Выбрать главу

Él no había elevado la voz, pero la advertencia era clara y Dora enrojeció.

Estaban acercándose el lago, y Cain detuvo el carruaje.

– Mi chico de establo no es un criado común -continuó él, con tono ligero-. Es discípulo de Ralph Waldo Emerson.

Kit dejó de mirar a lo lejos a una familia de cisnes que se deslizaban entre las canoas para ver si él se estaba burlando de ella, pero no lo parecía. En su lugar él puso el brazo sobre la espalda del asiento de cuero y se giró para mirarla.

– ¿El único escritor que conoces es el señor Emerson, Kit?

La rabieta indignada de Dora puso parlanchina a Kit.

– Oh no, leo todo lo que cae en mis manos. Ben Franklin desde luego, aunque todo el mundo lo lee. Thoreau, Jonathan Swift. Edgar Allan Poe cuando estoy de humor. No me gusta mucho la poesía, pero de lo demás generalmente tengo un apetito voraz.

– Ya veo. Quizás no has leído a los poetas adecuados. Walt Whitman por ejemplo.

– Nunca he oído hablar de él.

– Es un neoyorquino. Trabajó como enfermero durante la guerra.

– No creo que pueda soportar a un poeta yanqui.

Cain levantó una ceja divertido.

– Me decepcionas. Seguramente un intelectual como tú no puede permitir que esos prejuicios interfieran para disfrutar de gran literatura.

Él estaba riéndose de ella, y sintió burbujear su rabia.

– Estoy sorprendido que hasta recuerde el nombre de un poeta, Major, la verdad es que no tiene mucha pinta de lector. Pero supongo que eso es común en los hombres tan grandes. Tantos músculos en sus cuerpos, y no ejercitan mucho el cerebro.

– ¡Impertinente!- Dora miró a Cain con una mirada de ¿lo-has-visto?

Cain la ignoró y estudió a Kit más detenidamente. El chico tenía agallas, no había duda. No podía tener más de trece años, la misma edad que Cain tenía cuando se escapó. Pero entonces Cain casi había alcanzado ya su altura adulta, mientras Kit era pequeño, poco más de metro cincuenta.

Cain se fijó en lo delicados que eran los rasgos del sucio chico: El rostro en forma de corazón, la pequeña nariz con una decidida inclinación ascendente, y esos ojos violetas rodeados de espesas pestañas. Eran el tipo de ojos hermosos en una mujer, pero parecían fuera de lugar en un chico y lo serían incluso más cuando Kit creciera y se hiciera un hombre.

Kit rechazó acobardarse bajo su escrutinio, y Cain reconoció una chispa de admiración. La delicadeza de sus características tenía probablemente algo de relación con sus agallas. Un chico de aspecto tan delicado habría tenido que defenderse de bastantes peleas. Todavía era demasiado joven para valerse por sí mismo, y Cain sabía que debería llevarlo a un orfanato. Pero incluso mientras consideraba la idea, sabía que no lo haría. Había algo en Kit que le recordaba a él a su edad. Había sido firme y tenaz andando por la vida afrontándola sin un titubeo. Sería como cortar las alas de un pájaro encerrar a este chico en un orfanato. Además era bueno con los caballos.

La necesidad de Dora de estar sola con él superó finalmente su aversión a hacer ejercicio, y le pidió bajar a pasear por el lago. Allí se desarrolló la molesta y previsible escena que esperaba. Era por su culpa. Había dejado que el sexo superara a su buen juicio.

Fue un alivio volver al carruaje donde Kit había empezado una conversación con el hombre que alquilaba las canoas y dos señoras de la noche brillantemente maquilladas para un paseo antes de irse a trabajar.

***

Esa noche después de cenar Kit se tumbó en su lugar favorito al lado de la puerta del establo, con el brazo apoyado en la cálida espalda de Merlin. Se encontró recordando algo extraño que le había dicho Magnus hacía un rato mientras admiraba a Apolo.

– El Major pronto se desprenderá de él.

– ¿Por qué? -había dicho ella-. Apolo es increíblemente hermoso.

– Por supuesto que lo es. Pero el Major no se queda mucho con las cosas que le gustan.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Regala sus caballos y sus libros antes de poder estar demasiado atado a ellos. Es su forma de ser.

Kit no podía imaginarlo. Eran las cosas que te mantenían anclado a la vida. Pero quizá el Major no quería estar anclado a nada.

Se tocó el cabello bajo su sombrero, y una imagen del sombrerito rosa y blanco de Dora Van Ness le llegó a la mente. Era tonto. El sombrero no era nada más que unos pocos trozos de seda y encaje. Pero no podía apartarlo de su mente. Continuó imaginando que aspecto tendría ella llevando esa ropa.

¿Qué le pasaba? Se quitó el sombrero roto y lo golpeó bruscamente contra el suelo. Merlín levantó la cabeza y la miró con sorpresa.

– No pasa nada, Merlín. Todos estos yanquis están metiendo ideas extrañas en mi cabeza. Como si necesitara la distracción de pensar en sombreritos.

Merlín la miró con detenimiento con sus sentimentales ojos castaños. No le gustaba admitirlo, pero le iba a echar de menos cuando se fuera a casa. Pensó en Risen Glory. Dentro de un año, tendría levantada la vieja plantación.

Decidiendo que la misteriosa crisis humana había terminado, Merlín volvió a poner la cabeza sobre su muslo. Distraídamente Kit manoseó una de sus largas y sedosas orejas. Odiaba esta ciudad. La enfermaban los yanquis y el sonido del tráfico incluso por la noche. La disgustaba tener que llevar ese asqueroso sombrero y sobre todo, la enojaba que todos la llamaran "chico".

Qué ironía. Toda su vida había odiado todo lo que tenía que ver con lo femenino, pero ahora que todo el mundo pensaba que era un chico, también lo odiaba. Quizás era una especie de mutante.

Se tocó distraídamente las puntas de su pelo sucio. Cuando el bastardo yanqui la había llamado hoy chico, se había sentido más que enferma. Él era tan arrogante, estaba tan seguro de sí mismo. Se había fijado en los ojos llorosos de Dora después de que volvieron de su paseo por el lago. La mujer era tonta pero Kit había sentido un instante de simpatía hacia ella. De formas distintas, pero las dos sufrían por culpa de él.

Acarició con los dedos el lomo del perro y repasó su plan. No era infalible, pero en general, estaba satisfecha. Y decidida. Seguramente sólo tendría una oportunidad para matar a ese demonio yanqui, y no tenía intención de fallar.

A la mañana siguiente Cain le tiró una copia de Hojas de hierba de Walt Whitman.

– Quédatelo.

2

Hamilton Woodward estaba de pie cuando Cain pasó a través de las puertas de caoba de su despacho privado de abogados. De modo que este era el famoso Héroe de Missionary Ridge, el hombre que estaba vaciando los bolsillos de los financieros más ricos de Nueva York. No iba vestido demasiado llamativo, lo que decía mucho a su favor. Su chaleco a rayas y la corbata marrón oscuro parecían caros, pero conservadores y su levita gris perla se le adaptaba a la perfección. De todas formas había algo no exactamente respetable en este hombre. Era algo más que su reputación, aunque eso era algo inexcusable. Quizá era la forma en que andaba, como si fuera el amo de la habitación dónde acababa de entrar.

El abogado dio la vuelta a su escritorio y le ofreció la mano.

– ¿Cómo está usted señor Cain? Soy Hamilton Woodward.

– Señor Woodward.

Mientras Cain le estrechaba la mano, lo evaluaba mentalmente. Era un hombre obeso de mediana edad. Competente. Pomposo. Probablemente un jugador de póker lamentable.

Woodward indicó un sillón de cuero delante de su escritorio.

– Lamento haberle avisado con tan poco tiempo, pero ya se ha retrasado este asunto más de lo normal. Y no por mi culpa, tengo de añadir. Apenas me enteré ayer, y le aseguro que nadie en este despacho es tan arrogante como para haber obviado un asunto tan importante. Especialmente cuándo concierne a un hombre al que todos estamos en deuda. Por su coraje en la guerra.