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– Lo que me intriga a mí -dijo el capitán general- es esto: ¿qué andan buscando realmente esos marroquíes en este lado del Estrecho? ¿Qué se propone la Organización Melkart?

Bernal aguardó por si alguien apuntaba sugerencias. Como nadie interviniese, dijo por fin:

– Esta mañana he recibido cierta información del Registro Central. Al parecer, Melkart es el nombre de un grupo elitista de oficiales consagrado a unificación del Magreb y a reinstauración de la ley musulmana rigurosa. Su objetivo podría ser muy bien dos golpes de Estado simultáneos, en Rabat y en Argel, y también podrían estar planeando con sus colegas tunecinos el poner fin al largo gobierno de Burguiba. No debiera sorprendemos que se propusiesen recuperar Ceuta y Melilla y los demás enclaves que tenemos en su territorio.

– ¿Recuperar? -resopló el vicealmirante extremista-. ¡Esos territorios jamás fueron suyos! Pero ¿se dan cuenta ustedes de la cantidad de sangre española que se ha derramado a lo largo de los siglos para defender nuestras posesiones del norte de África? Marruecos y Argelia no son más que Estados fantoches que los contendientes sacaron del desierto después de la segunda guerra mundial. De Gaulle hizo cuanto pudo por aferrarse a las posesiones francesas, pero al final se vio traicionado, como nuestro extinto Caudillo (que en gloria eterna esté) cuando cedimos a Hassan el Sáhara español.

– Yo no he propuesto que les entreguemos nuestros enclaves, vicealmirante -replicó Bernal-. Me limito a conjeturar los propósitos de esa organización clandestina.

– ¿Cree usted seguro, comisario, que están planeando un ataque a nuestros territorios de allí? -preguntó el capitán general.

– Estoy convencido de ello. La probable finalidad de sus actividades en la bahía de Cádiz es la de neutralizar nuestra flota, y deben de tener mucho interés en que no intervengan los norteamericanos.

– Nuestra flota se encuentra ya en Alerta Amarilla, comisario -declaró el capitán general-. ¿Cree usted que deberíamos pasar a la Alerta Roja?

– Sin duda alguna, y eso es lo que he recomendado esta mañana a mis superiores de Madrid -respondió Bernal con firmeza.

– Pero ¿se percata usted de lo que supone eso en cuanto al coste y movimiento de fuerzas? -le interpeló el vicealmirante responsable del personal-. Habría que anular hasta el último permiso y embarcar a toda la oficialidad y la marinería.

– Eso supongo -repuso Bernal-. Es más: yo recomendaría desatracar la flota.

– ¿Desatracar la flota? -exclamó el tercer vicealmirante-. Le advierto que una parte de los barcos están en dique, en reparaciones; ponerlos a punto llevaría días.

– Han de estarlo el sábado como más tarde, si quieren evitar el riesgo de perderlos en puerto por sabotaje, y de paso, perder nuestras posesiones del norte de África -el comisario indicó el mapa mural-. Propongo desatracar toda la flota de Cádiz y Cartagena, y reforzarla con unidades procedentes de El Ferrol. Las del sur deberían dirigirse a Ceuta, Alhucemas y Melilla, con tropas para reforzar esas guarniciones.

Como estallara una oleada de murmullos, el capitán general llamó al orden a los reunidos.

– Caballeros, caballeros, un poco de calma. Hay que sopesar reflexivamente las recomendaciones del comisario.

En ese dramático momento entró en la sala un teniente con un mensaje para el capitán general, que éste leyó de inmediato.

– Una urgente llamada telefónica para usted, comisario -le dijo a Bernal-. Si quiere, puede atenderla en el despacho contiguo. El teniente le indicará el camino.

Bernal abandonó la estancia con la sensación de haber abierto la caja de Pandora. Y estaba sobrecogido por lo que salía de ella.

Era Paco Navarro, que telefoneaba desde Cádiz.

– Lista acaba de llamar desde Torre Gorda, jefe. Él y Varga han encontrado armas escondidas en el pozo de Sancti Petri, debajo del castillo, en una extraordinaria gruta que podría ser lo que queda del templo de Melkart.

– ¿Dices que han retirado esas armas y las han llevado a tierra?

– Sí, jefe. Pensaron que querrías neutralizar al enemigo.

– Magnífico. Pero podrían tener reservas escondidas en otra parte. ¿De qué se componía ésa?

Navarro le leyó la lista, que Bernal anotó en un cuaderno.

– ¿Y dices que el rotulado de las cajas estaba en francés?

– Sí, jefe, pero no había marca del fabricante. Varga está examinando en ese momento las municiones con el armero naval de Torre Gorda.

– Seguramente serán belgas, de las que suelen suministrar los traficantes internacionales.

– ¿Qué tal la reunión, jefe?

– De momento, tempestuosa; pero creo que tarde o temprano entrarán en razón.

Al regresar Bernal a su asiento de la sala de conferencias, los presentes volvieron a guardar silencio. Ante la significativa mirada que le dirigió Fragela, supo que tenía, en él cuando menos, un aliado que le pondría al corriente de lo sucedido durante su ausencia. El capitán general se volvió hacia él con aire expectante.

– ¿Y bien, comisario? ¿Alguna noticia?

– Se ha descubierto una considerable reserva de armas escondida en la isla de Sancti Petri -y leyó la relación de minas adhesivas, explosivo, granadas submarinas y metralletas-. Todo ese material se encuentra ahora en la base naval de Torre Gorda, de modo que hemos conseguido arrancarle unos cuantos dientes a Melkart -encendió un Káiser y le dio una chupada-. Creo, almirante, que hemos de sacar la conclusión de que se proponen atacar sus barcos, y a mí me parece que estarían mucho más a salvo en el mar que diseminados por la bahía.

– Pero ahora el peligro es mucho menor -arguyó el vicealmirante responsable de las operaciones navales-. Además, nuestras defensas electrónicas detectarían al agresor antes de que alcanzase los barcos.

– Me permito señalar, que no tienen defensas de ese tipo en la boca del canal de Sancti Petri, que es un acceso directo a La Carraca y Bazán. Deben de tener previsto entrar por ahí.

– Eso es innavegable -replicó el vicealmirante en tono de rechazo-. No tiene calado suficiente para un submarino, y cualquier embarcación de superficie sería descubierta mucho antes de que llegase a nuestros barcos.

– Olvida usted el misterioso submarino de bolsillo -repuso Bernal con calma-. Todavía no han descubierto de qué clase de nave puede tratarse, ¿no es así?

Reconocieron que no disponían aún de información alguna.

– Entonces, ¿por qué exponer dos navíos de los mayores y tres destructores a semejante peligro? Sáquenlos a la mar y ocúpenlos en algo importante: por ejemplo, reforzar nuestras guarniciones de Ceuta y Melilla. ¿Qué barcos tienen situados allí ahora?

El vicealmirante a cargo de las operaciones puso cara de malestar.

– Una fragata en Melilla y dos en Ceuta -confesó.

– ¿Y qué cantidad de hombres? -preguntó Bernal al gobernador provincial.

– Aunque no lo sé con certeza, comisario, deben de ser unos dos mil quinientos en Ceuta, y la mitad de eso en Melilla, si bien muchos podrían estar de permiso con motivo de la Semana Santa.

– ¿Resistirían esos efectivos un ataque terrestre en toda regla?

– Depende, claro está, de las proporciones de la ofensiva. Si interviniese en ella todo el Ejército marroquí…

– Entonces, ¿qué se pierde reforzando las guarniciones?

– Supondría debilitar las defensas de aquí -señaló serenamente el capitán general.

– ¿Cuánto se tardaría en traer barcos de refuerzo de la flota norteña? -indagó Bernal.

– Por lo menos cuarenta y ocho horas.

– Bien, entonces aún hay tiempo: disponemos de dos días. Y supongo que podrían enviarse tropas de Sevilla y Jerez para proteger las instalaciones de Cádiz. No olvidemos que Melkart tiene situados aquí, en este momento, colaboradores que no sabemos dónde se encuentran.

– ¿Cómo puede estar tan seguro de eso? -preguntó el capitán general.