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– Ensayemos entonces una segunda teoría -propuso Bernal, mirando el mapa-. ¿Y si el cuerpo hubiera salido de la misma ciudad de Cádiz?

– Eso es lo primero que pensé yo, comisario. A menudo he visto submarinistas aficionados pescando al pie del rompeolas, por la Batería de la Candelaria, durante los meses de verano. Pero todavía es temprano para eso: el agua está demasiado fría -dijo su interlocutor mientras revolvía entre los informes. Y habiendo encontrado el que le interesaba, precisó-: El agua del mar tenía una temperatura de seis grados a las seis de la mañana del día veintiuno. Tendría que ser muy hombre el que hiciera una inmersión en un día tan frío con un traje tan delgado.

– ¿Qué barcos estaban fondeados en el puerto comercial aquella noche? -quiso saber el comisario.

– Sólo dos. Un crucero soviético que había desembarcado a un grupo de turistas, y el J. J. Sister, que zarpó a las ocho y media en su travesía bisemanal a Tenerife y las Palmas.

– Yo también dudo que nuestro desconocido submarinista estuviera pescando -dijo Bernal-. Después de todo, no se le encontró encima el equipo habitual. Pero sí podría haberle interesado el barco soviético. Tratemos de determinar si, partiendo de ese punto, pudo haber ido a parar a dos kilómetros y medio hacia el nordeste.

Soto sacudió la cabeza.

– Muy poco probable. Las mareas le habrían arrastrado en un eje nordeste-suroeste, eso suponiendo que hubiera conseguido salir del puerto. Debido a los muchos obstáculos, y en este caso al rompeolas que se extiende hacia la Punta de San Felipe, es muy difícil que un cadáver salga flotando de un puerto comercial. En mi opinión, habría ido a parar al rompeolas, donde los pescadores de caña, que son muchos allí, lo hubieran avistado.

– ¿Y si por casualidad resulta que el mar barrió el cadáver hasta hacerlo llegar a la bahía exterior, contraalmirante?

– En tal caso, la combinación de viento y corriente le habría llevado en principio hacia el noroeste, hacia el Atlántico, en especial después de haber cambiado el viento.

– Bien -dijo Bernal sin dar muestra alguna de impaciencia-, entonces podemos considerar bastante seguro que el cadáver del hombre rana no partió de ninguno de los lugares que ya hemos estudiado, en vista de eso, nos quedan el Puerto de Santa María, al nordeste del lugar donde fue encontrado, y Rota, al norte.

En ese punto terció el inspector Fragela.

– Es poco probable que nadie se dedicase a hacer inmersión en el Puerto, comisario -dijo en un tono andaluz muy cortés-. Allí las playas son largas y arenosas y tienen mucho limo del que vierte en la bahía el Guadalete. Y en la actualidad tampoco tiene tráfico marítimo apenas: todo el jerez y la manzanilla se envían ahora por carretera.

El contraalmirante aprobó con la cabeza.

– Es mucho más verosímil que fuera la base hispano-norteamericana de Rota, en particular si se trata de un caso de espionaje.

– Tratemos pues de establecer la trayectoria que pudo seguir desde Rota -dijo Bernal-. Sería bueno que me indicase usted las corrientes.

El contraalmirante tomó el largo puntero y señaló la desembocadura del Guadalquivir en Chipiona, situada al norte.

– El flujo de salida del Guadalquivir es mucho más fuerte que el del Guadalete; claro está que el río es navegable hasta Sevilla para buques de mediano calado -dijo. Y señalando un saliente que formaba la costa justo al oeste de Rota, continuó-: Las aguas que desemboca el Guadalquivir forman una poderosa corriente sur aquí, hasta Punta Candor, y luego tuercen en el faro de Rota y entran en la bahía de Cádiz. Con la marea baja se aprecia muy claramente.

– Así pues, si el cadáver hubiera salido de Rota con la marea alta del veintiuno, ¿en qué dirección cree que habría derivado? -indagó Bernal.

– Probablemente en dirección suroeste en un principio, hacia el Puerto de Santa María.

– ¿Y luego, con la marea baja de primeras horas del veintidós?

– En dirección suroeste, hacia alta mar, o incluso hacia el sur, aunque despacio, debido a la ligera brisa de poniente. Más tarde, la nueva marea, sumada a la corriente del Guadalquivir, lo habría empujado de nuevo hacia el nordeste.

– Continúe -pidió el comisario-. Sigamos su ruta, de marea en marea, hasta el punto en que fue descubierto.

Fragela y Bernal observaron con todo interés los movimientos indicados por Soto, que desplazando una roja banderilla por la superficie del mapa, de plástico transparente, anotaba a trechos, con un rotulador negro, fechas y horas. Gradualmente fue apareciendo un zigzag que, iniciado en la base naval de Rota, cruzaba el exterior de la bahía de Cádiz.

– Hacia la tarde del pasado jueves podía encontrarse aquí, comisario -declaró Soto-; pero tenga presente que no podemos saber con certeza qué distancias recorrió con cada marea. Yo he considerado una media de cuatrocientos metros -concluyó, indicando un punto situado bastante al noroeste de los escollos donde se había producido el hallazgo del cadáver.

– ¿Qué altura alcanzó la marea nocturna del jueves? -quiso saber Bernal.

– Ahí está la cosa. Como era muy alta, de primavera, bien pudo arrastrar a su submarinista hacia el noroeste, bastante lejos de las rocas.

– Pero ¿qué me dice de la corriente del Guadalete? -insistió Bernal-. ¿No es lógico que empezara a dejarse sentir en ese punto?

– Quizá -concedió Soto-. Si tomamos eso en cuenta, podría haber derivado un poco hacia el suroeste -dijo, aunque todavía sin convencimiento.

– Y está el cambio de vientos del viernes por la mañana -apuntó Bernal-. ¿No ha dicho usted que sopló de levante, a unos treinta y cinco nudos?

– Ése es el factor principal -convino Soto-, suponiendo que el cuerpo no estuviese sumergido a ras de agua, sino que ofreciese todavía cierta resistencia al viento.

– ¡Pero de eso se trata precisamente! -exclamó Bernal-. Los patólogos señalan que la descomposición estaba muy avanzada. Quiere decir que los gases internos añadirían flotabilidad al cadáver.

– Siendo así, le doy a usted la razón: soplando con tanta fuerza, el levante debió empujarlo hacia las rocas.

Mientras Bernal encendía otro Káiser, Soto se acercó a un armario del que extrajo una botella de Johnny Walker Etiqueta Negra y tres vasos altos. De comiso -observó Bernal-, como el Winston: conseguido a bajo precio en los almacenes de la Armada. Pese a lo mucho que generales y almirantes se quejaban de lo bajo de sus retribuciones, vivían -reflexionó- mucho mejor que la Policía Judicial.

Mientras despachaba el whisky que el contraalmirante le había servido en generosa medida, Bernal le pidió información sobre las instalaciones de Rota.

– Me han autorizado oficialmente a exponerles a usted y a Fragela las defensas militares de la bahía. Mi duda está, comisario en si piensa pasar esa información, cuando aparezcan, a los componentes de su equipo.

– Sólo les comunicaré lo estrictamente necesario para la investigación. Son, de la primera a la última, personas dignas de toda confianza; pero si fuese conveniente trataría el tema con el subsecretario del Ministerio.

– De acuerdo, pues. Lo que más le interesa, supongo, es la base de Rota. Fue construida por la Marina de los Estados Unidos como resultado del acuerdo bilateral de 1953, según el cual los norteamericanos dispondrían de tres bases aéreas, las de Zaragoza, Torrejón y Morón, y una naval, para submarinos, en Rota, además de una serie de instalaciones de radar en varios puntos de nuestro territorio. De resultas primero del accidente nuclear ocurrido en Palomares en 1963, y luego de los cambios políticos suscitados por la muerte de Franco, en 1976, a la renegociación del acuerdo, se convino que todas las bases norteamericanas quedarían desnuclearizadas para finales de 1979, y este año, en la renovación del convenio, se ha acordado que todas las bases serán dirigidas conjuntamente por las fuerzas armadas de los Estados Unidos y las nuestras. Como consecuencia de ello, estamos en vías de integrar el mando de Rota, y en la base ondean actualmente las banderas de los dos países.