Выбрать главу

– Ha entrado sin que yo lo supiera, señorita Sophronia.

– ¡Bien, pues voy a echarlo!

Kit sonrió cuando oyó acercarse unos pasos rápidos y enérgicos.

– No dejaré que te eche -susurró Kit abrazando a Merlín.

Sophronia entró en la habitación, y se detuvo de repente.

– Oh lo siento. Lucy no me dijo que tenemos visita.

Kit la miró y la sonrió traviesamente.

– ¡Kit! -Sophronia se llevó la mano a la boca-. ¡Dios mío! ¿Realmente eres tú?

Con una risita Kit se puso de pie y corrió deprisa hacia ella.

– Claro que soy yo.

Las mujeres se abrazaron mientras Merlín las rodeaba en círculos ladrando a sus faldas.

– Es tan bueno verte. Oh Sophronia, eres incluso más bella de lo que recordaba.

– ¡Yo! Mírate tú. Pareces una imagen salida del Libro de la Señora Godey.

– Todo es mérito de Elsbeth -Kit rió otra vez y cogió la mano de Sophronia. Se sentaron en el sofá y trataron de ponerse al día después de tres años de separación.

Kit sabía que era culpa suya que la correspondencia entre ellas hubiera sido poco frecuente. A Sophronia no le gustaba escribir cartas, y las pocas que la había enviado estaban llenas de elogios a lo que Cain estaba haciendo en Risen Glory, por lo que las respuestas de Kit habían sido mordaces. Sophronia finalmente había dejado de escribir.

Kit recordó su anterior agitación por todas las mejoras que Sophronia había hecho en la casa. Ahora le parecía tonto, y la alabó por todo el trabajo que había realizado.

Sophronia asimiló las palabras de Kit. Sabía que la vieja casa brillaba bajo su cuidado, y estaba orgullosa de lo que había logrado. Al mismo tiempo comenzó a sentir la familiar combinación de amor y resentimiento que poblaban sus relaciones con Kit.

Durante mucho tiempo Sophronia había sido la única persona que cuidaba de Kit.

Ahora Kit era una dama con amistades y experiencias que Sophronia no podía compartir. También era hermosa, serena y pertenecía a un mundo en el que Sophronia nunca entraría.

Las viejas heridas comenzaron a abrirse.

– No creas que porque has regresado puedes meter las narices en mis asuntos y decirme como llevar la casa.

Kit sólo se rió entre dientes.

– No te preocupes por eso. Todo lo que me preocupa es la tierra. Los campos. No puedo esperar para verlo todo.

El resentimiento de Sophronia se evaporó y la preocupación tomó su lugar. Tener al Major y a Kit bajo el mismo techo era invitar a los problemas.

***

El viejo dormitorio de Rosemary Weston había sido redecorado en tonos rosas y verde musgo. A Kit le recordaba el interior maduro de una sandía. Se alegró que esa bonita habitación fuera la suya, aún cuando fuera inferior al dormitorio que Caín ocupaba. El hecho que ambos compartieran una sala en común la inquietaba, pero al menos esto le permitiría poder vigilarlo de algún modo.

¿Cómo había dejado que la besara así? La pregunta que le rondaba una y otra vez la mente le producía una sensación rara en el estómago. Cierto que le había apartado, pero no antes de que él la besara a fondo. Si hubiese sido Brandon Parsell, podría entenderlo, pero ¿cómo podía haber permitido a Baron Cain hacer una cosa así?

Recordó la charla de la señora Templeton sobre la Vergüenza de Eva. Seguramente sólo una mujer antinatural se abandonaría así con su enemigo más enconado. Quizá había algo incorrecto en ella.

Tonterías. Simplemente estaba cansada del viaje, y la perorata de Miss Dolly era suficiente para conducir a una persona a hacer algo irracional.

Decidida a no seguir pensando en ello, se quitó el vestido y se quedó sólo con la camisola y las enaguas delante de la jofaina. El baño era su lujo preferido. No podía creer que una vez lo hubiera odiado tanto. Que chica tan tonta había sido. Tonta sobre todas las cosas, excepto su odio hacía Cain.

Maldijo suavemente entre dientes, una costumbre que Elsbeth no había podido quitarle. Antes de salir del salón, Cain había pedido verla en la biblioteca después de la cena. No esperaba ilusionada esa entrevista. Pero era el momento de hacerle entender que ya no trataba con una inmadura chica de dieciocho años.

Lucy había desempaquetado sus bultos y durante un momento Kit se planteó ponerse uno de los vestidos más viejos y salir a explorar. Pero debía estar pronto abajo, lista para pelear de nuevo. Ya tendría tiempo mañana.

Eligió un vestido con unos alegres ramitos de nomeolvides azules dispersos sobre un fondo blanco. Los pliegues suaves de la falda dejaban ver las enaguas del mismo tono azul que las flores. Cain le había proporcionado una bonificación en ropa muy generosa, maldita sea su estampa, y Kit tenía un hermoso guardarropa. La mayor parte gracias a Elsbeth, ya que no se fiaba del gusto de Kit, y había decidido acompañarla a la modista. La verdad era, que a menos que Elsbeth fuera con ella, Kit se aburría tanto que se conformaba con lo que las modistas le ponían delante.

Se quitó los alfileres del pelo con impaciencia. Esa mañana se había recogido el pelo al estilo español, con raya en medio y un moño sujeto en la nuca. Con algunos rizos sueltos, era perfecto para su primer encuentro con Cain. Pero no soportaba el sofisticado peinado ni un segundo más. Se lo cepilló hasta que estuvo brillante y se lo sujetó con una de las peinetas de plata que Elsbeth le había regalado. El pelo le cayó como una cascada de rizos sobre los hombros. Tras aplicar un ligero toque de jazmín en sus muñecas, estaba lista para recoger a Miss Dolly.

Mientras golpeaba en la puerta, se preguntó como soportaría su frágil acompañante el sentarse a la mesa para cenar con un héroe de guerra yanqui. Golpeó una segunda vez, y como no hubo respuesta, empujó suavemente la puerta.

Miss Dolly estaba sentada meciéndose en una silla en la penumbra de la habitación. Tenía en las manos un andrajoso pedazo de tela que alguna vez había sido un pañuelo azul, y las lágrimas rayaban sus arrugadas mejillas.

Kit fue a su lado.

– ¡Miss Dolly! ¿Qué le pasa?

La mujer mayor no pareció enterarse. Kit se arrodilló ante ella.

– ¿Miss Dolly?

– Hola, querida -dijo ella vagamente-. No te he oído entrar.

– Usted ha estado llorando -Kit tomó las frágiles manos de la mujer-. Dígame que le pasa.

– Realmente nada. Recuerdos tontos. De cuando mis hermanas y yo hacíamos muñecas de trapo. Cosiendo bajo la pérgola de la vid. Los recuerdos son parte de la vejez.

– Usted no es vieja, Miss Dolly. Mírese con su bonito vestido blanco. Parece tan fresca como un día de primavera.

– Trato de conservarme bien -admitió Miss Dolly, incorporándose un poco en la silla y dándose unos ligeros toquecitos en sus húmedas mejillas-. Es sólo que a veces en días como hoy, me encuentro pensando en cosas que ocurrieron hace mucho tiempo, y me ponen triste.

– ¿Qué tipo de cosas?

La mano de Miss Dolly se movió impaciente.

– Vamos. Vamos, querida. Seguro que no quieres escuchar mi parloteo.

– Usted no parlotea -le aseguró Kit, aún cuando sólo unas horas antes, ese hábito había estado conduciéndola a la locura.

– Tienes un corazón bueno, Katharine Louise. Lo supe en el momento que puse mis ojos en tí. Me alegró tanto que me pidieras que te acompañara a Carolina del Sur -sus cintas se movieron cuando sacudió la cabeza-. No me gusta el Norte. Todo el mundo habla en voz tan alta. No me gustan los yanquis, Katharine. No me gustan nada.

– ¿Está molesta por tener que conocer al Mayor Cain, no es verdad? -Kit acarició el dorso de la mano de Miss Dolly-. No debería haberla traído aquí. Simplemente pensaba en mí misma, y no tuve en cuenta sus sentimientos.

– Vamos, vamos. No vayas a sentirte mal ahora por la necedad de una vieja tonta, querida.

– No permitiré que permanezca aquí si va a sentirse infeliz.