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Sabía Ángel que Navarro tenía intención de enviarle a Elena un mensaje urgente, para avisarle de que él estaba al acecho en el hostal de enfrente, pronto, a una señal suya, a respaldarla. Lo malo era que Gallardo no conocía a la enlace, si bien empezaba a sospechar que se tratase de la mujer a quien habían negado la entrada al convento. Y eso sólo podía significar que Elena, tal vez sin que ella misma lo advirtiese, había sido descubierta. Decidió telefonear inmediatamente a Navarro.

Bernal y Fragela regresaron a la sala de operaciones agotados por las casi tres horas invertidas en planear el programa de contramedidas frente a la operación Melkart. Habían convenido en cercar por tierra y mar Bahía Ballena, con miras al encuentro clandestino previsto allí para las 23.30 horas del sábado 10 de abril, amén de solicitar que en la boca del canal de Sancti Petri, vigilada por un destacamento de guardias civiles ocultos en los viejos barracones próximos al fondeadero, se instalase una red antisubmarinos provista de detectores de sonar pasivo. La Armada había incrementado ya la vigilancia en sus bases, y oficiales y marinería estaban regresando en ese momento a sus puestos.

Navarro empezó a transmitirle a Bernal las noticias más urgentes.

– Tengo una posible pista sobre el paradero de los cómplices de Melkart en tierra, jefe. El capitán Barba nos está haciendo pesquisas en Chiclana.

Escuchando el informe de Miranda sobre su visita al profesor Castro y vista la carta del gerente del Hotel Salineta, Bernal dijo:

– Hay que comunicárselo a Soto y, tan pronto Barba nos confirme que los marroquíes están allí, poner el hotel bajo vigilancia. Hemos de seguirles los pasos adondequiera que vayan, aunque supongo que no se dejarán ver hasta el sábado por la noche. El peligro está en que pueden tener en el hotel armas y municiones a punto para la operación.

– También se ha recibido un aviso de Ángel, jefe. A la catalana le han negado esta tarde la entrada al convento, de modo que no se ha podido establecer contacto con Elena. Gallardo teme que la hayan descubierto.

Preocupado, Bernal consideró posibles líneas de acción.

– Si sospechan de ella, Paco, puede verse en peligro. Pero si intervenimos prematuramente, frustraremos el complot de los oficiales, y la JUJEM quiere que lo lleven adelante bajo nuestra vigilancia. Déjame que discurra una solución.

– Elena es lista, jefe, como ya lo ha demostrado en otras ocasiones. En caso de necesidad, sabrá apañárselas sola.

– Aun así, me resisto a dejarla sin apoyo otros dos días. Quiero que Lista hable con la catalana, y descubra qué es lo que ha fallado, y que luego me llame al hotel.

Bernal encontró un recado esperándole en el Hotel de Francia y París.

– Una señora le ha llamado dos veces desde Las Palmas, comisario -le anunció la recepcionista-. Ha dejado un número, para que le telefonee usted.

– Lo haré desde mi habitación -dijo Bernal.

Al llegar al cómodo cuarto con vistas a la placita de dorados naranjos, se descalzó, se sentó en la cama y encendió un Káiser. Poco más tarde estaba al habla con Consuelo.

– ¿Luchi? ¿Dónde te habías metido? Llevo dos días llamándote a Madrid, y ahora me entero de que has vuelto a Cádiz -dijo ella en tono de reproche.

– Lo siento, cariño. No me he movido de aquí. Pero no tenía adónde llamarte. ¿Qué tal fue el viaje?

– Lento pero reposado. El chalet es precioso. Está en una colina, con vistas a Las Palmas y al mar. Tiene un jardín muy agradable, y como ves, me han conectado el teléfono. La chica para todo que he contratado es muy servicial. Pero lo más importante es que esto queda sólo a diez minutos del banco, en coche. Un sitio estupendo para esperar a nuestro hijo.

– Confío en que pronto podré ir a visitarte, pero este caso se está presentando muy complicado, y a lo mejor lleva tiempo resolverlo.

– ¡Lo del hombre rana muerto! -exclamó Consuelo-. Me lo imaginaba.

– Aunque por teléfono no te puedo decir mucho más, quizá te guste saber que está aquí todo mi equipo de Madrid.

– ¿Ha respirado Eugenia sobre lo de la separación legal?

– Está demasiado ocupada en decorar pasos para las procesiones. Trataré de hablar otra vez con ella antes de marcharme.

9 DE ABRIL, VIERNES

El Viernes Santo había amanecido cálido y despejado, con apenas una suave brisa del oeste. A las ocho Bernal convocó a reunión a su equipo, incluido Ángel, a quien había relevado temporalmente uno de los hombres de Fragela.

– La primera noticia -comenzó Bernal- es que el capitán Barba de la Guardia Civil de Chiclana ha confirmado que, en efecto, un grupo de marroquíes alquilaron el Hotel Salineta el mes pasado. Quiero que vosotros dos, Miranda y Lista, ayudéis a Barba a organizar la vigilancia. Con muchísimo cuidado, tratad de averiguar qué actividades desarrollan y cuántos son. No olvidéis que se trata probablemente de soldados con entrenamiento especial -dijo. Y volviéndose hacia Navarro, preguntó-: ¿Se ha establecido algún contacto con Elena?

– Ninguno, jefe.

– Me tiene preocupado. Hay que encontrar la forma de entrar allí. Yo podría hacerlo, so pretexto de visitar a mi esposa. Lo malo es que, creyendo que regresé a Madrid el lunes, le sorprendería mucho verme aparecer, y eso podría poner en guardia al padre Sanandrés. ¿Se ha observado alguna actividad en el convento, Ángel?

– Desde ayer por la tarde, cuando salieron las seglares, nada.

En ese momento intervino Lista.

– Yo fui a visitar a la catalana en su casa, y según ella, sor Serena, la portera, le dijo que era demasiado pecadora, y que no podía dejarla entrar a la Adoración Diurna sin antes cumplir una severa penitencia.

– Lo de la Adoración -explicó Bernal- es cuando les entregan el agua del manantial que hay debajo de la capilla. Por lo visto, es el único que hay, de agua dulce, en toda la ciudad. El suministro normal procede de El Puerto. En cuanto a ese pozo, pasa por ser la antigua Fuente de la Jara, que tenía algo que ver con el templo de la Venus Marina. Habrá que pedirle a Peláez que analice sus propiedades, a ver si resulta que es el elixir de la vida.

– El factor más importante -manifestó Fragela- es que hemos identificado al coronel y al capitán complicados en la conjura para la liberación de los presos. Mis hombres les siguieron anoche. El coronel y el capitán estuvieron cenando con el vicealmirante encargado de los suministros de San Fernando. Mi gente no pudo acercarse lo bastante para oír la conversación.

– ¿Está colaborando la Segunda Bis con usted y con sus hombres conforme a lo ordenado por el CESID, Fragela?

– Sí que lo hacen, comisario. Llevan algún tiempo vigilando a esos oficiales.

– Yo voy a entrevistarme ahora con Soto -anunció Bernal-, pero si se produce alguna novedad en el convento, avisádmelo en seguida.

Elena Fernández, que durmió poco la noche del jueves, había tomado una decisión antes de que la llamaran a maitines a primera hora del Viernes Santo: hablar con la señora de Bernal y pedirle que le llevase el sobre a su marido. Estaba claro que tanto el padre Sanandrés como sor Serena confiaban en la mujer del comisario, el cual debía estar a su vez, a ojos de ellos, fuera de toda sospecha. Hecho eso, Elena quedaría en libertad de investigar lo que pudiese en la Santa Cueva y tratar de descubrir su secreto, o el «mecanismo trucado», como le había oído llamarle al coronel.

Terminado el frugal desayuno, consistente en un café flojo, manchado de leche, y pan frito en aceite de oliva poco refinado, y habiendo comprobado que la bondadosa sor Encarnación seguía sin aparecer por el refectorio, Elena se encaminó al patio trasero, donde encontró a Eugenia Bernal rociando con una regadera las flores del paseo. Al principio le fue imposible hablar en privado con la mujer de su jefe, pues sor Serena no dejaba de merodear por allí, pero cuando por fin el prior llamó a la monja, Elena decidió atrapar la ocasión al vuelo.