– Le he dicho que estoy buscando trabajo.
– Sí, lo has dicho.
Si no fuera él tan grande. Se odió a sí misma mientras daba un paso atrás.
– Ahora, será mejor que me vaya.
– Entrar en propiedad privada va contra la ley. Tal vez te entregue a la policía.
A Kit no le gustó tener que apoyarse en el muro, y levantó la barbilla.
– Me importa un bledo lo que haga. No he hecho nada malo.
Él cruzó los brazos sobre su pecho.
– ¿De dónde eres, chico?
– De Michigan.
Al principio ella no entendió su estallido de risa, pero pronto reconoció su error.
– Supongo que me ha descubierto. Realmente soy de Alabama, pero a causa de la guerra no estoy ansioso de decirlo.
– Entonces mejor mantén la boca cerrada -él se rió entre dientes- ¿No eres un poco joven para llevar esa pistola?
– No veo por qué. Sé cómo utilizarla.
– Apuesto a que sabes -él la estudió más detenidamente-. ¿Por qué has dejado tu casa?
– Allí no hay trabajo.
– ¿Y tus padres?
Kit le repitió la misma historia que le había contado al vendedor callejero. Cuando terminó, él se tomó su tiempo pensando. Tuvo que controlarse para no retorcerse.
– El chico del establo se fue la semana pasada. ¿Te gustaría trabajar para mí?
– ¿Para usted? -murmuró ella débilmente.
– Exacto. Debes acatar las órdenes de mi hombre de confianza, Magnus Owen. No tiene la piel blanca como las azucenas de modo que si eso va a ofender tu orgullo sureño, mejor me lo dices ahora y nos ahorramos tiempo.
Como ella no respondió, él continuó.
– Puedes dormir sobre la cuadra y comer en la cocina. El sueldo es de tres dólares a la semana.
Ella pateó el suelo con el dedo de su bota arrastrando el pie. Su mente corría deprisa. Si hoy había aprendido algo era que Baron Caine sería difícil de matar, especialmente ahora que había visto su cara. Trabajar en su cuadra la mantendría cerca de él, pero haría también su trabajo dos veces más peligroso.
¿Desde cuándo el peligro había sido un inconveniente?
Ella metió los pulgares en la cintura de sus pantalones.
– Dos dólares más, yanqui y tendrás un nuevo chico para el establo.
Su habitación encima de la cuadra olía agradablemente a caballos, cuero y polvo. Tenía una cómoda y suave cama, una hamaca de roble y una descolorida alfombra además de una pequeña mesa con una jofaina y una palangana que ella ignoró. Lo más importante era la ventana que estaba orientada hacía el norte de la casa, de modo que podía calcular las horas.
Esperó hasta que Cain se marchó antes de quitarse las botas y subirse a la cama. A pesar de su siesta en el establo, estaba cansada. Incluso así le costó conciliar el sueño. En su lugar se encontró pensando como habría sido su vida si su padre no hubiera hecho ese viaje a Charleston cuando ella tenía ocho años, lo que provocó su segundo matrimonio.
En el momento en que Garrett Weston conoció a Rosemary se quedó prendado de ella, aunque fuera mayor que él y su belleza estuviera ya marchitándose. Rosemary no trató de ocultar que no soportaba a su niña, y el día que Garrett la llevó a su casa de Risen Glory, le convenció de la necesidad de tener intimidad, pues eran recién casados y envió a Kit con ocho años a pasar la noche en una caseta cerca de los barracones de los esclavos. No permitió que Kit volviera a su habitación nunca más.
Si se olvidaba que no tenía que estar por la casa, Rosemary se lo recordaba agarrándola de las orejas o dándole bofetadas, así que Kit se limitaba a ir a la cocina. Las lecciones esporádicas que recibía de un profesor, se trasladaron a la caseta.
Garrett Weston nunca había sido un padre atento y no parecía darse cuenta que su propia hija estaba recibiendo menos cuidados que los hijos de sus esclavos. Estaba demasiado obsesionado con su hermosa y sensual esposa.
Los vecinos estaban escandalizados. ¡Esa niña anda por ahí corriendo como una salvaje! Ya sería malo si fuera un chico, pero incluso un tonto como Garrett Weston debería darse cuenta que una chica no puede andar comportándose así.
Rosemary Weston no tenía ningún interés en la sociedad local, e ignoraba los consejos que le decían que Kit necesitaba una institutriz o ropa interior más aceptable. Finalmente las mujeres del pueblo le dieron a Kit vestidos de sus hijas y trataban de enseñarle a comportarse como una señorita. Kit ignoró las charlas y cambió los vestidos por ropas de muchacho. Cuando cumplió los diez años, sabía disparar, montar un caballo a pelo y fumar un puro.
Por la noche cuándo se sumergía en su soledad, pensaba que su corazón aventurero no habría sobrevivido al tipo de comportamiento de las chicas. Podía subirse a los melocotoneros del huerto siempre que quería y balancearse de las cuerdas del granero. Los hombres de la comunidad la enseñaron a montar y pescar. Se movía furtivamente por la biblioteca antes de que su madrastra bajara de su dormitorio por la mañana y se llevaba libros sin ninguna censura. Si se hacía una herida en la rodilla o tenía una astilla en un dedo, siempre podía correr a la cocina con Sophronia.
La guerra lo cambió todo. Los primeros disparos sonaron en Fort Sumter un mes antes de su decimocuarto cumpleaños. Poco tiempo después, Garrett Weston puso en las manos de Rosemary la administración de la plantación y se alistó en el ejército Confederado. Puesto que la madrastra de Kit nunca se levantaba antes de las once y odiaba Risen Glory, la plantación cayó en decadencia.
Kit, furiosa, trató de tomar el lugar de su padre, pero la guerra había acabado con el mercado del algodón para el Sur, y ella era demasiado joven para hacerse cargo.
Los esclavos huyeron. Mataron a Garrett Weston en Shiloh. Amargamente Kit recibió la noticia que le había dejado la plantación a su esposa. Kit sólo tenía un fondo en fideicomiso que su abuela le había dejado hacía algunos años pero eso no le solucionaba nada.
No mucho después los soldados yanquis entraron en Rutherford, quemando todo a su paso. La atracción inicial entre Rosemary y un joven atractivo subteniente de Ohio y su invitación posterior a compartir su cama, mantuvo en pie la casa de Risen Glory aunque no los alrededores. Al poco tiempo, Lee se rindió en Appomattox, y Rosemary murió en una epidemia de gripe.
Kit lo había perdido todo. Su padre, su niñez, su forma de la vida. Solamente tenía la tierra. Sólo Risen Glory. Y mientras se acurrucaba en el fino colchón encima de la cuadra de Baron Cain, se dijo que era lo único que contaba. Se durmió imaginando cómo sería cuándo Risen Glory fuera finalmente suya.
Había cuatro caballos en los establos, dos para el coche y dos para montar. Una parte de la tensión de Kit se aligeró esa mañana cuando acariciaba el cuello de un elegante corcel, mientras él le hociqueaba en el hombro. Todo iría bien. Mantendría los ojos abiertos y esperaría el momento adecuado. Baron Cain era peligroso pero ella tenía una ventaja. Ella conocía a su enemigo.
– Su nombre es Apolo.
– ¿Qué?
Se dio la vuelta para encontrar a un joven negro de ojos grandes y expresivos que estaba de pie en la puerta que separaba los establos del pasillo central de la cuadra. Tendría alrededor de veinticinco años, y era alto, con una complexión ligera, flexible. Un chucho blanco y negro estaba tranquilamente a su lado.
– Ese corcel. Su nombre es Apolo. Es la montura favorita del Major.
– No me digas -Kit abrió la puerta y salió del establo.
El chucho la olió mientras el joven la estudiaba críticamente.
– Soy Magnus Owen. El Major me ha dicho que te contrató anoche después de que te pescara husmeando fuera de la cuadra.
– Yo no estaba husmeando. No exactamente. Ese Major tuyo tiene una naturaleza excesivamente recelosa, eso es todo -miró al mestizo-. ¿Ese es tu perro?