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La sala estaba vacía y era utilitaria. Junto a la pared había una cama con un montón de mantas y almohadas encima, en el centro de la habitación había una mesa metálica con dos sillas metidas por debajo del borde, y en la otra pared había un gran armario que contenía material médico.

Cogió un torniquete elástico y se lo enrolló en torno a la parte superior del brazo, apretándolo hasta que la sangre dejó de manar de la herida. Despuéssacó del armario un tubo de crema restauradora de tejidos y untó por encima, respingando con la punzada de dolor que se provocó. Finalmente encontró una larga venda blanca, y la enrolló suavemente alrededor de la herida hasta dejarla completamente protegida.

Una vez terminada esa operación se quitó el torniquete y sacó un cabestrillo del armario, que ajustó a su brazo.

Antes de volver al corredor cogió una chaqueta gruesa de un aparador de la sala y se la puso. Aunque allí hacía más calor que arriba, la temperatura en los túneles apenas estaba por encima del punto de congelación.

Salió y regresó al corredor principal. Después de mirar a un lado y al otro comprendió el único detalle de importancia: la Concentración estaba desierta, al parecer.

Consultó el mapa de nuevo y se encaminó hacia su laboratorio.

Su primera impresión al entrar en el laboratorio principal de investigación fue el hedor agobiante. Se acercó a la hilera de jaulas y observó la treintena aproximada de ratas muertas.

Miró por todo el laboratorio pero no vio rastro alguno de notas, y pasó a su antiguo despacho. Tal como había previsto, todo estaba desierto.

Se acercó al escritorio y tiró de los cajones para abrirlos. Vacíos.

El archivo. Vacío.

La totalidad de libros de texto habían sido cogidos de las estanterías. La provisión de útiles de escritorio había desaparecido. Las dos sillas estaban colocadas ordenadamente a los lados de las mesas. El aparador que en otro tiempo había contenido las notas y análisis diarios del equipo de investigación..., vacío.

En el papelero había un montón de cenizas negras, laminosas. Wentik pasó los dedos por el revoltijo, pero no quedaba un solo papel del que se pudiera descifrar algo.

Casi al momento de salir del ascensor Wentik intuyó que la Concentración entera había sido evacuada. Tenía que haberlo sabido, y quizás instintivamente lo había sabido.

Salió al corredor y se encaminó hacia la salida más cercana.

No existe cambio alguno en la historia. ¿Acaso no estaba predestinado que él no iba a encontrar ahí a N'Goko? Porque si lo hubiera encontrado, ¿qué...? Suponiendo que el avión no se hubiera estrellado y que N'Goko estuviera allí, ¿qué, entonces? ¿Acaso N'Goko habría ido con Wentik a Brasil? ¿Habría destruido sus notas y el producto de la investigación que había efectuado en ausencia de Wentik?

Suponiendo que el plan se hubiera desarrollado tal como fue previsto; que Wentik y N'Goko van a Brasil y se trasladan al futuro y allí, en Sao Paulo del siglo XXII trabajan para eliminar un gas que había sido creado por los dos conjuntamente, ¿se habría usado el gas alguna vez en la guerra? ¿Acaso ellos habrían ido allá para descubrir que ya no había problemas con el gas?

Porque la realidad no podía ser manipulada.

El Sao Paulo que Wentik había visitado era de cabo a rabo tan real como su mundo del siglo XX. Karena era real, y Jexon, y un hombre llamado Musgrove que había catado, igual que Wentik, ambas realidades. Si el gas perturbador no era usado en la guerra, ¿no tenía que cambiar la naturaleza intrínseca de esa nueva sociedad?

Del mismo modo que el tiempo es inexorable, y asíes la sucesión de los hechos...

De la misma forma que Wentik supo al llevarse el avión de los padres que ninguna acción que emprendiera tendría efecto alguno para evitar la guerra, ahora comprendía que jamás habría podido hacer nada para evitar el uso del gas en la guerra. Y que en ese aspecto, jamás podría haber encontrado a N'Goko y conducirlo a Brasil.

Llegó al ascensor más cercano y entró. Las puertas se cerraron y apretó el botón. El ascensor empezó a subir.

La Concentración estaba abandonada. Vacía, e ineficaz ahora, como la búsqueda de Wentik.

Puesto que ahora se enfrentaba al fracaso. Quizá no por su causa, pero al menos por sus actos personales.

Había fracasado como científico, ya que su trabajo estaba incompleto y había sido empleado probadamente con un fin opuesto. Había causado la muerte de un hombre, y la probable locura de algunos otros. Había emprendido una tarea en favor de Jexon, y no la había satisfecho. Había defraudado la confianza de los padres; ni siquiera volverían a tener su avión. Y, quizá el detalle de mayor significación personal, había traicionado a su esposa.

Tremendamente solo, como ningún hombre había estado antes que él, Wentik salió del ascensor a la plataforma superior y se quedó inmóvil en el frío.

A partir de ahí, no podía haber nada. Una guerra desgarraba las entrañas del mundo en que había crecido; y un segundo mundo estaba esperando que volviera.

Se desabrochó la gruesa chaqueta, y la dejó caer al suelo. Se quedó con la ropa que Jexon le había dado en Brasil; ropa ligera, de ciudad, totalmente inadecuada para el clima antártico, muy poco protectora. En esta cámara oscura, a pocos metros del nivel del hielo, Wentik notó el frío al instante.

Afuera...

Miró a su alrededor, consciente no del techo y los muros metálicos o del suelo de cemento, sino de una invisible desolación del conjunto.

Anduvo hasta la entrada, a lo largo del pasaje tajado en el mismo hielo de la meseta, y escalones arriba hacia la noche, el temporal y la ventisca.

Pero el sol brillaba en un cielo despejado, y el aire estaba en calma. El hielo era de un blanco tan brillante que le fue imposible mirarlo.

Atolondradamente, se alejó de la entrada de la Concentración, por entre la nieve congelada. Se cubrió los ojos con el antebrazo derecho.

—Hacia aquí, doctor Wentik —dijo una voz.

Wentik se volvió. Jexon estaba allí, de pie en la compuerta de un avión plateado de despegue y aterrizaje vertical.

Veinticinco

Hora y media después Wentik estaba sentado ante la portilla de observación del camarote-salón, y a través de las muy oscuras gafas de cristales ahumados contempló el blanco páramo que se deslizaba debajo.

Había consumido una comida preparada por el camarero de la aeronave, y ahora descansaba en un sofá con un vaso de vino. Jexon estaba sentado frente a él. Le había explicado, mientras comía, cómo por un proceso de pensamiento distinto había llegado a la misma conclusión que Wentik: que los hechos no pueden ser cambiados.

—... y por eso vine aquí con el avión en cuanto pude —concluyó.

Wentik sacudió la cabeza lentamente. La transición entre la disposición a la muerte personal y la aceptación de continuar con vida no es inmediata.

—En caso de que esté preguntándoselo —prosiguió Jexon—, estamos en 2189. El avión contiene un generador portátil de campo de desplazamiento propio. Wentik examinó el camarote. —¿Este es su avión? —preguntó. —Sí. Lo equiparon de acuerdo con mis exigencias. Era mayor que todos los aviones que Wentik había abordado hasta entonces. Había una tripulación de cuatro hombres: dos pilotos, un navegante y un cocinero-camarero que trataba a Jexon con una deferencia que quedaba a sólo una fracción del servilismo. Repentinamente, Wentik se dio cuenta de lo alto que debía estar Jexon en el gobierno de Brasil.

—¿Cuál es el radio de acción del avión? —preguntó.

—Prácticamente ilimitado.

—Entonces, aterrizó usted después de una sola etapa de vuelo, ¿verdad?

Jexon asintió.