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Parecía perplejo y un poco patético cuando trató de recuperar su dignidad.

– No te comprendo en absoluto.

– Eso es porque realmente yo no te gusto mucho, e indudablemente no me apruebas. Sería más fácil para tí si pudieras admitir que todo lo que sientes por mí es una lujuria poco caballerosa.

– ¡Kit! -tal honestidad sin rodeos era más de lo que podía aceptar-. Te pido perdón si te he ofendido.

Sus ojos se vieron atrapados por los adornos de lentejuelas de cristal del corpiño del vestido de Kit. Con gran esfuerzo, desvió su mirada fija y bullendo de humillación, fue a buscar a su prometida.

Con la partida de Brandon, Kit fue reclamada rápidamente por Sergio. Mientras tomaba su mano, echó un vistazo al lejano final de la habitación, donde su marido y Verónica habían estado de pie hacía un momento. Ahora solamente Verónica estaba allí.

La indiferencia de su marido pinchó a Kit hacía los limites de lo que incluso ella consideraba un comportamiento aceptable. Daba vueltas de una pareja a otra, bailando con rebeldes y yanquis por igual, elogiándolos a cada uno exageradamente y permitiendo que la sujetaran estrechamente. No le preocupaba lo que pensaran. ¡Deja que hablen! Bebió champán, bailó cada baile y rió con su embriagadora risa. Sólo Verónica Gamble detectó el filo de desesperación detrás.

Algunas de las mujeres estaban secretamente envidiosas del atrevido comportamiento de Kit, pero la mayor parte estaban escandalizadas. Buscaban con inquietud al peligroso señor Cain, pero él no estaba a la vista. Alguien susurró que estaba jugando al póker en la biblioteca y perdiendo muchísimo dinero.

Había una abierta especulación sobre el estado del matrimonio Cain. La pareja no había bailado ninguna vez juntos. Había habido rumores de que era un matrimonio inevitable pero el talle de Katharine Cain era tan delgado como siempre, de modo que eso no podía ser.

La partida de póker terminó poco antes de las dos. Cain había perdido varios cientos de dólares, pero su humor negro poco tenía que ver con el dinero. Estaba de pie en la puerta del salón de baile, mirando a su esposa flotar a través del parqué en los brazos del italiano. Parte de su cabello se había aflojado de sus alfileres y caía desordenadamente alrededor de sus hombros. Sus pómulos todavía mantenían su elevado color y sus labios eran manchas rosadas, como si alguien acabara de besarla. El barítono no podía apartar la mirada de ella.

Un músculo tembló en la esquina de la mandíbula de Cain. Avanzó empujando a la pareja que estaba delante de él y estaba a punto de entrar a zancadas en la pista de baile cuando John trató de agarrarle el brazo.

– Señor Cain, Will Bonnett allí afirma que no hay ningún casaca azul en todo el ejército de la Unión que pudiera disparar mejor que un rebelde. ¿Qué piensa usté? ¿Ha conocido alguna vez un rebelde al que no pudo eliminar aunque lo intentó?

Era una conversación peligrosa. Cain despegó los ojos de su esposa y centró su atención en Hughes. Aunque habían pasado casi cuatro años desde Appomattox, la interacción social entre norteños y sudistas todavía era débil, y la conversación sobre la guerra era evitada deliberadamente cuando se veían forzados a estar juntos

Observó que ese grupo de siete u ocho hombres estaba formado tanto por ex soldados de la Unión como por veteranos confederados. Era evidente que todos habían bebido más que suficiente, e incluso desde donde él estaba de pie, podía oír que su discusión había pasado de un educado desacuerdo a un abierto antagonismo.

Con una última ojeada hacia Kit y el italiano, caminó con Hughes hacía los hombres.

– La guerra ha terminado, señores. ¿Qué me dicen si vamos a probar un poco del fino whisky de la señora Gamble? -pero la discusión había llegado demasiado lejos. Will Bonnett, un ex plantador de arroz que había servido en el mismo regimiento que Brandon Parsell, dirigió violentamente su dedo índice en dirección de uno de los hombres que trabajaron para la Oficina de Freedmen-. Ningún soldado en el mundo entero peleó alguna vez como un soldado Confederado, y usted lo sabe.

Las furiosas voces estaban empezando a captar la atención de los demás invitados, y cuando la discusión se volvió más fuerte, la gente dejó de bailar para ver que provocaba el tumulto.

Will Bonnett descubrió a Brandon Parsell de pie con su prometida y los padres de esta.

– Brandon, dígaselo usted. ¿Ha visto alguna vez a alguien que pudiera disparar como nuestros muchachos de gris? Venga aquí. Diga a estos casacas azules cómo fue.

Parsell se desplazó hacia adelante de mala gana. Cain frunció el ceño cuando vio que Kit también se había adelantado en lugar de quedarse detrás con las demás mujeres ¿Pero qué había esperado?

En ese momento la voz de Will Bonnett había alcanzado a los músicos, que gradualmente dejaron sus instrumentos para así poder disfrutar de la pelea.

– Nos excedieron en número -declaró Bonnett- pero ustedes los yanquis nunca nos dejaron fuera de combate ni siquiera durante un minuto de la guerra.

Uno de los norteños avanzó.

– Parece que tiene mal la memoria, Bonnett. Tan cierto como el infierno que estuvisteis fuera de combate en Gettysburg.

– ¡No estuvimos fuera de combate! -exclamó un anciano que estaba de pie junto a Will Bonnett-. Fuisteis afortunados. Porque, nosotros teníamos niños de doce años que podrían disparar mejor que todos sus oficiales juntos.

– ¡Demonios, nuestras mujeres podrían disparar mejor que sus oficiales!

Hubo un gran rugido de risa por esta ocurrencia, y el hombre que había hablado fue golpeado con ganas en la espalda por su ingenio. De todos los sureños presentes, Brandon fue el único que no tenía ganas de reír.

Miró primero a Kit y luego a Cain. La injusticia de su matrimonio era como una astilla bajo su piel. Al principio había estado aliviado de no estar casado con una mujer que no se comportaba como debía hacerlo una dama, aunque eso representara la pérdida de Risen Glory. Pero cuando las semanas y los meses habían pasado, observó como los campos de Risen Glory habían estallado en blancas cápsulas y había visto las carretas cargadas de algodón ya tratado ir hacía el molino de Cain. Incluso después de que se hubiese comprometido con Eleanora, quien lo llevaría al Banco de Ciudadanos y Plantadores, no podía borrar de su memoria un par de perversos ojos violetas. Esa noche ella había tenido la audacia de burlarse de él.

Todo en su vida se había deteriorado. Él era un Parsell y sin embargo no tenía nada, mientras que ellos lo tenían todo… un yanqui de mala fama y una mujer que no conocía cual era su lugar.

Impulsivamente se adelantó.

– Creo que tiene razón sobre nuestras mujeres. Porque, una vez vi a nuestra propia señora Cain lanzar una piña a un árbol a setenta metros, aunque en ese momento no debería haber tenido más de diez u once años. Todavía se comenta de ese día que es la mejor lanzadora del condado.

Varias exclamaciones coincidieron con este fragmento de información, y otra vez Kit se encontró siendo el centro de las admirativas miradas masculinas. Pero Parsell no había terminado. No era fácil para un caballero saldar cuentas con una dama y quedar como un caballero, pero eso era exactamente lo que planeaba hacer. Y las saldaría con su marido al mismo tiempo. No sólo sería imposible para Cain salir victorioso con lo que Brandon estaba a punto de proponer, sino que también, el yanqui parecería un cobarde cuando se negara.

Brandon tocó el borde de su solapa.

– He oído que el Major Cain es un buen tirador. Supongo que todos hemos escuchado más que suficiente sobre el héroe de Missionary Ridge. Pero si yo fuera un hombre aficionado al juego, apostaría mi dinero por la señora Cain. Daría cualquier cosa por enviar a Will al otro lado de la calle a por su juego de pistolas, colocar una fila de botellas sobre el muro del jardín de la señora Gamble, y ver simplemente como de bueno es un oficial yanqui disparando contra una mujer del Sur, aunque de la casualidad que ésta sea su esposa. Desde luego, estoy seguro que el Major Cain no permitiría que su esposa tomara parte en un concurso de tiro, especialmente cuando sabe que tiene bastantes posibilidades de salir perdedor.