—Y no intente salir —dijo el segundo individuo. Nunca lo conseguiría.
La puerta se cerró, y Wentik escuchó el clic de la cerradura. Los hombres se alejaron por el corredor.
Examinó la habitación.
Estaba iluminada, y agradablemente decorada. Había una cama —con sábanas, observó Wentik al instante—, una serie de libros, un lavabo con jabón y toallas, un armario, un escritorio y una silla y ropa de recambio extendida para él en la cama.
En comparación con lo que se había acostumbrado en las semanas, aquello era un lujo. Diez minutos después, una vez lavado y mudado con la ropa nueva que le habían dejado —una camisa gris muy ajustada, unos pantalones sin costuras, sueltos y también grises—, notó que las paredes de la habitación estaban acolchadas con fíbra flexible.
Quince
Una hora más tarde Wentik estaba tumbado en la cama, escuchando la suave música que llegaba a través de un altavoz oculto sobre la puerta, y contemplando una película de niños que jugaban felices en una pradera bajo cielos azules. En un curioso paralelo entre esa situación y los primeros días de cárcel, el vago interrogatorio por que acababa de pasar lo había dejado en un estado de moderada confusión.
Un joven doctor lo había visitado, y las preguntas que había formulado fueron prácticamente absurdas para Wentik. Y al parecer, las respuestas que dio tenían un significado igualmente pobre para el doctor.
Siguió un examen médico superficial, y le dejaron en paz.
Aparentemente se trataba de un caso de identidad equívoca, por lo que Wentik sabía. El doctor pensaba que él era otra persona, aunque no estaba claro quién, precisamente. Parte del examen comprendió sencillos tests de asociación, y las respuestas de Wentik sorprendieron claramente al médico.
Al final del examen, Wentik dijo:
—¿Por qué he sido conducido aquí?
—Para rehabilitación de trastornos.
—¿Cuánto dura eso?
—Hasta que usted se recupere —dijo el doctor—. Llame a la enfermera si desea algo. Lo veré otra vez por la mañana.
Cuando el médico salió, la puerta no fue cerrada de nuevo, y Wentik la abrió un poco. Afuera, en el corredor, habían colocado un escritorio y levantado un tabique temporal, convirtiendo de ese modo el extremo del pasillo en una habitación externa a disposición de Wentik. Sentada ante el escritorio, la enfermera vestida con uniforme blanco intercambiaba algunas palabras con el doctor, que se había detenido para tal efecto. Aunque forzó al máximo su oído, Wentik fue incapaz de distinguir la mayor parte de lo que decían.
Pero escuchó que el médico hizo una vez mención del nombre de Musgrove.
Cuando el doctor se fue, Wentik permaneció unos instantes contemplando a la enfermera en su trabajo. Desconocedora de la mirada escrutadora del científico, la mujer tenía la cabeza inclinada sobre lo que escribía. Era joven, y a los ojos de Wentik, por largo tiempo privados de rasgos femeninos, notablemente atractiva. Por fin, comprendiendo que no hacía ningún bien a su estado de ánimo, Wentik cerró la puerta en silencio, y volvió a la cama.
Al cabo de algunos minutos, las luces se oscurecieron automáticamente y empezó la película.
Era enteramente inocua; al parecer, una especie de documental de absoluta simplicidad: amplias playas blancas con oleaje oscilante, elevadas montañas en un manto de árboles verde oscuro y bordeado de nubes blancas, caras de hombres y mujeres, niños jugando, animales comiendo, chimeneas de fábricas despidiendo humo.
Y mientras tanto, la insípida música brotaba incesantemente por el altavoz de la habitación.
Al cabo de una hora de película las luces se encendieron de nuevo, la música cesó y la puerta se abrió.
La enfermera entró.
—¿Querrá hacer el favor de desnudarse, señor Musgrove?
—¿Musgrove?
—Sí. Y le traeré una bebida antes de que se vaya a dormir. La enfermera salió antes de que Wentik pudiera preguntar nada.
Ella le había llamado Musgrove. ¿Quién pensarían que era él? Reflexionó, y se dio cuenta de que desde el momento en que bajó del avión de despegue y aterrizaje vertical no había hablado con nadie como no fuera con los hombres de la ambulancia. Si éstos habían recibido instrucciones de recoger a un hombre del avión —y tanto él como Musgrove vestían ropa similar, incluso la misma camisa de fuerza— entonces pudo haberse producido fácilmente una confusión de identidad.
En cuyo caso, él estaba recibiendo un tratamiento evidentemente pensado para un hombre en el estado de Musgrove, y no en su condición. Si bien resultaba confortante de inmediato, el hecho le ofrecía una nueva y profunda percepción del individuo.
Cuando la enfermera regresó con una jarra de té caliente, Wentik le dijo:
—¿Quién cree que soy, señorita enfermera?
La mujer dejó la bebida y arregló las sábanas.
—Ahora métase dentro esa bebida y váyase a dormir, señor Musgrove.
—No ha respondido a mi pregunta.
La enfermera le sonrió, y el corazón de Wentik se aceleró.
—Duerma. El doctor lo verá por la mañana.
La enfermera se dirigió hacia la puerta y volvió a marcharse. Wentik sacó las piernas de las sábanas y, haciendo uso de su reciente descubrimiento de que la puerta podía ser abierta sin ruido, fijó la mirada en la mujer. ¡Santo cielo! ¡Era muy bonita... !
La enfermera alzó los ojos y sonrió.
—Dije que a dormir, señor Musgrove.
Wentik cerró la puerta apresuradamente.
Parecía que ya no importaba quién creía la enfermera que él fuera. Volvió a la cama, bebió el té en cuanto estuvo suficientemente frío, y al cabo de unos minutos se durmió.
El raciocinio forma parte del pensamiento humano, y es el único atributo que distingue a la especie de los otros primates. En cualquier serie de circunstancias dadas, un hombre puede usar la información a que tiene acceso para elaborar una hipótesis que en ese momento o con posterioridad puede establecer como factible o no. El hombre en su condición de individuo ha logrado experimentar con él mismo; usando su ambiente conocido como primer postulado, ha desarrollado poco a poco su proceso de racionalización para inventar la sociedad, el arte y la cultura.
Y la guerra, los millones de personas muertas en las guerras, el prejuicio y el odio.
Intimidad a un hombre, sometedlo a la inanición, congeladlo o quemadlo... Si ese hombre sabe quién es, dónde está y qué le ocurre, mantendrá su facultad de raciocinio. Pero privadlo de todo eso, y se convierte en algo menos que humano.
Tal como había ido acostumbrándose en la cárcel, Wentik se despertó temprano la mañana siguiente, y se quedó en la cama pugnando por racionalizar su situación.
Sabia qué le había sucedido, pero no sabía el porqué. Sabía que una mano mecánica brotaba de la cubierta de una mesa, pero no sabía cómo. Podía aceptar la presencia de una computadora en un edificio fuera de uso, pero ¿cuál era su función precisa? Podía comprender un generador de campo que de algún modo evocaba una especie de cataclismo temporal, pero no era capaz de explicarse la razón.
Y podía comprender un caso de identidad confundida, pero no veía un modo de salir de ahí.
Wentik optó por el raciocinio, pero el raciocinio estaba comenzando a rechazarle.
Llevaba una hora despierto cuando la enfermera se presentó para atenderlo. Se volvió para mirarla cuando entró, después vio que la mujer guapa había quedado evidentemente libre de servicio para ser reemplazada por una mujer rolliza de cara rechoncha y edad madura.