A Kit no le gustaba herir los sentimientos de Sophronia, pero a veces se ponía demasiado terca.
– Es sólo que nunca me muestras el menor agradecimiento. Yo te enseñé a sumar. Te enseñé a leer y escribir, incluso contra la ley. Te escondí de Jesse Overturf esa noche que él quería encontrarte. Y ahora te pones del lado de ese yanqui y en contra mía a la menor oportunidad que encuentras.
– Tú tampoco me has agradecido nada. Pasé largos años cuidando que no te pusieras a la vista de la señora Weston. Y siempre que te pillaba y te encerraba en el baño, era yo quién te sacaba. Me jugaba el pellejo por tí. Así que no quiero oír nada de agradecimientos. Tú has sido una soga alrededor de mi cuello. Asfixiándome. Robándome el aire para respirar. Si no fuera porque tú…
Bruscamente Sophronia se calló cuando oyó pasos que se acercaban por el pasillo. La señora Simmonds apareció para anunciar que Cain estaba abajo esperando a Kit para llevarla a la Escuela que había escogido.
Justo entonces, las dos peleonas se abrazaron la una a la otra. Kit habló finalmente mientras cogía el feo sombrero en forma de salsera y caminaba hacía la puerta.
– Tendrás cuidado, ¿verdad? -dijo.
– Cuídate mucho en esa estupenda escuela -contestó Sophronia.
– Lo haré.
Los ojos de Sophronia se nublaron con lágrimas.
– Nos volveremos a ver antes que te des cuenta.
SEGUNDA PARTE
La Chica Templeton
Los modales son la manera feliz de hacer las cosas.
Ralph Waldo Emerson "Culture"
5
La Academia de Templeton para Jóvenes Damas se asentaba en la Quinta Avenida como una gran ballena de piedra gris. Hamilton Woodward, el abogado de Cain la había recomendado. Aunque la escuela no aceptaba normalmente a chicas tan mayores como Kit, Elvira Templeton había hecho una excepción para el Héroe de Missionary Ridge.
Kit estaba vacilante de pie en el umbral de la habitación de la tercera planta que le habían asignado y estudiaba a las cinco chicas que llevaban idénticos vestidos azul marino con los cuellos y los puños blancos. Estaban apiñadas alrededor de la única ventana de la habitación mirando hacía la calle. No le llevó mucho tiempo comprender a quién miraban tan atentamente.
– Oh, Elsbeth, ¿no es el hombre más guapo que has visto nunca?
La chica llamada Elsbeth suspiró. Tenía unos tirabuzones castaños y una cara fresca y bonita.
– Imagínate. Ha estado aquí mismo, en la Academia, y no se nos ha permitido a ninguna bajar a verlo. ¡Es tan injusto! -y entonces dijo con una risilla sofocada-: Mi padre dice que no es realmente un caballero.
Más risilla sofocadas.
Una chica hermosa, de pelo rubio que le recordó a Kit a Dora Van Ness habló.
– Madame Riccardi, la cantante de ópera lo ha pasado muy mal cuando él le ha dicho que se traslada a Carolina del Sur. Todo el mundo habla de eso. Ella es su amante, ya sabes.
– ¡Lilith Shelton! -las chicas estaban delirantemente horrorizadas y Lilith las miró desdeñosamente.
– Todas sois muy inocentes. Un hombre tan sofisticado como Baron Cain tiene docenas de amantes.
– Acordaos lo que hemos decidido -dijo otra chica-. Aunque ella es su pariente, es una Sudista de modo que todas debemos odiarla.
Kit ya había escuchado suficiente.
– Si eso significa que me libraré de hablar con vosotras, perras idiótas, me parece estupendo.
Las chicas se giraron a la vez y respiraron con dificultad. Kit sintió sus ojos recorrer su feo vestido y el horrible sombrero. Un artículo más para añadir al libro gordo de odio que estaba escribiendo contra Cain.
– ¡Salir todas de aquí! Todas vosotras. ¡Y si veo a alguna otra vez por aquí, le voy a dar una patada en su flaco culo y la voy a mandar directa al infierno!
Las chicas huyeron despavoridas de la habitación con chillidos horrorizados. Todas menos una. La chica a la que llamaban Elsbeth. Parecía sobresaltada y aterrada, con los ojos abiertos como platos y los bonitos labios temblándole.
– ¿Eres sorda o algo así? He dicho que te vayas.
– Yo… yo no puedo.
– ¿Por qué demonios no?
– Yo… yo vivo aquí.
– Oh -por primera vez, Kit observó que la habitación tenía dos camas.
La chica era de apariencia dulce, una de esas personas propensas a ser buenas, de naturaleza amable, y Kit no sentía la necesidad de ser grosera con ella. Por otra parte ella era la enemiga.
– Tendrás que cambiarte.
– La señora… la señora Templeton no me lo permite. Yo… yo ya le he preguntado.
Kit maldijo, se subió las faldas, y se hundió en la cama.
– ¿Cómo es que eres tan afortunada de ser mi compañera?
– Mi… mi padre. Es el abogado del señor Cain. Yo soy Elisabeth Woodward.
– Te diría que estoy encantada de conocerte, pero las dos sabríamos que estoy mintiendo.
– Yo… yo mejor salgo.
– Sí hazlo.
Elsbeth salió deprisa de la habitación. Kit se recostó en la almohada, pensando como iba a sobrevivir allí los próximos tres años.
La Academia Templeton mantenía un ordenado sistema de demérito. Por cada diez deméritos que una chica adquiría, se la confinaba en su habitación todo el sábado. Al final de su primer día, Kit había acumulado ochenta y tres. (Tomar el nombre de Dios en vano eran automáticamente diez.) Al final de su primera semana, ya había perdido la cuenta.
La señora Templeton llamó a Kit a su oficina y la amenazó con expulsarla si no comenzaba a seguir todas las reglas. Kit debía participar en las clases. Le habían dado dos uniformes y tenía que comenzar a llevarlos. Su gramática debía mejorar inmediatamente. Las damas no decían "anda que no" o "yo me supongo". Las damas se referían a los objetos como "sin importancia", no "inútiles como saliva de sapo". Y sobre todo, las damas no maldecían.
Kit permaneció estoica durante la entrevista, pero interiormente estaba asustada. Si la vieja arpía la expulsaba, Kit habría roto su acuerdo con Cain y perdería Risen Glory para siempre.
Juró controlar su carácter, pero según pasaban los días, se volvió más y más difícil. Tenía tres años más que sus compañeras de clase, pero sabía menos que cualquiera de ellas. Se burlaban de su corte de pelo desigual y se reían disimuladamente cuando se le enredaban las faldas en la silla. Un día le pegaron las páginas de su libro de francés. Otro día su camisón apareció hecho nudos. Ella había vivido su vida levantando los puños, y ahora su futuro dependía de que los tuviera bajados. En lugar de vengarse, reunía los insultos y los guardaba para examinarlos ya muy entrada la noche cuando estaba acostada en la cama. Algún día haría que Baron Cain pagara cada uno de esos insultos.
Elsbeth continuó comportándose como un ratón asustado siempre que estaba cerca de Kit. Aunque rechazaba participar en la persecución de Kit, era demasiado tímida para hacer a las otras chicas detenerse, pero su amable corazón no podía soportar las injusticias, especialmente cuando los días le demostraron que Kit no era tan fiera como parecía.
– Estoy desesperada -le confesó Kit una noche después de que hubiera tropezado con la falda del uniforme en la clase de baile y tirara un florero chino de su pedestal-. Nunca aprenderé a bailar. Hablo demasiado alto, odio llevar faldas, el único instrumento musical que puedo tocar es un arpa de boca y no puedo mirar a Lilith Shelton sin maldecirla.
Los ojos castaños de Elsbeth la miraron con preocupación.
– Debes ser más agradable con ella. Lilith es la chica más popular de la escuela.