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– Una dama misteriosa -se burló el suavemente -en la guarida del enemigo sin una madre celosa para servir como chaperona. No es en absoluto correcto.

– Yo no me comporto siempre correctamente.

Cain sonrió.

– Tampoco yo.

Su mirada fija fue desde el sedoso pelo negro enrollado bajo el tonto sombrerito hasta el que descansaba sobre la nuca. ¿Cómo sería suelto y cayendo sobre esos hombros blancos desnudos? La sacudida de excitación le indicaba que llevaba demasiado tiempo sin una mujer. Aunque incluso si hubiera tenido una docena la noche anterior, sabía que esta mujer le hubiera excitado igual.

– ¿Debo esperar que un esposo celoso llame a mi puerta buscando a su caprichosa esposa?

– No tengo marido.

– ¿No? -de repente quiso probar los límites de esa autoconfianza-. ¿Por eso ha venido usted? ¿Ha bajado tanto el nivel de los solteros elegibles del condado que las damas sureñas bien educadas tienen que explorar la guarida del yanqui?

Ella se dio la vuelta. A través de su velo él sólo pudo ver unos brillantes ojos y una pequeña nariz llameando con delicadeza.

– Le aseguro, Major Cain que no estoy aquí para explorar en busca de un marido. Usted tiene una opinión muy elevada de sí mismo.

– ¿Yo? -él se movió más cerca. Sus piernas acariciaron su falda.

Kit quiso retroceder, pero se obligó a permanecer quieta. Él era un depredador y como todos los depredadores, se alimentaba de la debilidad de sus víctimas. Aún la menor retirada sería una victoria para él, y ella no le mostraría ninguna debilidad. Al mismo tiempo, su proximidad hacía que se sintiera un poco mareada. La sensación debería haber sido desagradable, pero no lo era.

– Dígame, dama misteriosa. ¿Qué hace una joven respetable visitando a un hombre, sola? -su voz era profunda y guasona y sus ojos grises brillaban con luz tenue con una travesura que hizo que su sangre corriera más deprisa-. ¿O es posible que la joven y respetable dama no sea tan respetable como parece?

Kit levantó la barbilla y le miró a los ojos.

– No juzgue a otros por su propio rasero.

Ella no sabía que su desafío no expresado sólo lograba excitarlo más todavía. ¿Eran azules los ojos detrás de ese velo de nido de abeja o eran más oscuros, más exóticos? Todo sobre esta mujer le intrigaba. Ella no era ninguna coqueta con sonrisa afectada, ni una orquídea de invernadero. Le recordaba a una rosa salvaje, creciendo rebelde en lo más profundo del bosque, una rosa con espinas preparadas para pinchar a cualquier hombre que la tocara.

La parte salvaje de él reconocía la misma cualidad en ella. ¿Como sería esquivar esas espinas y arrancar esa rosa de las profundidades del bosque?

Aún antes de que él se moviera, Kit entendió que algo estaba a punto de ocurrir. Ella quería escaparse, pero sus piernas no respondían. Mientras miraba ese apuesto rostro, trató de recordar que era su enemigo. Controlaba todo lo que ella más quería: su casa, su futuro, su misma libertad. Pero ella había sido siempre una criatura de instinto, y su sangre había empezado a rugir tan fuerte en su cabeza que nublaba su razón.

Despacio, Cain levantó su mano llena de cicatrices y la ahuecó en su nuca. Su toque fue extremadamente suave y de modo exasperante, excitante. Ella sabía que debía retirarse, pero sus piernas, como su voluntad, rechazaban obedecer.

Él levantó el pulgar y lo deslizó hacia arriba a lo largo de la curva de su mandíbula y bajo el borde del velo. Lo llevó al valle detrás del lóbulo de su oreja. Acarició el sedoso hueco, enviando un temblor por todo su cuerpo.

Acarició sus delicadas orejas y los zarcillos de rizos que rodeaban los pequeños pendientes. Su respiración tranquila onduló el borde inferior de su velo. Trató de alejarse, pero estaba paralizada. Entonces él bajó sus labios.

Su beso fue amable y persuasivo, en absoluto como el húmedo asalto del amigo de Hamilton Woodward. Sus manos se levantaron por voluntad propia y le tocaron. La sensación de su carne caliente a través de su fina camisa se hizo parte del beso. Y se perdió en un mar de sensaciones.

Sus labios se abrieron y empezaron a moverse sobre los de ella, cerrados. Él curvó la mano a lo largo de la delicada línea de su espina dorsal hasta la parte más estrecha de su espalda. El pequeño espacio entre sus cuerpos desapareció.

Se le fue la cabeza cuando su pecho presionó sus senos y sus caderas se encontraron con su plano estómago. La punta húmeda de su lengua comenzó un juego diabólico, deslizándose tranquila entre sus labios.

Esa espantosa intimidad la inflamó. Una salvaje y caliente sensación se vertió por todo su cuerpo.

Y del de él.

Perdieron sus identidades. Para Kit, Cain ya no tenía un nombre. Él era el típico hombre, feroz y exigente. Y para Cain, la misteriosa criatura velada de sus brazos era todo lo que una mujer debería ser… pero nunca era.

Él se puso impaciente. Su lengua decidida, empezó a investigar más profundamente, para pasar la barrera de sus dientes y tener acceso al dulce interior de su boca.

La desacostumbrada agresión llevó un parpadeo de racionalidad a la febril mente de Kit. Algo no iba correctamente…

Él acarició el lado de su pecho, y la realidad volvió fría, condenatoria. Ella hizo un sonido ahogado y se echó hacía atrás.

Cain estaba más fastidiado de lo que quería admitir. Había encontrado las espinas de la rosa salvaje demasiado pronto.

Ella estaba de pie ante él, los pechos elevándose, las manos colocadas en puños. Con una pesimista certeza de que el resto de su rostro nunca podría cumplir con la promesa de su boca, extendió la mano y subió el velo por encima del sombrero.

El reconocimiento no llegó inmediatamente. Quizá porque él se fijó en sus rasgos separados en vez de en el conjunto. Vio la frente suave, inteligente, las gruesas pestañas curvadas, las cejas oscuras, los ojos de un increíble violeta, la barbilla decidida. Todo eso junto con esa boca rosa salvaje de la cual él había bebido tan profundamente, hablaban de una intensa belleza, poco convencional.

Entonces sintió una inquietud, un fastidioso sentido de familiaridad, una indirecta de algo desagradable acechando al otro lado de su memoria. Miró las pequeñas ventanas de su nariz, como las alas de un colibrí. Ella tensó la mandíbula y levantó la barbilla.

En ese momento la reconoció.

Kit vio sus iris grises convertirse en negros, pero ella también estaba conmocionada por lo que había pasado entre ellos, por dejarle llegar tan lejos. ¿Qué le había ocurrido? Este hombre era su enemigo mortal. ¿Cómo había podido olvidarlo? Se sintió enferma, enfadada y más confusa de lo que había estado en su vida.

Llegó un ruido desde el vestíbulo… una serie de pasos rápidos, como si se estuviera derramando un saco de maíz seco en el suelo de madera. Una bola de piel blanquinegra entró lanzada a la habitación, patinando al parar en seco. Merlín.

El perro movió la cabeza, estudiándola, pero no le llevó tanto tiempo como a Cain descubrir su identidad. Con tres ladridos de reconocimiento, se lanzó deprisa a recibir a su vieja amiga.

Kit se puso de rodillas. Ignorando el daño que sus polvorientas patas estaban infligiendo a su vestido de viaje color gris paloma, le abrazó y metió la cara en su pelaje. Su sombrero cayó a la alfombra, aflojando el organizado pelo, pero a ella no le importó.

La voz de Cain se metió en su abrazo como un viento polar sobre un glaciar.

– Veo que la escuela no ha mejorado tus modales. Todavía eres la pequeña mocosa testaruda que eras hace tres años.

Kit buscó sus ojos y dijo la única cosa que le vino a la mente.

– Estás enfadado porque el perro ha sido más listo que tú.

8

No mucho tiempo después de que Cain saliera del salón, Kit escuchó una voz familiar.

– ¿Lucy has permitido a ese perro entrar en la casa de nuevo?