Kit sintió como su corazón se rompía en un millón de pedazos.
– No- se las arregló para decir-. No, yo tampoco.
– Tengo entendido que es suyo ese nuevo molino de algodón pasando Rutherford, señor Cain.
– Es correcto -Cain estaba al final del vestíbulo junto a John Hughes, un joven y fornido norteño que había reclamado su atención justo cuando estaba a punto de ir arriba para ver que estaba reteniendo a Kit.
– He oído que está haciendo un buen negocio allí. Más poder para usted, ya sabe. Arriesgado, sin embargo, no cree, con el…-dejó de hablar y silbó suavemente cuando miró fijamente más allá del hombro de Cain, hacia las escaleras-. ¡Guau, guau! ¿Puede ver eso? Hay una mujer a la que no me importaría llevar a casa conmigo.
Cain no necesitó dar media vuelta para saber quién era. Podía sentirla a través de los poros de su piel. Aún así, tenía que mirar.
Llevaba su vestido blanco plateado con las cuentas de cristal. Pero el vestido había sido arreglado desde la última vez que lo había visto, de la misma manera que recientemente había cambiado muchas de sus ropas. Había cortado el corpiño de raso blanco justo debajo de sus pechos y fijado una fina capa de organdí plateado. Esta se alzaba sobre sus suaves curvas hacía su garganta donde utilizaba una brillante cinta para recogerla en un elevado y delicado volante.
El organdí era transparente y no llevaba nada debajo. Solamente las cuentas de cristal que ella había quitado de la falda y había colocado en grupos estratégicos sobre el tejido transparente que protegía su modestia. Lentejuelas de cristal sobre la carne redondeada.
El vestido era escandalosamente hermoso y Cain nunca había visto nada que odiara más. Uno por uno, los hombres de su alrededor se giraron hacía ella, y sus ojos devoraron codiciosamente la carne que debería haber sido vista únicamente por él.
Era una doncella de hielo prendida en llamas.
Y entonces olvidó sus celos y simplemente disfrutó de la visión. Era salvajemente hermosa, su rosa salvaje de las profundidades del bosque, tan indómita como el día en que la conoció, preparada para pinchar la carne de un hombre con sus espinas al mismo tiempo que lo tentaba con su espíritu.
Observó el profundo color que manchaba sus delicados pómulos y las extrañas y brillantes luces que centelleaban en las intensas profundidades de sus ojos violetas. Sintió un primer picor de inquietud. Había algo casi frenético que se ocultaba dentro de ella esa noche. Palpitando desde su cuerpo como un redoble, esforzándose por escapar y correr libre y salvaje. Dio un rápido paso hacia ella y luego otro.
Sus ojos se entrelazaron con los de él y luego se alejaron deliberadamente. Sin una palabra, ella recorrió el vestíbulo hacia otro vecino de Rutherford que había sido invitado.
– ¡Brandon! Soy yo, oh está muy apuesto esta noche. Y ésta debe ser su dulce prometida, Eleanora. Espero que me deje robarle a Brandon de vez en cuando. Hemos sido amigos durante tanto tiempo… como hermano y hermana, usted entiende. Es posible que no pueda cederlo enteramente, pero sí un poquito.
Eleanora trató de sonreír, pero sus labios no pudieron esconder su desaprobación ni la sensación que tenía de ser poco elegante al lado de la belleza exótica de Kit. Brandon, por otro lado, contemplaba a Kit con su extraño vestido como si fuera la única mujer del mundo.
Apareció Cain.
– Parsell. Señorita Baird. Si ustedes nos disculpan…
Sus dedos se hundieron en el brazo de organdí drapeado de Kit, pero antes de que él pudiera arrastrarla a través del vestíbulo hacia las escaleras y obligarla a cambiarse de vestido, Verónica apareció ante ellos con un traje de noche negro azabache. Hubo un ligero ascenso de su frente cuando comprendió que el pequeño drama estaba acabado antes de su llegada.
– Baron, Katharine, justo los dos que estaba buscando. Llego tarde como de costumbre, y en mi propia fiesta. Cook está listo para servir la cena. Baron, sé un caballero y acompáñame en el comedor. Y Katharine, quiero que conozcas a Sergio. Un hombre fascinante y el mejor barítono que la ciudad de Nueva York ha escuchado en una década. Él será tu pareja en la cena.
Cain hizo rechinar los dientes por la frustración. Ahora no había ninguna forma de que pudiese alejar a Kit. Observó a un italiano demasiado apuesto avanzar con impaciencia y besar la mano de Kit. Después, con una expresión conmovedora, giro su mano y presiono íntimamente sus labios en la palma.
Cain se movió rápidamente pero Verónica fue incluso más rápida.
– Mi querido Baron -gorjeó suavemente mientras le clavaba los dedos en el brazo- estás comportándote como la clase de marido más posesivo. Acompáñame al comedor antes de que hagas algo que sólo hará que parezcas estúpido.
Verónica tenía razón. Sin embargo, tuvo que usar toda su fuerza de voluntad para girarse y darle la espalda a su esposa y al italiano.
La cena duró casi tres horas y al menos una docena de veces, la risa de Kit resonó mientras dividía su atención entre Sergio y los otros hombres que se sentaban cerca de ella. Todos la adulaban exageradamente y la colmaban de atenciones. Sergio parecía estar enseñándole italiano. Cuándo ella derramó una gota de vino, él mojó su dedo índice en la mancha y luego lo llevo hasta sus labios. Solamente el fuerte apretón de Verónica impidió que Cain saltara al otro lado de la mesa.
Kit estaba luchando una batalla consigo misma. Había pedido perversamente a Lucy que empacara el vestido de cuentas plateado después de que Cain le hubiera dicho que no le gustaba. Pero realmente no había planeado llevarlo. Aún cuando había tenido tiempo de ponerse un vestido más apropiado de terciopelo verde jade, las palabras de Cain la habían perseguido.
No puedo imaginar nada peor que traer a un mocoso no deseado a este sórdido lío que llamamos matrimonio…
Escuchó la risa de Cain resonar en la otra punta de la mesa y observó la atenta manera en que él escuchaba a Verónica.
Las damas abandonaron a los caballeros con sus puros y sus brandys.
Después fue hora de que comenzara el baile.
Brandon entregó a Eleanora a su padre y pidió a Kit el primer baile. Kit miro fijamente su apuesto y débil rostro. Brandon que hablaba de honor, estaba dispuesto a venderse a sí mismo al mejor postor. Primero a ella por una plantación, y ahora a Eleanora Baird por un banco. Cain nunca se vendería por nada, ni siquiera por su molino de algodón. Su matrimonio con ella había sido un justo castigo, nada más.
Cuando Brandon y ella entraron a la pista de baile, vio a Eleanora en el lateral de la habitación con expresión apesadumbrada, y se arrepintió de sus flirteos anteriores. Había bebido justo el suficiente champán, como para decidir saldar cuentas por todas las mujeres desdichadas.
– Te he echado de menos -susurró cuando la música comenzó.
– Yo también te he echado de menos, Kit. Oh Señor, eres tan hermosa. Casi me ha matado pensar en tí con Cain.
Se acercó más a él y susurró con malicia
– Querido Brandon, escápate conmigo esta noche. Dejémoslo todo, a Risen Glory y el Banco. Seremos solamente nosotros dos. No tendremos dinero o una casa pero tendremos nuestro amor.
Ocultó su diversión cuando lo sintió tensarse bajo la tela de su chaqueta.
– Realmente Kit, yo… yo no creo que eso fuera… fuera sensato.
– ¿Pero por qué no? ¿Estas preocupado por mi marido? Él vendrá tras nosotros, pero estoy segura que podrás ocuparte de él.
Brandon tropezó.
– Dejar no es… es decir, pienso que quizá… es demasiada prisa…
No había querido dejarlo librarse tan fácilmente, pero una burbuja de arrepentida risa se le escapó.
– Te estás riendo de mí -dijo rígidamente.
– Te lo mereces, Brandon. Eres un hombre comprometido y deberías haber pedido a Eleanora el primer baile.