—Señor Jexon, si de verdad es usted la persona responsable de haberme traído aquí, entonces tendrá mucho que explicar.
—Doctor Jexon —corrigió el otro hombre.
—Lo siento.
—Tenemos similares intereses, doctor Wentik. Ambos somos Científicos. Yo soy sociólogo. Me ocupo de los conceptos abstractos del pueblo, gobierno y movimiento. Y por lo que sé, usted es bioquímico investigador y se ocupa de compuestos y productos químicos. En ese aspecto, ambos somos racionalistas profesionales.
—Estoy de acuerdo con eso —dijo Wentik, precavidamente.
—En cuyo caso, su racionalismo debería indicarle que antes de que yo pueda explicarle algo, debo saber qué es lo que requiere explicación.
—¿Pretende decir que desconoce lo que me ha sucedido durante las últimas doce semanas?
—No. Lo único que sé es que algo que debió haberse conseguido en unos pocos días se acaba de conseguir ahora. Es decir, mi reunión con usted.
—¿No tiene idea del motivo del retraso?
—En absoluto.
De manera que Wentik le contó lo sucedido.
Allí, en el pequeño avión verde, navegando lentamente y sin que se hiciera evidente algún consumo de energía sobre una ciudad totalmente extraña para él, Wentik narró la secuencia entera de los hechos. Empezó en el momento que Astourde y Musgrove se dirigieron a él en la Concentración —al mencionar el nombre de Astourde, Jexon interpeló vivamente a Wentik—, contó el episodio de la cárcel y luego cómo había sido conducido al hospital. El único detalle que reservó deliberadamente para sí fue la aventura galante de la noche anterior.
Cuando acabó, Jexon dijo:
—¿Dice que ese hombre, Astourde, ha muerto?
—Fue una muerte accidental. Derramó gasolina de aviación y le prendió fuego antes de poder salir.
—¿Y había otros hombres con usted? ¿Tiene alguna noción sobre quiénes eran?
—No. Por lo que pude deducir, estuvieron en el ejército norteamericano en cierto momento. Pero eso no estaba muy claro.
—¿Dónde están ahora?
—Supongo que seguirán en la cárcel —replicó Wentik—. Tienen un helicóptero, y uno de ellos puede pilotarlo. Quizá se hayan ido ya.
—¿Puede contarme algo más de Astourde?
—No mucho. Lo único que sé es que trabajaba para un departamento gubernamental, y se suponía que debía investigar el distrito Planalto.
—Me intriga lo que ha dicho sobre ese interrogatorio —dijo Jexon—. ¿Tiene alguna idea de los motivos? Ventik meditó un instante.
—De nuevo, no con certeza. Creo que Astourde se ofuscó. Uno de los hombres lo dio a entender cuando dijo que Astourde me 'culpaba' de que todos estuvieran en la cárcel. Había explicado al resto de los hombres que yo los había llevado allí, por ejemplo. Aunque por lo que a mí concernía, estaba claro quién había traído a quién.
—Creo que puedo resolver ese punto —dijo Jexon.
Aferró fuertemente los controles y la nariz del avión se inclinó. El torrente de aire que acometía el aparato aumentó al instante, y Wentik notó que el avión se lanzaba decididamente hacia el suelo.
Después Wentik vio frente a ellos un gran edificio que se extendía por varias hectáreas de terreno. Aunque ahí tenía dificultades para distinguir un edificio nuevo de otro viejo, esa construcción daba la impresión de tener un desgaste de varios años en su faja de hormigón. El avión dio la vuelta al edificio, luego descendió en silencio hacia un pequeño prado donde varias máquinas similares estaban aparcadas. Cuando el aparato quedó inmóvil, Jexon se levantó.
—¿No piensa explicarme cómo funciona este aparato? —preguntó Wentik.
—Más tarde —se rió Jexon—. Es nuestra única gran contribución al mundo, no la mencionamos en una conversación así como así. Se lo explicaré esta tarde, junto con cualquier otra cosa que desee saber. Pero antes tengo que hacer un par de llamadas. No sabía que hubiera otras personas implicadas.
—Pero conocía a Musgrove...
—Oh, sí. El es el personaje central, de hecho.
El hombre se alejó rápidamente, y Wentik se apresuró a seguirle en dirección al edificio.
Jexon se reunió con Wentik a primera hora de la tarde. Este pasó la mañana en su nuevo piso y el laboratorio anexo.
Tal como Jexon había dado a entender, el piso formaba parte de la universidad. Wentik disponía de una vivienda completa reservada para él, con todas las comodidades imaginables; entre ellas, un aparato de televisión para su diversión personal. Pero Wentik estaba más interesado en el laboratorio que, según le había dicho Jexon antes de marcharse, era para su uso exclusivo. Tenía toda la ayuda que deseara, tanto por parte de estudiantes como de expertos, y lo único que debía hacer era pedir. Examinó el laboratorio atentamente; tenía prácticamente todos los instrumentos que había usado en la Concentración.
Alrededor del mediodía, un estudiante le trajo comida y le entregó un vestuario completamente nuevo, mucho más de lo que Wentik hubiese podido imaginar que necesitaría. Aceptó cortésmente la ropa y la puso en uno de los tantos armarios del piso. Más tarde se cambió de ropa; se puso una indumentaria totalmente nueva.
A las dos en punto llegó Jexon.
Wentik estaba descansando en uno de los comodísimos sillones, difrutando el lujo del aire acondicionado. En el exterior, el calor estaba en su máximo diario, y una atmósfera de fatigante parsimonia abatía la ciudad.
Jexon se dirigió a una vitrina y llenó dos vasos, liberalmente adornados con hielo y mondaduras de fruta. Entregó una bebida a Wentik.
—Acabo de ver a Musgrove —dijo—. Está en el hospital, con el tratamiento que intentaban aplicarle a usted.
—Tiene suerte —dijo Wentik, pensando en las horas que había pasado con Karena la noche anterior. Y se preguntó si Musgrove estaría en condiciones de llevar tal tratamiento.
—De nuevo, sólo puedo disculparme por eso. Como la mayoría de otros detalles, supongo que ha sido por mi culpa. Dispuse que lo recogieran en el aeropuerto, y que Musgrove fuera llevado al hospital. Cuando el avión aterrizó la ambulancia estaba allí, pero no mi hombre. Como usted iba con camisa de fuerza, lo confundieron con Musgrove.
—¿Por qué no me buscó en el hospital?
—No teníamos razón para suponer que estuviera allí. Musgrove salió corriendo poco después de que usted se fuera... Esta mañana me dijo que intentaba escapar. Y yo supuse que usted se hallaba en alguna parte de la ciudad y que Musgrove estaba en el hospital. La realidad era todo lo contrario, por supuesto. En fin, ya está solucionado...
Wentik dio un sorbo a su bebida y le pareció deliciosa: un ponche dulce, refrescante, con un aroma inidentificable.
—Lo cierto es que no me preocupé —dijo, recordando otra vez a Karena—. Me sentó muy bien como descanso. ¿Cómo encontraron a Musgrove al final?
—En cuanto averiguamos que se hallaba en alguna parte de la ciudad, emitimos un llamamiento y apareció en menos de un cuarto de hora. Una patrulla de policía lo había retenido durante treinta y seis horas.
Wentik se extrañó un poco ante el enigma implícito en la última observación. Le asombró que una patrulla de policía retuviera a un hombre sin remitir el caso a una autoridad superior, pero lo dejó pasar. Lo más probable es que tuviera alguna explicación.
—En fin —continuó Jexon—. Ese ya no es el problema. La cuestión es que usted está aquí.
—Lo cual, supongo —dijo Wentik—, vuelve a llevarnos a mi pregunta: ¿Por quéestoy aquí?
Jexon sonrió.
—Para hacer una tarea. No muy fácil, o muy agradable, quizá, pero no obstante una tarea para la que usted es la única persona calificada.