azaleas, smilax y acebos cubrían un suelo demasiado alto, mientras las magnolias esparcían sus hojas enceradas hasta sus rodillas en el patio principal.
Pero no fue la casa lo que había llamado la atención de Cain cuando llegó hace dos días. En su lugar había pasado la tarde inspeccionando las ruinas de los alrededores, mirando la maquinaria rota, separando las herramientas oxidadas y parando de vez en cuando en el campo vacío para coger un puñado de tierra tan rica. Se filtraba entre sus dedos como cálida seda. De nuevo se encontró pensando en su vida en Nueva York y cómo empezaba a asfixiarlo.
Cain entregó el caballo a Eli, el viejo y anterior esclavo que lo había recibido con una escopeta el día que Cain había llegado a Risen Glory.
– No se acerque más -le había dicho-. La señorita Kit me ha ordenado que dispare a cualquiera que se acerque a Risen Glory.
– La señorita Kit necesita que le den unos buenos azotes -respondió Cain sin añadir que ya se había encargado él de hacerlo.
– Es posible que tenga razón en eso. Pero todavía debo dispararle si se acerca más.
Cain podría haber desarmado al viejo sin dificultad, pero quería su cooperación de modo que le explicó su relación con Kit y Rosemary Weston. Cuando Eli comprendió que Cain no era uno de los carroñeros que habían estado aprovechándose de lo que quedaba, bajó la escopeta y le dejó pasar a Risen Glory.
El centro de la casa se curvaba en un arco lleno de gracia. Cain caminó por el ancho vestíbulo central que había sido diseñado para dejar entrar la brisa. Los salones, una sala de música y una biblioteca, todo en un estado lamentable y lleno de polvo. La hermosa mesa de teca del comedor presentaba cortes recientes. El grupo de Sherman la había utilizado como matadero, para cuartear los animales que quedaban en la plantación.
Cain percibió el olor a pollo frito. Eli no podía cocinar y por lo que él sabía, no había nadie más en la casa. Los anteriores esclavos tentados por la promesa de cuarenta acres y una mula, se habían marchado detrás del ejército de la Unión. Se preguntó si la misteriosa Sophronia habría vuelto. Eli había hecho alguna referencia a la cocinera de Risen Glory pero Cain todavía no la había visto.
– Buenas, Major.
Cain se paró en seco cuando una figura delgada y familiar apareció al final del vestíbulo. Entonces comenzó a maldecir.
Las manos de Kit se movían nerviosamente a sus lados. No pensaba acercarse hasta que él hubiera tenido la posibilidad de adaptarse a la idea de verla allí.
Había abandonado la casa de Cain en Nueva York de la misma forma como había entrado. Saltando el muro exterior. Había cogido su paquete junto con La vida sibarita de Louis XV que había sido su inspiración para el desesperado plan que había concebido el día que Cain se marchó.
Ahora compuso una sonrisa en su cara tan grande y amplia que le dolían las mejillas.
– Espero que estés hambriento, Major. He cocinado pollo frito y bizcochos de manteca calientes sólo para una persona con gran apetito.
Incluso he limpiado la mesa del comedor para que podamos comer allí. Por supuesto, está un poco quebrada, pero es una genuina Sheraton. ¿Has oído alguna vez hablar de Sheraton, Major? Era inglés y además Baptista por si fuera poco. ¿No te parece extraño? Creía que sólo los sureños podían ser Baptistas. Yo…
– ¿Qué demonios estás haciendo aquí?
Ella sabía que no se alegraría de verla, pero esperaba que no se enfadara demasiado. Aunque en cierto modo no estaba segura sobre eso. Había soportado un viaje en tren hasta Charleston, un paseo en carruaje que casi le disloca los huesos y una caminata de casi veinticinco kilómetros que la habían dejado con ampollas en los pies y quemaduras por el sol. Lo último que le quedaba de dinero lo había utilizado para comprar la comida de esta noche. Incluso se había bañado en la cocina y se había puesto una camisa y unos pantalones limpios, para no oler mal. Estaba asombrada, pero había descubierto que le gustaba estar limpia. Bañarse no había resultado tan malo después de todo, aunque significara tener que verse los pechos desnudos a menudo.
Intentó componer una sonrisa sincera aunque eso estuvo a punto de hacerla vomitar.
– Estoy preparando la cena para tí, Major. Estoy haciendo pollo.
Él apretó los dientes.
– No, lo que estás es preparándote para morir. ¡Porque voy a matarte!
Ella no lo creía exactamente pero no confiaba en que no lo hiciera tampoco.
– ¡No me grites! ¡Tú en mi lugar hubieras hecho lo mismo!
– ¿De qué estás hablando?
– ¡Tú no te habrías quedado en Nueva York mientras alguien trata de destruir la única cosa que te importa en el mundo! Tú no te habrías sentado en ese fantástico dormitorio leyendo y viendo feos vestidos mientras todo se iba al carajo. Tú habrías salido hacía Carolina del Sur tan rápido como te hubieran llevado tus pies. Y después, hubieras estado dispuesto a hacer lo que fuera por conservar lo que es tuyo.
– Y yo tengo una idea bastante clara de lo que has venido a hacer aquí -en dos largas zancadas, él llegó hasta ella.
Antes de que ella pudiera moverse, él comenzó a palpar con sus manos su cuerpo.