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—Olvídese de ellos, Astourde —dijo—. íbamos a tener una charla esta noche, ¿lo recuerda? —tanteó la pared y encontró un interruptor. Las luces se encendieron en un panel de vidrio situado en el techo. Al contemplar la habitación pudo comprender que era la primera vez que estaba allí sin la opresiva sensación de encarcelamiento.

Astourde parpadeó.

—Yo... Lo siento, Elías —dijo.

—¿No había dicho que tenía algo de comer? —preguntó Wentik. La escenita lo había dejado sorprendentemente impasible, y su hambre volvió a ser tan aguda como antes.

El hombre del uniforme gris (de nuevo un fardo de ropa chabacana) abrió un cajón del escritorio y sacó una bandeja cubierta por un trapo al cual retiró: había un plato de estofado.

—Sírvase usted mismo —dijo, apocado.

Astourde se levantó después de apagar la lámpara del escritorio. Recorrió la habitación, con las manos caídas y oscilantes sobre los muebles.

Wentik se sentó ante el escritorio, y se acercó el plato. Aún estaba caliente, sin duda preparado poco antes de que él llegara a la habitación. Lo miró indiscriminadamente como quien no ha comido desde hace semanas, y comprobó con gran sorpresa que evidentemente había sido preparado con cuidado. Los ingredientes —carne acompañada de guisantes, zanahorias y patatas— seguramente procedían de latas, pero los gruesos trozos mostraban bastante buen aspecto... Llenó un tenedor y comió ansiosamente.

Mientras tanto contemplaba la habitación con curiosidad. La veía con el mismo interés que al resto de secciones del edificio. Estaba asombrosamente bien amueblada, en comparación con todas las demás partes de la cárcel. A más del escritorio y dos sillas, había un alto aparador de madera en el rincón. Estaba cerrado, pero el candado que clausuraba la puerta pendía abierto de la sujeción. La ventana tenía cortinas de un material suave y de color castaño. Había varios archivadores a lo largo de la pared detrás del asiento de Astourde, y una fotografía en un marco colgado en el muro.

Wentik examinó la foto con curiosidad.

Era de la cárcel. Había sido tomada frente al edificio, donde en ese momento estaba el helicóptero. Había guardias en todas las garitas a lo largo del techo, pero estaban desarmados, al parecer. Encima de todas las garitas ondeaba una bandera. Delante de la cárcel una disciplinada tropa de hombres uniformados guardaba formación en un cuadrado perfecto. Ante ellos, en un estrado, se hallaba otro hombre con uniforme de alto rango y a ambos lados de él había ayudantes.

Otras veces que Wentik había estado en la habitación, la fotografía no estaba allí. Astourde debió de haberla ocultado, y ahora empezaba a comprender el porqué.

La escena de la fotografía era notablemente similar a la que Wentik había observado el día de su llegada a la cárcel, Con Astourde intentando adiestrar a sus hombres sin saber que el científico lo observaba. Wentik comprendió que si hubiera logrado atormentar ese punto débil de Astourde oportunamente —el hombre se había mostrado claramente embarazado al respecto— su interrogatorio quizá no habría comenzado nunca.

De pronto, Astourde habló como si se hubiera inmiscuido en los pensamientos de Wentik:

—Lamento eso.

—Ya se ha disculpado.

—Lo sé. Pero de verdad lo lamento. Era absurdo.

Wentik giró en redondo para mirar al hombre que estaba a su espalda, de cara a una parte lisa de la pared.

—¿Cuál era la idea?

—No lo sé con seguridad —replicó Astourde—. Creía que daría resultado otra vez.

—¿El interrogatorio? —Sí.

—No dio resultado antes... Astourde se volvió rápidamente.

—¡Oh, sí, sí que dio resultado!

Wentik masticó más estofado y pensó en el tema durante un rato. Necesitaba conocer más detalles sobre las motivaciones de Astourde antes de progresar. Acabó con el resto de comida, y dejó a un lado el plato de cartón.

—Estoy preparado —dijo.

Astourde se encaminó hacia el escritorio y encendió nuevamente la lámpara. Wentik pudo comprender de pronto lo dependiente que era el otro de los aparatos, cómo todos sus movimientos se centraban en torno a algún objeto en particular, cualquiera que fuere. Privado de esos objetos, quedaba indefenso.

La luz de la lámpara iluminó buena parte del escritorio. Astourde se sentó al otro lado, su cara iluminada por el reflejo de la superficie de la mesa, lo cual le daba un raro aspecto.

—¿Qué desea saber?

—Todo —dijo Wentik.

—Ni yo mismo sé demasiado —dijo Astourde, en un tono que contenía un leve aviso de capacidad.

—No lo dudo, pero quiero saber tanto como usted.

—De acuerdo.

Wentik levantó la mano izquierda y contó con los dedos.

—Primero quiero saber para quién trabaja usted. Segundo, por qué me trajeron a este lugar, y con qué autoridad. Tercero, qué es este lugar y cuándo vamos a regresar.

—¿Eso es todo?

—Por el momento...

Astourde aseguró los pies en una riostra del escritorio, y se echó hacia atrás de manera que su silla quedó en un ángulo precario. Wentik no cesaba de observarlo. El y Musgrove... ¿Por qué actuaban así? Wentik aún tenía que ver realizar a uno de los dos siquiera un acto racional o lógico, pese a que la conducta de ambos era siempre de extrema simplicidad... en la superficie. Otro detalle que lo preocupaba era la falta de consistencia de los dos hombres; ni una sola cosa parecía llegar a buen fin. Y tal vez el factor más preocupante de todos: su relación personal con Astourde, que mantenía un inestable equilibrio entre agresividad y pasividad.

Mientras aguardaba que Astourde ofreciera alguna réplica (el hombre miraba fijamente las separadas luces del techo con una ridicula actitud de abstracción) Wentik se acordó de repente de un hombre que en cierta ocasión trabajó a sus órdenes en la empresa química donde había iniciado su labor en los Estados Unidos. Ese individuo había aterrorizado a sus subordinados desde el momento en que hubo llegado, pero cuando Wentik acabó por no hacerle caso, el cambio de su carácter para mostrarse obsequioso había resultado casi humorístico.

—Elias, ¿quiere que le explique cosas que soy incapaz de explicar?

—¿A qué se refiere?

—He actuado siguiendo órdenes. Estaban escritas y selladas, y yo tuve que destruirlas poco antes de conocerlo a usted.

—Dijo que trabajaba para el gobierno. ¿Pertenece al ejército?

—No.

—Sin embargo viste uniforme, y tiene hombres que al parecer están a sus órdenes.

—Era parte de la idea. Creí que un uniforme sería más influyente. Así que, si bien podría decirse que soy civil, trabajamos en dependencia administrativa del Pentágono.

—¿... trabajamos?

—El comité. No estoy solo.

—Deduje buena parte de eso por mí mismo —en lugar de iluminarle, las observaciones de Astourde empezaban a confundir a Wentik—. ¿Quién está en ese comité?

—Fundamentalmente científicos del gobierno —dijo Astourde—. Un par de generales del ejército y la fuerza aérea. Se inició como una operación militar, pero después el gobierno se enteró y la centralizó en Washington.

—Prosiga.

—El primer conocimiento que alguien tuvo de la existencia del distrito Planalto —dijo Astourde— data de ocho meses atrás. Una pequeña expedición sismológica se presentó aquí para montar un dispositivo de inspección automática. La expedición entera desapareció, y no se ha sabido nada del grupo desde entonces. Después de algunas semanas se envió un segundo equipo para investigar, y también sus miembros desaparecieron. Nada de esto fue dado a conocer debido a que en Brasil operan agentes comunistas. A continuación se envió un helicóptero del ejército, y también desapareció sin dejar rastros.