El ayudante cogió la rata, que chilló muy fuerte a causa del disturbio. Wentik siguió al hombre más alto en dirección al pasillo mientras el otro individuo cerraba la puerta.
—Bien, veamos su identificación —dijo Wentik.
Todo miembro de la Concentración era perfectamente consciente de la seguridad. Era muy improbable que alguien entrara de modo ilegal en la estación, aun suponiendo que lograra encontrarla. Sin embargo, no hacía ningún daño comprobar la solidez de las reglas.
El primer hombre desabrochó en silencio la solapa del bolsillo delantero del uniforme gris oscuro que vestía. Sacó una agenda de tapas verdes y la ofreció al científico. Wentik la cogió.
Todo estaba en orden. Bajo una fotografía del hombre había una hilera de números y el nombre Clive V. Astourde. Otros diversos detalles estaban impresos en la página, pero Wentik los pasó por alto. De todas maneras se trataba de una simple formalidad.
—¿Qué me dice de este hombre? —preguntó.
—Respondo de él —dijo el hombre llamado Astourde—. No lleva identificación.
—Pues debería llevarla —dijo Wentik—. ¿Se da cuenta de que si llamo a la policía militar podría hacer que lo detuvieran?
Astourde asintió, y los dos hombres se alejaron lentamente. Había empezado la penosa experiencia de Wentik.
Esa fue la primera de las tres ocasiones en que habló con Astourde antes de abandonar la Concentración.
La segunda tuvo por escenario el pequeño bar que era el centro geográfico y social de la Concentración.
Wentik y N'Goko estaban sentados ante una mesa con algunos de los técnicos que trabajaban a sus órdenes. La conversación era informal aunque, como siempre, se centraba en torno al trabajo.
En ciertos aspectos, Wentik y N'Goko eran anormales en la Concentración, puesto que no había otros no americanos más que ellos. Wentik había llegado de Gran Bretaña hacía pocos meses por un intercambio acordado con una de las grandes corporaciones químicas de Estados Unidos. En cuestión de semanas su trabajo fue valorado y el y N'Goko se encontraron trabajando para una rama de la administración. Su traslado a la Concentración sólo fue voluntario en parte, ya que por entonces era responsable directo de un subcomité de defensa del Pentágono. Lo que había comenzado como un mero acto de investigación bioquímica llegó rápidamente a ser algo cuyas implicaciones aún no estaban plenamente concebidas.
Y lo que había sido una mera separación de tres meses de su esposa iba a ser ahora de otros cinco meses como mínimo.
Astourde entró en la sala, sin ser visto por Wentik, y pidió una cerveza en el bar. Se llevó la bebida a la boca, la sorbió y se dirigió hacia la mesa de Wentik.
—¿Les molesta que me una a ustedes? —dijo directamente, interrumpiendo a Wentik.
—Me temo que sí.
—Está interrumpiendo una conversación importante, señor Astourde —dijo N'Goko.
—Lo que yo quiero también es importante.
Wentik suspiró y dijo:
—De acuerdo —se levantó para cambiar de mesa y tomó asiento.
Astourde se sentó al lado de Wentik.
—¿Puedo preguntarle que hace aquí, doctor Wentik?
—No puede, y no comprendo qué tiene que ver esto con usted. ¿Qué derecho tiene de estar aquí?
—Trabajo para el gobierno. Creí que usted ya lo sabía.
—Dudo que pudiera estar aquí de no estar trabajando para el estado de una u otra manera.
Astourde sonrió, y Wentik notó por primera vez los ojillos del hombre, que reflejaban las bombillas suspendidas del techo metálico. Astourde metió la mano en su bolsillo delantero y sacó una pequeña tira de papel transparente. Dentro del pliego había una sección de un filme de 35 milímetros.
La puso sobre la mesa delante de Wentik.
—Échele un vistazo —dijo.
Wentik alzó la película hacia la fuente luminosa más cercana y la escudriñó. Era un simple cuadro de un filme en color.
En el borde de la película, al otro lado de los agujeros, se leía KODA.
El cuadro en sí era una fotografía de lo que parecía ser una extensión de hierba muy cortada o rastrojos de maíz. El cielo era azul claro, atravesado por la blanquísima franja del chorro de un jet. Debido al tamaño del cuadro resultaba difícil distinguir detalles, aunque no lejos de la cámara se veía una nave blanca posada en la hierba. El diseño no correspondía a nada que Wentik hubiera visto antes.
Astourde le entregó una lupa.
—Mírela con esto —ofreció.
Wentik cogió la lupa y examinó la nave con más detalle.
Sin escala para medirlo, era imposible estimar el tamaño del vehículo. Descansaba en la hierba sin tren de aterrizaje, pero su nariz se levantaba un poco más que el resto del cuerpo. Tenía forma puntiaguda. El único indicio de cabina que existía era un trozo de vidrio inclinado dispuesto al nivel de las líneas del resto del fuselaje. Aunque se encontraba a un lado de la nave parecía ser la única parte desde donde pilotarla. El avión tenía alas delta cortas y gruesas, colocadas a gran altura en el conjunto del cuerpo.
—¿Qué es? —dijo Wentik.
—Creemos que es un avión a reacción de avanzado diseño.
—¿Creen...?
—Despegó poco después de que la fotografía fuera tomada —dijo Astourde—. El despegue fue vertical. Nadie se acercó al aparato.
Wentik dejó el trozo de película en la mesa y acabó su bebida.
—Así que es un OVNI... ¿Por qué me habla de esto?
—Porque no es un OVNI. Sabemos que es un jet y que está pilotado por seres humanos.
—Entonces, ¿a quién pertenece?
Astourde se encogió de hombros y acabó su cerveza.
—Nadie del pentágono es capaz de identificarlo. Por eso lo queremos a usted —Astourde se levantó y se fue.
La última vez que vio a Astourde antes de abandonar la Concentración, Wentik había vuelto al trabajo en su laboratorio, el día siguiente al encuentro en el bar. Con sus bruscos modales característicos, Astourde entró y fue directamente hacia Wentik.
—Tengo que hablarle —empezó a decir.
—Estoy ocupado. Tendrá que aguardar —Wentik siguió con su trabajo.
Astourde lo cogió por el codo firmemente y lo arrastró hacia la puerta. Fuera, en el corredor, la temperatura era al menos veinte grados inferior, y Wentik se estremeció.
—Nos vamos mañana —dijo Astourde.
—¿Nos...?
—Usted y yo. Y Musgrove.
Wentik se volvió bruscamente, al darse cuenta de que el otro hombre también estaba en el pasillo, vestido con pantalones negros y un jersey azul oscuro de cuello alto. Llevaba un rifle y lo sostenía con un ángulo indeterminado en los dedos de su mano derecha, como si no estuviera acostumbrado al manejo de armas.
—Pero no puedo irme —dijo Wentik—. Estoy en pleno trabajo.
—Washington ha arreglado todo.
—¿Quiere decir que me reclaman? Nadie me ha dicho una sola palabra.
Musgrove dio un paso adelante.
—Por eso estamos aquí. Está relacionado con su investigación.
—¿De qué manera?
—Lo verá cuando lleguemos allá —dijo Astourde.
En ese mismo momento, N'Goko se acercó a la puerta del laboratorio y se quedó mirando a los tres hombres. Sostenía en sus manos la rata domesticada. Estaba muerta.
Wentik miró a N'Goko y después a los otros dos hombres.
—¿A dónde vamos? —preguntó.
La mano de Astourde se movió hacia el bolsillo delantero del que había sacado la fotografía la noche anterior. —A Brasil —dijo.
Dos
Mi querida Jean:
Bueno, ya te advertíque no podría escribir demasiado. Pero hay un avión que llega mañana contra toda expectativa, asi que todo el mundo estáescribiendo cartas esta noche. Pero ¡sorpresa! Yo mismo estaréen el avión.