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– Es posible que no regresen hasta el momento previsto para la operación -dijo Lista-, y entonces será demasiado tarde para conseguir repuestos.

– Carguémoslo en la patrullera -dijo Varga-, cuidando de no dejar rastros de nuestra visita.

Antes de salir hacia la conferencia de seguridad, Bernal recibió una llamada del inspector Ibáñez, del Registro Central de Madrid.

– Te he localizado unos cuantos datos sobre Melkart, Luis. Se trata de un grupo de oficiales marroquíes y argelinos, fundamentalistas musulmanes, resueltos a unificar el Magreb bajo el estricto dictado de la ley coránica. Parece ser que han conspirado para echar a Hassan II del trono, y que la organización se extiende por todas las fuerzas armadas marroquíes.

– Una información muy valiosa, Esteban. ¿Podrías enviarme el contenido de ese expediente?

– Te lo mando con el primer avión que salga de Barajas.

Bernal pidió a Fragela que le acompañase a la reunión oficial sobre seguridad que iba a celebrarse en Capitanía. Previamente había telefoneado al Ministerio de Defensa a fin de conseguir que fuese autorizada a título extraordinario la presencia del comisario gaditano, que consideraba indispensable para la buena marcha de la investigación.

El contraalmirante Soto salió a recibirles al vestíbulo y les llevó a su despacho.

– Quiero explicarle cómo se ha organizado la reunión, comisario. Van a asistir a ella el capitán general del Estrecho, que la presidirá, y tres vicealmirantes, encargados respectivamente de los movimientos, el personal y el aprovisionamiento de la flota. También contaremos con el asesoramiento del comodoro que lleva las relaciones políticas. Hemos invitado además al gobernador militar de Cádiz y al jefe de la Guardia Civil.

– ¿Qué orden se va a observar, contraalmirante?

– Después de hacer las presentaciones, el capitán general le pedirá a usted una síntesis de los casos del submarinista muerto y del asesinato del sargento Ramos. Seguidamente se aunarán informaciones, y de ahí pasaremos a resolver sobre la adopción de contramedidas.

– Muy bien. Hemos traído los expedientes actualizados.

Mientras subían la elegante escalera de mármol que llevaba a la sala de conferencias de Capitanía, Bernal reparó en un grupo de jefes de Marina que aguardaban en el rellano. Deteniéndose de improviso, hizo retroceder al contraalmirante.

– ¿Quién es ese que está a la izquierda, Soto? -preguntó en tono premioso.

– Pues… el vicealmirante responsable de los suministros.

– Estoy seguro de que es el mismo que vi el sábado en el Convento de la Palma, hablando con el padre Sanandrés -dijo con la mirada puesta en Soto y Fragela y obligándose a pensar de prisa-. Propongo que no mencionemos para nada ni los sucesos del convento ni el complot para liberar a los dos oficiales del fuerte de Santa Catalina. Podría ser muy bien que ese vicealmirante estuviese complicado en el asunto. ¿Sabe si es de ideas extremistas, Soto?

– La gente de izquierdas diría que la mayoría lo somos, comisario -respondió irónico el contraalmirante-. Y que es algo que se nos inculca con la formación. Pero ese hombre es más extremista que la mayor parte de nosotros.

– Tendrá que ver usted qué hace con él después de la reunión -dijo Bernal-. Recuerde que la JUJEM ha decidido dejar, bajo discreta vigilancia, que los militares lleven a término su plan, a fin de disponer de pruebas incriminatorias suficientes para llevar a los conspiradores ante un tribunal militar.

– Convengo en que es preferible no decir nada -asintió Soto en tono grave.

– Muy bien, de acuerdo. Pues entremos en el foso de los leones.

Después de saludar a los asistentes con desmañada cortesía, el capitán general pidió a cada cual que se presentase a los demás, y seguidamente solicitó a Bernal una sucinta exposición de los incidentes registrados en la bahía. Los presentes atendieron con vivo interés a su conciso relato, en especial en lo referente a las entrevistas con el americano responsable de la seguridad de Rota. Al concluir Bernal su intervención, el capitán general le preguntó si se había encontrado algo en la isla de Sancti Petri.

– En ese momento mis hombres están llevando a cabo una minuciosa exploración junto con un destacamento de la Guardia Civil. Les he pedido que si descubren algo, me cursen un aviso urgente.

– Yo tengo una noticia que puede ser de interés -intervino el jefe de la Guardia Civil-. Un equipo nuestro ha detenido esta mañana en una pensión de Algeciras a dos oficiales argentinos que se hacían pasar por turistas. Se trata de agentes que llegaron a España hace una semana, por Madrid-Barajas, y desde entonces han sido seguidos continuamente por hombres de los servicios secretos del CESID. Llevaban consigo grandes sumas de dinero en dólares americanos, y compraron municiones en dos armerías de la capital. Luego alquilaron un automóvil tipo ranchera en el que se trasladaron a Algeciras, donde compraron una lancha neumática con motor fuera borda. Anoche intentaron una incursión de prueba en Gibraltar, cruzando la bahía al amparo de la oscuridad, y consiguieron atravesar parcialmente las defensas británicas. Durante su ausencia, mis hombres registraron su alojamiento, donde encontraron cierta cantidad de minas adhesivas, explosivos y dos metralletas. Aunque está claro que su objetivo era un ataque a las instalaciones británicas, el jefe del CESID considera que una acción semejante hubiera supuesto un grave peligro tanto para nuestros ciudadanos como para los «llanitos» de Gibraltar. Consultado el presidente del Gobierno, se determinó ordenar su captura y deportación a la Argentina -en la sala cundieron murmullos que Bernal interpretó como de desaprobación-. El presidente -continuó el jefe de la Guardia Civil- decidió asimismo informar al embajador británico. El Gobierno opina que sería embarazoso verse mezclado en el conflicto de las Malvinas.

– Lo considero un ultraje -protestó el vicealmirante que Bernal recordaba haber visto en su visita al convento-. Debió permitirse a los argentinos llevar adelante su empresa y volar la base británica. De esta forma, habríamos tomado el Peñón, o lo que quedara de él -miró en ronda a los reunidos, como buscando su adhesión.

– Si nuestro difunto Caudillo no encontró en cuarenta años un solo momento adecuado para dar ese paso -comentó con exquisita ironía el capitán general-, mal lo tiene nuestro actual Gobierno, con tan corta existencia previsible, para llevarse ese gato al agua.

El vicealmirante le dedicó una mirada furibunda, antes de clavar los dientes en su cigarro canario.

– Tampoco se nos presentó nunca una oportunidad como ésta -farfulló.

– Permítame que le recuerde, vicealmirante, que durante la segunda guerra mundial se presentaron toda una serie de oportunidades, pese a lo cual nunca se juzgó propicio el momento.

En ese instante intervino el oficial de relaciones políticas.

– La verdad es que los británicos no se muestran ingratos con nosotros. Acabo de recibir un aviso de mi colega gibraltareño, en el sentido de que se han detectado movimientos de tropas al norte de Tetuán, al oeste de Axdir y al norte de Nador. También se han observado actividades navales de menor importancia al sur de la isla de Alborán, que, como todos ustedes saben, nos pertenece.

– ¿Cómo han conseguido esa información? -quiso saber el capitán general.

– Los movimientos de tropas fueron localizados por fotos de satélite corrientes, y la actividad naval la detectó el radar británico.

Todos volvieron la mirada hacia el gran mapa mural del Estrecho.

– Advertirán que esos movimientos de tropas tienen lugar cerca de nuestras posesiones de Ceuta, Alhucemas, el Peñón de Alhucemas y Melilla -señaló el comodoro-. He transmitido esa información a Madrid y al gobernador militar de nuestros territorios africanos.