A pesar de que la linterna iluminaba en su dirección, Wentik logró vislumbrar vagamente la silueta de Astourde cerca de él. Pensó: te estás atrapando otra vez, Astourde.
Igual que su comprensión del día anterior respecto a que el distrito Planalto era tan prisión para Astourde como para él, ella le había permitido liberarse de la presión psicológica en que había sido mantenido. Y ahora comprendía que Astourde ya no tenía más posibilidades que él de salir del laberinto. Además, la propensión de Astourde hacia los objetos —el rifle, la linterna y el bidón; sólo podía manejar dos a la vez— lo había conducido a una situación en la que era incapaz de moverse sin la ayuda de Wentik.
El científico contempló al otro con retorcida diversión. A ver cómo sales de ésta...
Con la transparente sencillez de un niño, Astourde dijo:
—Sostenga la linterna, doctor Wentik.
El rifle le seguía apuntando. Wentik cogió la linterna y la enfocó directamente a los ojos de Astourde.
E inmediatamente la apagó.
En la repentina oscuridad se lanzó hacia la siguiente puerta y la cruzó corriendo. Lanzó la linterna hacia donde suponía que estaba la cabeza de Astourde, pero escuchó que chocaba contra una pared. Se volvió y corrió a ciegas, las manos apretadas en las paredes laterales a manera de guía. Si lograba alcanzar la siguiente puerta antes de que Astourde llegara a la que él acababa de dejar, entonces el otro sería incapaz de seguirlo. Corrió agazapado a lo largo del túnel, tanteando para hacer contacto con la puerta. El rifle rugió súbitamente a su espalda, creando un alboroto terrible en la estrechez opresiva de los corredores, y la luz fulguró a su alrededor.
Wentik rebotó dolorosamente en una pared al doblar el recodo. ¡No había puerta que abrir! Había llegado a un tramo abierto.
Corrió con Astourde tras él, menos entorpecido por los bajos techos a causa de su menor estatura. La próxima puerta también estaba abierta, y el túnel describía un ángulo hacia la derecha. De nuevo huyó alocadamente por el corredor. El rifle disparó por segunda vez.
¿Cuántos disparos le quedarán?
Mientras corría, Wentik manoseó en los bolsillos de la bata blanca. Logró encender la linterna justo al llegar a la siguiente puerta, que se encontraba cerrada. Empujó, la cruzó y siguió corriendo. Astourde seguía a su espalda.
La próxima puerta estaba cerrada, y la empujó.
De repente, Astourde había dejado de acompañarle, y todo estaba silencioso. Volvió a la puerta que había cerrado al abrir y pegó la oreja a ella. Al otro lado escuchó los movimientos de Astourde.
El hombre estaba confundido.
Tal como Wentik sabía gracias a sus experimentos en el laberinto aquella tarde, no había medio de abrir la puerta desde aquel lado. Astourde se hallaba en el triángulo descrito por los movimientos de la puerta, que sólo podía ser activada desde fuera del triángulo, o sea, empujándola desde el túnel que obstruía.
Wentik tenía que mostrarse cuidadoso. Si Astourde avanzaba en alguna dirección que estuviera despejada, y empujaba la siguiente puerta que encontrase, entonces esa puerta se abriría. ¿Lo sabía Astourde?
Wentik pensó: El próximo hombre que abra una puerta cambiará todas las demás. Si Astourde los hace y vuelve aquí, me cogerá. Por otro lado, si soy yo el que lo hace estaremos separados por probabilidades matemáticas que él desconoce...
Ya decidido, retrocedió por el corredor, pasó la puerta que había abierto y llegó a la siguiente. Ahora... La empujó y la cruzó. Su linterna despidió rayos de luz hacia el otro extremo del corredor: la siguiente puerta estaba abierta. Avanzó hacia ella.
Poco antes de llegar ahí la puerta se cerró.
¡Astourde! El otro se estaba moviendo por el laberinto igual que él. Wentik ya no controlaba a solas el movimiento de las puertas.
Iluminó la puerta, después estuvo atento a los ruidos. No escuchó nada. Astourde no estaba cerca, al parecer. Y cuando estabaa punto de empujar, la puerta se abrió sola.
Astourde se había desplazado otra vez.
¿Dónde demonios estaría Astourde?
De modo paradójico, Astourde tenía ahora cierta ventaja. Al parecer no tenía idea alguna de las consecuencias de abrir una puerta, y así ignoraba el hecho de que cada vez que avanzaba, cambiaba totalmente la disposición del laberinto. En cualquier momento, pensó Wentik, Astourde aparecería sorpresivamente... y por cualquier dirección. Además, Wentik tenía la única linterna y aunque podía usarla para ver por dónde iba y en caso de enfrentamiento aprovecharse de ella, mientras no supiera dónde se hallaba Astourde lo más probable es que viera el resplandor de la linterna antes de que Wentik lograra verlo.
El científico apagó la linterna.
En ese momento creyó que las posibilidades estaban equilibradas. Tan ciego como Astourde en la impenetrable oscuridad, tenía tantas posibilidades de salir del laberinto como Astourde de cogerle.
La puerta que tenía delante se movió, cerrando el túnel de la izquierda y dejando ver el de la derecha.
Precavidamente, Wentik se movió a tientas por el corredor. Que Astourde moviera las puertas. Al menos de esa forma no abriría una puerta para encontrarse con que Astourde estaba detrás. La puerta del extremo del túnel por el que iba estaba abierta y dejaba ver el túnel izquierdo, cerrando el derecho. Wentik aguardó un instante, y oyó que la puerta se cerraba.
No logró escuchar sonidos de Astourde, aunque su perseguidor debía de estar cerca...
La puerta cerraba su túnel. Wentik esperó, inmóvil.
A continuación la puerta volvió a moverse, y el túnel derecho quedó a la vista, el izquierdo cerrado. Wentik avanzó cautelosamente.
Tropezó en la oscuridad. ¡El bidón!
Su recorrido por el laberinto lo había devuelto al punto de partida. La gasolina se vertió por la abierta boquilla de la parte superior y se derramó por el suelo. Pasos que se acercaban.
De pronto Wentik se levantó, y al hacerlo se golpeó la cabeza contra el techo del túnel y quedó adolorido. ¡Astourde estaba cerca! Se quedó perfectamente inmóvil, inseguro. No sabía cuál dirección tomar.
La puerta que tenía a su izquierda se abrió. Wentik avanzó hacia ella pegado a la pared. Sólo un metro más...
En el extremo, la puerta obstruía su paso. ¡Astourde había llegado por la del otro lado y había cerrado... !
—Está aquí, ¿verdad, Elías? —dijo Astourde, en voz alta y chillona.
Sin esperar respuesta, Astourde disparó el rifle, a ciegas y sin puntería. La bala produjo un ruido sordo en la puerta sobre la cabeza de Wentik, a quien cegó el fogonazo.
—¡Deje de disparar, Astourde! —gritó—. ¡Hay gasolina aquí!
Retrocedió rápidamente y empujó la puerta. Oyó que Astourde pugnaba por seguirlo. Corrió velozmente por el túnel, y por culpa de la prisa perdió la linterna. Sin detenerse, empujó y cruzó la puerta siguiente, y después otra más. Si es que Astourde estaba aún junto al bidón, su camino estaría bloqueado. Wentik se apoyó en la pared del corredor para recobrar el aliento.
De nuevo se encontraba en una oscuridad incierta. No oía nada. ¿Qué pensaría hacer Astourde con la gasolina?
Y fue entonces que, a poca distancia, escuchó el apagado rugir del rifle; Astourde estaba disparando alocadamente. Otro disparo, y otro más.
Avanzó hasta la próxima puerta y, ya fatigado, la empujó con todas sus fuerzas. La puerta cedió y Wentik la cruzó tambaleante. Anduvo hasta la siguiente y empujó, pero sin resultado. Insistió, pero nada. ¿Astourde la habría obstruido?
Pero en ese instante recordó: ¡Era la última puerta!
Tiró de ella gustosamente y salió al rastrojal. Las únicas puertas del laberinto que se abrían tirando de ellas daban al exterior.