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En las primeras ocasiones que había intentado averiguar el funcionamiento de la mano, Wentik había estado limitado por la presencia de Astourde. Aún no tenía idea de cómo funcionaban los mandos, aunque por fuerza debía existir un control dactilar a lo largo del borde trasero de la mesa. Wentik se inclinó y observó el borde.

Al instante, vio una pequeña placa metálica fijada en la madera. En ella se hallaban repujadas las palabras:

Companhía Siderúrgica Nacional. VOLTA REDONDA

Poder Directo

Puso las palmas de las manos sobre la mesa y dejó caer los pulgares, como Astourde había hecho siempre. Por un segundo o dos estuvo tanteando, hasta encontrar el lugar adecuado. Si apretaba ambas manos a la vez caía una palanca... y la mano se ponía rígida. Apretando la palanca, la mano empezaba a pinchar el aire.

El movimiento le fascinaba igual que siempre, la mano moviéndose hacia adelante y hacia atrás como la cabeza de un ave zancuda.

Con las manos en la superficie de la mesa, Wentik sentía la vibración del movimiento. Alzó las manos y el miembro se detuvo. Satisfecho, dio media vuelta. Era un simple artilugio, al fin y al cabo, y cualquiera podía manejarlo.

Se alejó de la mesa, atravesó el prado y salió a la llanura. El sol empezaba a descender en el cielo, pero el ocaso no llegaría hasta dentro de dos horas. La temperatura era elevada, con seguridad que muy por encima de los treinta grados.

Wentik se encaminó muy resueltamente hacia la cabaña.

Como la cárcel, la cabaña tenía un aspecto viejo y destartalado. Dos de las paredes eran de hormigón, pero el resto era de madera. Wentik la circundó lentamente.

Cuando Astourde lo dejó solo en la cúspide del poste, el científico había pasado varios minutos estudiando la cabaña con la ventaja de la altura. La construcción era asimétrica, construida en principio en forma de cubo, pero los añadidos posteriores no habían seguido un diseño particular. Se tendía descuidadamente en el rastrojal, con numerosas paredes y ángulos, techos distintos y oquedades.

Había cuatro entradas desde el exterior, y al pasar junto a cada una Wentik atisbó por ellas.

Una de las aberturas se hallaba en el lado de la cabaña que entonces miraba al sol, y por ella vio Wentik el interior hasta muy dentro sin necesidad de entrar.

La vez que lo metieron a la fuerza en la cabaña, Wentik no había podido ser observador debido al miedo. Había intentado deducir el diseño del lugar, mas había experimentado una especie de retirada intelectual que había cerrado su mente al problema y permitido que reaccionara de una forma enteramente emotiva. Al observar la cabaña ahora, Wentik creyó que podría hacer una inspección muy analítica, con un criterio de técnico profesional.

El condicionamiento de los reflejos humanos había formado parte del campo de las investigaciones de Wentik, que había publicado varios artículos sobre el empleo de laberintos en el entrenamiento de mentes no formadas.

Cualquier individuo arrojado violentamente a esa construcción, notó Wentik, quedaría automáticamente perplejo y desorientado. Todas las superficies, horizontales o verticales, habían sido pintadas del mismo color negro mate. Y pese a que el pasaje por el que Wentik estaba mirando no era mayor de dos metros, aun cuando el sol brillaba más o menos directamente en su interior, la sensación de una largura mayor era muy fuerte.

Cuando un hombre asustado no tiene idea de adónde puede llevarle el siguiente paso, lo más probable es que no tarde en presentarse una paralización total de los procesos mentales normales.

Las experiencias de Wentik en el edificio le habían asustado mucho en su momento, pero se había recobrado rápidamente después. Sabía empero que si Astourde hubiera tenido el conocimiento suficiente sobre procesos de interrogatorio lo habría metido en el laberinto al día siguiente.

Pero ya había sido bastante desagradable una sola vez.

Los recuerdos de Wentik en torno al incidente estaban cargados de imágenes espeluznantes de temor y pánico irracional a las que la intensa oscuridad del interior del laberinto y los disparos de rifle en el exterior habían dado rienda suelta. Ahora el científico tenía la oportunidad de racionalizar sus sensaciones, atribuir una noción erudita a lo sucedido.

Al final del corto corredor había una puerta pintada de negro, con bisagras a ambos lados. Wentik gateó por el corredor (el techo era tan bajo como para obligar a muchos hombres a caminar con la cabeza permanentemente inclinada..., otro rasgo intimidante desde el punto de vista psicológico) y apoyó las manos sobre ella firmemente. Sintió que empezaba a ceder, moviéndose con la bisagra derecha como eje y abriéndose a la izquierda. Aflojó el empuje y la puerta dejó de moverse.

El sistema de los goznes era sin duda un dispositivo que permitía a la puerta girar a ambos lados. Wentik miró por la rendija que había abierto, pero no vio nada. Más allá de la puerta la oscuridad era total.

Era absurdo adentrarse más. No iba a poder efectuar observaciones científicas en la oscuridad. Wentik se rió ahogadamente.

Intrigado por la construcción, Wentik dio media vuelta y salió. Volvió apresurado a la cárcel y regresó con una potente linterna que obtuvo prestada de uno de los hombres de Astourde que holgazaneaba por el campo de ejercicios.

El científico, sudando por culpa del doble recorrido a lo largo del ardiente rastrojal, gateó de nuevo por el corredor y examinó la puerta. La empujó y, tal como Wentik esperaba, giró hacia la derecha hasta detenerse con un ruido sordo formando un ángulo de sesenta grados con respecto a su posición anterior.

Al cerrarse dio la impresión de que en cierto modo sus movimientos dependían de muelles.

En aquel momento, hacia la izquierda, se había revelado una extensión de túnel que formaba cierto ángulo con el primero. Wentik se arrastró por él.

Tras aproximadamente otros dos metros llegó a una segunda puerta, y se detuvo. Miró atrás, y vio que se filtraba luz del sol por el corredor a sus espaldas.

La puerta obstruía enteramente el túnel que se extendía delante de Wentik, igual que el anterior. Apoyó con fuerza las manos en ella, y notó que cedía un poco..., esta vez con el eje a la izquierda.

Desplazando la linterna por todo el espacio para intentar averiguar el funcionamiento del dispositivo, Wentik abrió la puerta por completo. Y tal como había sucedido antes, luego de mover la puerta cierto trecho los muelles se encargaron de moverla el resto del camino y cerrarla con aparente solidez.

Ahora se había abierto un túnel a la derecha de Wentik.

En lugar de seguir por ese túnel, Wentik retrocedió y se arrastró hasta la primera puerta.

La luz del sol ya no se filtraba. La puerta se había cerrado a espaldas de Wentik, obstruyendo el corredor entero.

De manera que... Las puertas estaban interconectadas. En cuanto se abría la siguiente, la anterior se cerraba.

En otras palabras, en cuanto se tomaba la decisión de abrir la siguiente puerta, el retroceso se hacía imposible. A menos que... Wentik apretó las manos contra la puerta y empujó. Volvió a girar a la derecha y la segunda puerta se movió detrás del científico.

Empezaba a sentirse confundido, pero se tranquilizó tras comprender que estaba llegando al estado mental preciso que los constructores del laberinto pretendían.

La primera puerta había girado hacia su derecha, cerrando el corredor que llevaba al exterior y abriendo un nuevo túnel, uno que todavía no había visto, que se ramificaba hacia su izquierda. Apretó de nuevo la puerta, mas era inamovible.

La única posición para abrir la puerta, al parecer, estaba en el corredor que en cualquier otro momento se encontraba bloqueado por esa misma puerta.