– Sé todo sobre eso. Y estoy preparada para permitírselo a mi compañero -le miró con ojos furiosos-. ¡Aunque voy a odiarlo!
Cain rió; entonces su expresión se nubló como si estuviera pensando en los malditos azotes otra vez. Se sacó un puro del bolsillo y salió por las puertas al jardín para encenderlo.
Ella lo siguió y le encontró apoyado en un viejo banco oxidado, mirando fijamente fuera hacia el huerto. Ella esperó a que dijera algo. Como no lo hizo, habló ella.
– Bien, ¿y qué?
– Es la cosa más ridícula que he escuchado nunca.
La luz de su puro proyectó una sombra sobre su rostro, y el pánico fluyó dentro de ella. Esta era su única oportunidad de mantener Risen Glory. Tenía que convencerlo.
– ¿Por qué es tan ridículo?
– Porque lo es.
– ¡Pues dime por qué!
– Soy tu hermanastro.
– Que seas mi hermanastro no quiere decir una maldita cosa. Es puramente una relación legal.
– También soy tu tutor. No he podido encontrar a una sola persona que esté dispuesta a quitármelo de encima, y a juzgar por tu reciente comportamiento, supongo que no es ninguna sorpresa.
– ¡Lo haré mejor! Y soy muy buena disparando. Puedo ponerte encima de la mesa toda la carne que quieras.
Eso le hizo maldecir otra vez.
– ¡Los hombres no buscan a alguien que les pueda poner carne en la mesa cuando buscan una amante, maldita sea! Quieren una mujer hermosa y que huela y actúe como una mujer.
– ¡Yo huelo realmente bien! Mira. ¡Huéleme! -ella levantó su brazo de modo que él pudiera olerla bien, pero él seguía con su enfado.
– Quieren una mujer que sepa cómo sonreír, decir cosas bonitas y hacer el amor. ¡De modo que eso te excluye!
Kit se tragó el último pedazo de su orgullo.
– Podría aprender.
– ¡Oh, por el amor de Dios! -él miró al otro lado del camino cubierto de grava-. Ya me he decidido.
– ¡Por favor! No lo hagas.
– No voy a vender Risen Glory.
– No vendas… -parecía no poder respirar, y entonces una gran ola de felicidad la arrastró-. ¡Oh Major! ¡Eso es… es la cosa más maravillosa que he escuchado nunca!
– Cálmate. Hay una condición.
Kit sintió una espina afilada de advertencia.
– ¡Nada de condiciones! Nosotros no necesitamos condiciones.
Él dio un paso en la mancha ámbar que proyectaba la luz que salía por el comedor.
– Tienes que volver a Nueva York e ir a la escuela.
– ¡A la escuela! -Kit estaba incrédula-. Tengo dieciocho años. Soy demasiado mayor para ir a la escuela. Además soy autodidacta.
– No a ese tipo de escuela. Una escuela para pulirte. Un lugar dónde te enseñen conducta y etiqueta y todos esos otros logros femeninos sobre los que tú no tienes una maldita idea.
– ¿Una escuela para pulirme? -estaba horrorizada-. Eso si que es tonto y pueril -vio nubes de tormenta llegando a su expresión y cambió de táctica. -Deja que me quede aquí. Por favor. No seré ningún problema. Lo juro por Jesús. Puedo estar aquí, y tú ni siquiera me verás. Además puedo serte útil de muchas formas. Conozco esta plantación mejor que nadie. Por favor deja que me quede.
– Vas a hacer lo que yo te diga.
– No, yo…
– Si no cooperas, venderé Risen Glory tan deprisa que ni te darás cuenta. Entonces no tendrás ninguna posibilidad de recuperarlo alguna vez.
Ella se sintió enferma. Su odio hacía él se unió en una bola grande y dura.
– ¿Qué… cuánto tiempo debería ir a esa escuela?
– Hasta que puedas comportarte como una dama, hasta el punto que incluso yo me lo crea.
– Podrías tenerme allí para siempre.
– Bien. Digamos tres años.
– Eso es mucho tiempo. Tendré veintiún años entonces.
– Todavía te quedará mucho por aprender. Cógelo o déjalo.
Ella lo miró amargamente.
– ¿Y entonces que ocurrirá? ¿Podré comprarte Risen Glory con el dinero de mi fondo fiduciario?
– Discutiremos eso cuándo llegue el momento.
Él podría mantenerla lejos de Risen Glory durante años, exiliarla de todo lo que amaba. Se dio la vuelta y entró en el comedor. Recordó como se había humillado ofreciéndose a ser su amante, y su odio la estranguló. Cuándo acabara su destierro y finalmente recuperara Risen Glory, él iba a pagar por esto.
– ¿Es un sí, Kit? -dijo él detrás de ella.
Ella apenas pudo dejar salir las palabras.
– ¿No me das mucha elección, no es verdad, yanqui?
– Bueno, bueno, bueno -la voz ronca y seductora llegó desde el vestíbulo-. Parece que ya ha vuelto el muchacho que se marchó a la ciudad de Nueva York.
– ¡Sophronia! -Kit se lanzó a través del comedor a los brazos de la mujer que estaba de pie en la puerta-. ¿Dónde estabas?
– En Rutherford. Jackson Baker está enfermo.
Cain miró con sorpresa y detenimiento a la recién llegada. Así que esta era la Sophronia de Kit. No era para nada como se la había imaginado.
Se había imaginado alguien mucho más mayor, pero parecía que tuviera poco más de veinte años, y era una de las mujeres más exóticamente hermosas que había visto en su vida. Alta y delgada sobrepasaba en mucho a Kit. Era de pómulos altos, esculpidos y ojos dorados rasgados que se levantaron despacio mientras él la observaba.
Sus miradas se encontraron por encima de la cabeza de Kit. Sophronia rompió el abrazo y caminó hacia él, moviéndose con una lánguida sensualidad que hacía que su simple vestido de algodón azul pareciera de la más fina seda. Cuando llegó frente a él, se paró y le ofreció su delgada mano.
– Bienvenido a Risen Glory, Jefe.
Sophronia actuaba de la odiosa manera que la gente trataba a Cain desde que había llegado del Norte. Todo era "sí, señor" y "no, señor", sonriéndole y poniéndose en contra de Kit.
– Eso es porque él tiene razón -dijo Sophronia cuando Kit le preguntó sobre ello-.Ya es hora de que comiences a comportarte como la mujer que estás destinada a ser.
– Y también ya es hora que tú comiences a estar del lado de quién se supone que debes estar.
Sophronia y Kit se querían más que nadie en el mundo a pesar de ser negra y blanca. Lo que no significaba que no discutieran. Y esas peleas se intensificaron después de llegar a Nueva York.
En el momento que Magnus puso los ojos en Sophronia, comenzó a andar por las nubes y la señora Simmonds no dejó de alabar lo maravillosa que era Sophronia. Después de tres días, Kit estaba hasta el gorro de eso. Entonces su mal humor llegó a límites insospechados.
– ¡Me parezco a un burro!
El sombrero de fieltro color pardo parecía una salsera aplastada sobre el pelo desigual de Kit. El material de su chaqueta ocre era de buena calidad, pero le quedaba demasiado grande de los hombros y el feo vestido de sarga marrón le arrastraba por la alfombra. Parecía que se había disfrazado con la ropa de una tía solterona.
Sophronia puso sus largos dedos en sus caderas.
– ¿Y qué esperabas? Te avisé que los vestidos que te había comprado la señora Simmons eran demasiado grandes pero no me hiciste ningún caso. Y si quieres saber lo que pienso, creo que te lo tienes merecido por pensar que lo sabes todo.
– Sólo porque tienes tres años más que yo y estemos en Nueva York no significa que puedas actuar como alguna especie de reina.
Sophronia arrugó su elegante nariz.
– Crees que puedes decirme todo lo que te parezca. Pues bien, ya no soy tu esclava, Kit Weston. ¿Me entiendes? Ya no te pertenezco. ¡No pertenezco a nadie, salvo a Jesús!