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– Yo creo que la JUJEM se da cuenta de esa posibilidad.

El sábado, a última hora de la mañana, Varga le mostró a Bernal el tacón que habían estado inspeccionando.

– Tiene hilos prendidos, jefe, y son de lana color castaño, como el hábito de la difunta. Parece prueba bastante de que fue un tropezón accidental lo que la hizo caer al pozo.

– ¿Y qué sabemos del instrumento contundente con que golpearon a Elena?

– He encontrado partículas de cuero negro alrededor de la herida.

– ¿Sería una porra?

– Por las características de la lesión, el doctor Peláez cree que emplearon un objeto plano, de bastante filo. Cuando baje la marea, voy a volver al pozo. Con lo estrecho y hondo que es, dragarlo será un trabajo de todos los demonios. También estoy investigando el funcionamiento de esta instalación. Es un complicadísimo trabajo de ingeniería del siglo pasado, hecho en Francia.

– Y seguramente instalado por un milagrero que precedió a nuestro prior.

– A propósito, jefe: el laboratorio nos ha enviado el análisis de las muestras de agua extraídas de los pulmones de la muerta. Es exactamente el mismo tipo de agua dulce que da el pozo. No hay duda de que se ahogó allí. Pero lo más curioso es una cosa: el agua tiene minúsculas proporciones de estrógenos naturales.

– ¿Trata de decirme que esa agua remedia verdaderamente la esterilidad femenina, que ayuda a las mujeres a concebir?

– El doctor Peláez no lo excluye, en casos de esterilidad funcional y si las tomas se inician cinco días después de la menstruación.

– ¿Y sostiene que esas propiedades hormonales proceden de los ostiones que se crían en la base del pozo?

– Me pidió que le dijese que los clásicos griegos y romanos podían estar en lo cierto, después de todo.

La tarde del Domingo de Resurrección, Bernal decidió trasladar su sala de operaciones a un punto más próximo a la que iba a ser escena de la acción. El capitán Barba se había ofrecido a acomodarles a él y a su equipo en el cuartel de la Guardia Civil de Chiclana, que estaba en comunicación permanente con el despacho del contraalmirante Soto en la Capitanía General de San Fernando.

Camino del nuevo puesto de mando, a Bernal le animó el ver dos destructores y cuatro fragatas que llegaban procedentes de El Ferrol. El Diario de Cádiz se había hecho eco, en su primera plana, de la versión oficial del Ministerio de Defensa: iban a celebrarse en el Estrecho unas «Maniobras de Primavera» en las que participarían unidades navales de El Ferrol y de los puertos militares de la zona balear. El Ejército enviaría por su parte destacamentos especiales que iban a intervenir en ejercicios terrestres, y las Fuerza Aéreas probarían sus nuevos cazas a reacción Mirage III. Se preguntó Bernal si habría calculado el Ministerio de Asuntos Exteriores que esa demostración de fuerza disuadiría toda posible intervención de gobiernos oficiales en un ataque a los enclaves españoles en Marruecos. En todo caso, las noticias internacionales se veían dominadas por completo por el conflicto anglo-argentino del Atlántico Sur y las rápidas visitas del general Haig a Londres y Buenos Aires. Tal vez era ésa la maniobra de «diversión» con que contaban los conspiradores magrebíes.

A mediodía Miranda y Lista dieron cuenta, desde su puesto de observación junto al Hotel Salineta, de que los ocupantes árabes habían sacado cuatro Land-Rover del garaje y estaban cargando cajas en ellos. Bernal decidió consultar al contraalmirante en San Fernando.

– Me preocupa, Soto, el que esos marroquíes se presenten a su cita con toda esa cantidad de armas y municiones. ¿No habría que llamar a los GEO y atacarles en el hotel? Podría hacerse tan pronto como se les vea la intención de salir; preferiblemente, claro está, después de anochecer.

– Consultaré a Madrid, comisario.

A las ocho se recibió la aprobación de la JUJEM al plan de Bernal. Se establecerían puntos de control en las carreteras que rodeaban el Hotel Salineta, y los GEO se introducirían en el recinto, listos para intervenir al primer indicio de que sus ocupantes se dispusiesen a abandonarlo.

Al derramar el crepúsculo su brillante luz en la bahía de Cádiz, los barcos de la flota comenzaron a acumular presión en sus calderas, y cuando el extremo occidental de Europa se sumía en la noche, se levantó el puente nuevo y las unidades se deslizaron suavemente hacia la bahía exterior, donde pusieron rumbo a alta mar. Las pantallas de radar reflejaron su movimiento, que se señaló en un gran mapa de operaciones en la base de San Fernando, al tiempo que los radionavegantes interceptaban todas las emisiones, al acecho de los intrusos norteafricanos.

Las fronteras de los enclaves españoles con Marruecos quedaron cerradas por orden del Ministerio de Asuntos Exteriores y se situaron en ellas tropas de defensa; en sus respectivos puertos destellarían a la mañana siguiente los cañones de la flota española del Sur.

A las nueve menos cuarto de esa noche se recibió un mensaje de Lista: los norteafricanos estaban abandonando el Hotel Salineta vestidos con ropa de campaña y se dedicaban a calentar los motores de los Land-Rover.

– Quiero acercarme allí, Navarro -dijo Bernal en un súbito impulso-. Los GEO van a entrar en acción.

Cuando el chófer de la policía hubo coronado la pendiente de la sinuosa carretera de Chiclana, Bernal le ordenó que apagara los faros. Al llegar al primer puesto de control, Bernal enseñó su pase especial y su placa de la DSE, y les franquearon el paso. El comisario mandó parar el coche en lo alto de la pendiente que dominaba el hotel, cuyo edificio iluminaban abajo los faros de los cuatro Land-Rover mientras se dirigían lentamente hacia la salida. Estallaron de repente intensos fogonazos: los GEO estaban lanzando granadas aturdidoras a los vehículos marroquíes, que se pararon en seco. En lo alto estallaron cohetes luminosos a cuya luz blancoazulada cobró la escena un aspecto irreal. Se hizo audible el tableteo de metralletas que disparaban desde los flancos de los Land-Rover, seguido por el fuego de respuesta que partía de los encinares. Entonces se incendiaron dos de los vehículos, que hicieron explosión con brillantez pirotécnica y en medio de un estruendo ensordecedor.

– Espero que no les ocurra nada a nuestros muchachos -dijo Bernal inquieto.

Poco más tarde vieron acercarse cuesta arriba un coche del que se apeó Miranda.

– Los tenemos rodeados, jefe -dijo-. Hay que descontar a los que han muerto en los dos jeeps que volaron por los aires.

– ¿Y nuestros hombres?

– Nada más que un par de quemaduras sin importancia. Tendría que haber visto actuar a los GEO, jefe. Son fantásticos.

A las 11.25 los guardias civiles que vigilaban el cabo Roche y Bahía Ballena daban cuenta de una emisión de señales luminosas procedentes del mar. En un intento de atraer la embarcación intrusa a la playa y tenderle allí una trampa, Bernal dio instrucciones a los vigilantes de costas de responder a ellas con las letras M, L, K, R y T del alfabeto Morse. En la sala de operaciones de Chiclana se recibió una llamada telefónica de los guardias civiles: al parecer, el señuelo no había surgido efecto, y las señales habían cesado a las 11.45.

Soto dio cuenta desde San Fernando de que las pantallas de radar habían registrado el tenue parpadeo de una pequeña embarcación que, partiendo de las aguas del cabo Roche, costeaba en dirección noroeste.

– Llevadme al pueblo de Sancti Petri -dijo Bernal-. Estoy seguro de que los intrusos marroquíes tratarán de atacar por el canal.

El chófer de la policía partió hacia allí, con él y Ángel Gallardo, siguiendo la angosta carretera que cruzaba las salinas.

– A partir de aquí, conduzca sólo con las luces piloto -le pidió Bernal-. Los faros podrían verlos desde el mar.

Al llegar al pueblo, que permanecía en la oscuridad, nuevos guardias civiles les dieron el alto, examinaron sus pases y, tras saludar, les dejaron vía libre. Bernal mandó al chófer que estacionase el vehículo a cubierto, entre los abandonados barracones, y salió en busca del oficial de mando.