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Una vez fuera, se detuvo. ¿Dónde estaría Astourde en ese momento?

Se acercó a un costado de la cabaña y pegó la oreja a la pared de madera. En alguna parte del interior el rifle volvió a disparar, el ruido apenas fue amortiguado por la delgada pared. Wentik acercó la boca a la pared y formó bocina con las manos.

—¡Astourde!  ¡No dispare más ese rifle! ¡El lugar está lleno de gasolina!

—¡Lo encontré, Wentik! —replicó Astourde— ¡Sé que está aquí!

Otro disparo, y Astourde chilló.

Una repentina llamarada irrumpió a lo largo de la base del muro, y Wentik brincó hacia atrás. Las llamas asomaron por la puerta que acababa de cruzar. Una fuerte sacudida hizo que parte de la pared se desmoronara, y quedó en descubierto una sólida masa de fuego blanco.

Astourde volvió a chillar.

Wentik retrocedió aún más, su talón tropezó con algo que sobresalía del suelo y cayó sobre los rastrojos. Como pudo echó su cuerpo a rodar de costado para alejarse del laberinto.

En el interior del destartalado edificio, Astourde chilló una y otra vez, hasta que calló bruscamente. Nada, absolutamente nada que Wentik pudiera hacer. Se levantó a veinte metros de distancia y contempló el incendio, con el calor radiante amenazando ampollar su rostro.

Cuando el resto del laberinto empezó a arder y los tabiques de madera del interior se retorcieron y desmenuzaron con el calor, Wentik dio media vuelta y se puso a caminar lentamente hacia la cárcel.

A cincuenta metros de distancia, en un silencioso semicírculo, los demás hombres permanecían inmóviles, el infierno anaranjado de la noche reflejado en sus batas blancas.

Once

La tarde siguiente, Wentik estuvo a solas en el viejo despacho de Astourde. Estudió los improvisados mapas de los que el hombre le había hablado.

Sólo había cuatro, y la información que Wentik pudo entresacar de ellos fue mínima.

El primero, supuestamente el de mayor valor, le dio una gran desilusión. Se trataba de un mapa a gran escala del Mato Grosso brasileño, y a juzgar por los círculos a bolígrafo que alguien había trazado en el mapa a pequeña escala de la totalidad del territorio de Brasil, era aproximadamente la parte de la jungla en que estaba situada la cárcel.

La escala era amplia; un centímetro representaba seiscientos metros, y sin embargo la información que se podía obtener era prácticamente nula. Era el tipo de mapa que sólo geógrafos o geólogos expertos consultan. Trazado evidentemente a partir de una fotografía de satélite, estaba cubierto de diversos símbolos que indicaban tipos de vegetación selvática, humedad y temperatura en diferentes épocas del año, curvas de nivel (muy espaciadas y tortuosas) y varios ríos y riachuelos. Aparte de eso, nada de nada.

Si la totalidad del Mato Grosso estaba registrada en mapas de tal escala (y así parecía ser, pues el mapa estaba numerado), era obvio entonces que habría miles y miles de cartas como ésa guardadas en algún polvoriento archivo de cierto edificio gubernamental.

Por un instante, Wentik quedó maravillado de la paciencia y determinación de los cartógrafos que habían elaborado la serie.

La segunda carta era un mapa político del continente sudamericano, con los límites actualizados de las naciones y todas las ciudades importantes. Wentik observó cuidadosamente los diminutos caracteres y logró ubicar Pôrto Velho. Por primera vez apreció el asombroso tamaño del continente y cuán introducido en su centro se encontraba él.

El tercer mapa de Astourde era más bien un plano. Mostraba en gran detalle el esquema de la Concentración en la Antártida. Wentik, que conocía el inmenso secreto con que se había construido la Concentración y las complejas medidas de seguridad tomadas antes de que alguna persona fuera trasladada allá, se sorprendió de nuevo ante la manifiesta facilidad con que Astourde pudo acceder a documentos como ése y a los medios para conseguir que él abandonara su trabajo.

El supuestamente último mapa era otro plano, pero diferente en la ocasión pues estaba toscamente trazado a lápiz. Mostraba una extensión amplia con la cárcel en su punto central. En el ángulo inferior derecho del papel se veían las iniciales C. V. A. ¿Qué significaría la V.?, se preguntó Wentik.

Astourde no demostraba mucha técnica cartográfica, si es que el dibujo le pertenecía, meditó Wentik. Según la escala aproximada indicada en la parte inferior, el diámetro de la extensión era de diez kilómetros. Suponiendo que fuera cierto, Astourde había dibujado la cárcel completamente fuera de escala. Y su sentido de orientación no era mejor. La parte delantera de la prisión, donde estaba situado el despacho, miraba al sur. El sol quedaba casi directamente sobre la cabeza al mediodía, aunque al norte. Y por alguna razón indeterminada Astourde había trazado la planta como un rectángulo alargado cuando más bien era un cuadrado. El poste de observación, para Wentik al noroeste de la cárcel, había sido dibujado cerca de la esquina superior derecha del edificio.

También advirtió Wentik con cierta curiosidad, que Astourde no había señalado el molino de viento, a cuatro o cinco kilómetros en dirección suroeste, por la que Musgrove y él habían llegado.

Intentó dar con la correcta ubicación del molino en el plano pero pronto desistió; era demasiado confuso, en parte por lo inexacto del dibujo de Astourde, aunque también porque desde su llegada a Brasil, Wentik no había conseguido sentirse demasiado seguro con la inversión norte/sur hemisférica.

En la Antártida había sido distinto. Allá la orientación era una sola: el norte.

El recuerdo del molino de viento le hizo darse cuenta por primera vez de que cuando él y Musgrove llegaron a la cárcel venían del suroeste. Sin embargo, Pôrto Velho se hallaba claramente al noroeste. La ruta por la que Musgrove lo trajo no había sido la más directa, reflexionó Wentik.

Intentó imaginar el plano de Astourde sobreimpreso en el mapa de la zona a gran escala y sin rasgos característicos. Le resultaba inverosímil que la vasta llanura de rastrojos que tan bien conocía ahora tuviera necesariamente que concordar con la espesa jungla que de algún modo representaba su época.

Recordó lo sucedido cuando Musgrove y él entraron en el distrito. Habían dado varios pasos antes de que Wentik notara que la jungla se había esfumado a su espalda. No lo había sido en realidad, por supuesto, pero había desaparecido en lo que entonces se convertía en pasado. ¿O era él quien se había esfumado en el futuro? Lleno de curiosidad, se preguntó qué habría sucedido si hubiera mirado hacia atrás en el instante que entraba en la zona... Una pierna en el pasado (o presente) y otra en el futuro (o presente). Observando en el mismo borde del distrito sería posible verlo muy claramente. Sin embargo no daba resultado a la inversa.

¿Qué ocurriría si, observando desde fuera, alguien que estuviera dentro avanzara directamente hacia la línea divisoria? ¿Se esfumaría, o regresaría al presente?

¿O qué...?

Wentik plegó los mapas y los puso en un cajón del escritorio. Sea como fuere, las observaciones que acababa de hacer no le sugerían salida alguna por el momento.

Como siempre, su principal preocupación era volver a lo que conocía como vida normal. Deseaba ver a su mujer y a sus hijos. Deseaba volver a su trabajo, especialmente ahora que la meta estaba casi a la vista. Y la muerte de Astourde exigía ser informada. Sin duda habría una investigación. Y con Musgrove lo mismo. El individuo había desaparecido y, por lo que Wentik sabía, ya no estaba en parte alguna cerca de la cárcel.

Su plan inmediato era, básicamente, regresar a Pôrto Velho.

Teniendo en cuenta su aislamiento en el Mato Grosso, llegar a la costa era imposible. Pôrto Velho no era nada espectacular como ciudad, pero tenía teléfonos y radio, y estaba situada junto al río Madeira. La pista de aterrizaje no era mucho más que un trozo de tierra desbrozado, pero al menos disponía de las facilidades para volar.