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– Era muy fisgona -dijo Bernal-. Pero aun así, necesito saber quién golpeó a Elena.

– Yo voy ahora a la Residencia Sanitaria, a reconocerla. Pero dudo que le haga mucha gracia el que Varga la examine con la lupa.

Al despertar el sábado por la mañana en su habitación del hotel, Bernal, que había conseguido dormir un par de horas, se encontró a su esposa sentada en la cama vecina, con los pies en un baño de mostaza y agua caliente y pasando el rosario. Como se incorporase él con un gruñido, Eugenia interrumpió sus rezos y le miró.

– ¿Te apetece un café, Luis?

– Sí, gracias. ¿Quieres pedirle a la telefonista que lo encargue? -Se sentó en el borde de la cama, encendió un Káiser y se aflojó el cuello de la camisa.

– ¿Qué ocurrió anoche, Luis? ¿Qué hicisteis con el padre Sanandrés?

– Le llevamos detenido a jefatura. Ha confesado abiertamente su implicación en el complot de los oficiales.

– ¿Y sor Serena?

– Muerta. La encontramos ahogada en el pozo de la cueva.

Eugenia se persignó varias veces, con expresión aterrada, y agitó el rosario. Pasado un instante, preguntó por sor Encarnación.

– Los hombres de Fragela la encontraron encerrada en su celda, con un triste mendrugo y una botella de agua. Se la llevaron a la Residencia Sanitaria. Está en el mismo pabellón que Elena Fernández.

– ¿Qué le pasó a tu inspectora?

– Le dieron un golpe en la cabeza, y no consigo averiguar quién lo hizo.

– Aunque hablar mal de un difunto sea poco caritativo, ¿no crees que pudo ser sor Serena? -apuntó Eugenia, no sin persignarse una vez más-. Era una fanática y entrometida. A la señorita Fernández la perseguía por todo el convento. Sospechaba, creo yo, que era una espía.

– Quizá aciertes, Geñita. Pero ¿con qué la golpeó? Eso es lo que me intriga.

En ese preciso momento sonó el teléfono, y Bernal cruzó hacia la mesilla más próxima a la ventana, para atender la llamada. Eugenia, a todo eso, continuaba frotándose los lacerados pies en la jofaina de agua caliente con mostaza.

– ¿Eres tú, Luchi? -preguntó la autora de la llamada-. ¿O sea que sigues en Cádiz?

Bernal lanzó una subrepticia mirada hacia su esposa, de cuya espalda, más tiesa que un huso, sólo le separaba el ancho de la cama.

– Sí, eso me temo; aunque una parte del caso ya está resuelta -contestó lo más sucintamente que pudo.

– Yo he seguido los breves informes que da la prensa de Canarias; y para mí, por lo que he leído entre líneas, el submarinista muerto era marroquí, y todo ese asunto tiene que ver con Ceuta y Melilla, ¿no?

– Excelente, inspector; su deducción es correcta -repuso Bernal con una risa forzada.

– Me parece que no estás solo ahí, Luchi -dijo Consuelo en tono desconcertado-, o no me dirías esas cosas tan raras ni me llamarías «inspector». ¿Está Eugenia contigo?

– De nuevo acierta usted, y por ese lado no hay novedades que señalar. Le telefonearé tan pronto como regrese a Madrid.

– De acuerdo, Luchi. Yo sólo te llamaba para decirte que ya he empezado a trabajar en el banco, y que allí todos se muestran muy amables conmigo. Muchos besos.

– Lo mismo digo. Le llamaré pronto.

Colgando el auricular, Bernal alcanzó maquinalmente un Káiser y abrió una de las carpetas oficiales que tenía amontonadas en la mesa próxima al balcón, cubierta por un tapete de encaje de bolillos.

Todavía de espaldas a él, Eugenia dijo en tono seco incisivo:

– Luis, si la que llamaba era esa niña pindonga con quien tienes la pretensión de escaparte, espero que le hayas dicho muy clarito que no hay ni la menor posibilidad de que tú y yo nos divorciemos.

Había olvidado por un momento lo agudo que tenía su esposa el oído.

– Mira, Geñita -suspiró-, si te parece, dejemos ese asunto hasta que yo haya terminado este caso y estemos de vuelta en Madrid.

– No veo llegada la hora de volver. A ver si me consigues plaza en el correo de esta noche… en tercera, claro. Ya sabes el malestar que me causan estos hoteles caros. No nos cobrarán suplemento por haber dormido yo aquí esta noche, ¿verdad?

– No lo sé, pero supongo que al ministerio no le importará apoquinar al menos lo de tu lavatorio de mostaza.

Tirando sin poder de su cuerpo, Bernal se presentó a las diez en la sala de operaciones y le preguntó al inspector Navarro, de ojos cargados de sueño, qué novedades había.

– Madrid ha ordenado que les enviemos a los cuatro oficiales, con una escolta armada. El CESID se hará cargo del interrogarlo.

– ¿Y el padre Sanandrés?

– Han dicho que le retengamos aquí, jefe.

– ¿Alguna noticia de Chiclana?

– Lista y Miranda han pasado el parte esta mañana. Desde ayer, cuando aparecieron los dos árabes del Cadillac, ninguna actividad.

– No estoy seguro, Paco, de que sea prudente dejar que acudan hoy a su cita del cabo Roche. Yo propondría atraparlos en su escondrijo de ahora. Tendré que acercarme a San Fernando y consultar con Soto.

Camino de San Fernando por la vía Augusta Julia, Bernal, viendo una fragata que cruzaba lentamente la bahía interior hacia el puente nuevo, se la señaló al chófer de la policía y dijo:

– El puente se abre al paso de los barcos, ¿no?

– Sí, se levanta por el medio, comisario, en dos brazos.

Mira por dónde…, pensó Bernal.

Las calles de San Fernando bullían de marineros que se reintegraban a sus puestos, y en la Capitanía General, cuando Soto les recibió, reinaba un ambiente de tiempo de guerra.

– Tengo una noticia que le contentará, Bernal. La JUJEM ha dado su aprobación: la flota zarpará esta noche hacia Ceuta, y los barcos fondeados en Cartagena saldrán hacia Melilla y Alhucemas. Mañana llegarán a Cádiz barcos de refuerzo de El Ferrol.

– Me gustaría que pusiesen un retén numeroso en el nuevo puente de la bahía, Soto.

– ¿En el de José León de Carranza? ¿Por qué?

– Los barcos de gran tamaño no pueden pasar por ahí sin que lo levanten, ¿no es así? -dijo Bernal. Soto asintió-. En tal caso, se trata de un punto vulnerable. Hay que poner guardia en las torres de maniobras y en los accesos. Y aconsejo que se haga lo mismo en todos los puentes próximos a San Fernando. ¿Han colocado ya la red antisubmarinos en la boca del canal de Sancti Petri?

– Sí, pero en este momento no está tendida.

– Si tiene instalados los detectores sonar y son bastante sensibles para detectar uno de esos submarinos enanos, no importa.

– Han puesto los más modernos; pero por lo que pueda ocurrir, levantamos la red todas las noches, con la marea alta.

– ¿Y qué actividad de tropas tenemos?

– Esta noche llegan refuerzos de Jerez y Sevilla. En cuanto al escuadrón de los GEO, está a nuestras órdenes, en Chiclana.

– Estupendo. Podríamos necesitarlos. ¿Qué se está haciendo a nivel diplomático?

– Tengo entendido que el ministro de Asuntos Exteriores se entrevista mañana por separado con los embajadores de Marruecos y de Argelia. Británicos y americanos han recibido aviso de que nos proponemos reforzar nuestras guarniciones del norte de África. Por su parte nos están pasando información, obtenida por satélite, sobre nuevos despliegues de tropas en el norte de Marruecos -resumió el contraalmirante. Y señalando un ejemplar del Diario de Cádiz, añadió-: Le supongo al corriente de las algaradas estudiantiles que se están produciendo en distintas ciudades marroquíes…

– Todavía no he podido ver los periódicos, pero hoy le echaré una ojeada a El País, que llega a la hora del almuerzo. Esos disturbios, Soto, podrían haber sido organizados con el fin de distraer la atención; lo que ustedes llaman una maniobra de diversión…