Con un reflejo que por ahora era ya casi automático, Wentik sacó las piernas del lecho, se sentó y volvió la cabeza a un lado. Los guardianes, obviamente conocedores de esta maniobra, habían concentrado el rayo sobre el ojo izquierdo de Wentik.
¡Maldición! Apartó la cabeza de la luz, y respingó cuando la música aulló en la minúscula celda de muros metálicos. Volvió a mirar la luz e hizo que el rayo cayera sobre su ojo derecho. Entonces, con sumo cuidado, se volvió y encaró de nuevo la pared. La música cesó.
Tanteó por debajo de la litera, sacó el pote de metal y orinó en posición de sentado. La celda ya empezaba a apestar. Tendría que cambiarlo pronto. Quizás hoy.
Había un ruido grave, de registro bajo, al otro lado de la puerta: las voces de los vigilantes que permanecían fuera de la celda de Wentik durante la noche entera. Wentik prestó atención. Los hombres hablaron durante quince segundos, luego los escuchó caminar por el corredor, alejándose. Volvía a estar libre por otro día.
Pero se estremeció. En parte por el frío..., y en parte ante la alternativa de tener que soportar un día más errando sin motivo a lo largo de los pasillos de la cárcel. Se estaba aletargando en sus movimientos, indolente en su reflexión. La mortífera rutina de la vida en la cárcel se había fijado rápidamente, y aún con más celeridad estaba empezando a hacerle romper con sus viejas normas de conducta. La única variación en la rutina de que disponía eran las entrevistas con Astourde, las que ya estaban también estableciendo una norma propia.
Desde el principio, la cárcel lo había desorientado.
Al llegar en compañía de Musgrove, le había sorprendido la aridez de diseño y colorido de la cárceclass="underline" un enorme cubo negro y gris que se alzaba abandonado en la solitaria llanura barrida por el viento. En la parte frontal estaba aparcado un helicóptero militar, pintado de verde oscuro con una cruz roja y blanca en su proa.
—Dé la vuelta hasta la parte de atrás —había dicho Musgrove, echándose a correr y desapareciendo en el interior del edificio.
Llevado por la curiosidad, Wentik caminó alrededor de la construcción, todavía aferrando su cantimplora de agua casi vacía.
En la parte trasera de la cárcel halló un pequeño prado rodeado de árboles, y ahí encontró a Astourde. El hombre estaba intentando adiestrar a los otros de pie sobre una caja. Igual que ejército de una ópera bufa, los hombres marchaban con una terrible falta de disciplina. Chocaban unos con otros, perdían el paso, movían los brazos a la ventura... Su aspecto era ridículo. Astourde les gritaba de modo incoherente, maldiciendo y escupiendo sus órdenes con un alocamiento que en nada hacía que la confusión se redujera. Los hombres marcharon intensamente de un lado a otro durante casi media hora, mientras Wentik los contemplaba muy divertido.
Después, los hombres, perdido el interés como por acuerdo, desistieron. Uno de ellos ofreció cigarrillos y todos se alejaron de Astourde en dirección al bloque de la cárcel.
Wentik caminó lentamente hacia donde estaba Astourde encima de la caja, solo en el centro del prado. Astourde miró al científico, irritado por haber sido observado en situación desventajosa.
—Gentuza indisciplinada —murmuró— Ya que está aquí, podría buscarse una celda. No son demasiado incómodas.
Bajó de la caja y se alejó, dejando solo a Wentik con la manta plegada en un brazo y la cantimplora en la otra mano. Y a partir de entonces, las condiciones en que Wentik siguió su existencia fueron deteriorándose más y más constantemente.
Las cosas empezaron muy despacio. Eligió una celda en un pasillo del primer piso. Aunque no había ventanas en ninguna de las celdas, desde el pasillo se divisaba la parte de llanura por la que Wentik había andado. Justo por debajo de las ventanas estaba el helicóptero, y sobre el horizonte podía distinguir la forma negra del molino de viento, empequeñecido por la distancia. A veces el horizonte se oscurecía por la neblina vaporosa, e igualmente la visibilidad se reducía a cuestión de escasos metros cuando las lluvias cubrían la llanura.
No volvió a ver a Astourde durante varios días. Erró por la cárcel en las horas de luz diurna, y pronto llegó a conocerla en profundidad. Por lo que sabía, el edificio estaba casi completamente vacío. Mientras paseaba iba encontrando varias puertas que estaban cerradas; algunas habían sido clausuradas, el resto de ellas podía ser franqueado. Fue obvio para él, después de cierto tiempo, que había una pequeña porción de cárcel que jamás vería, allí era donde probablemente Astourde, Musgrove y los otros hombres tenían sus cuarteles.
Poco a poco se fue dando cuenta de que las zonas por él atravesadas se volvían cada vez más pequeñas. Más puertas cerradas con llave. Finalmente, hacia el undécimo día de su llegada, se encontró confinado a pasear en el corredor que se extendía junto a su celda.
Otra cosa que le pareció alarmante, aunque de modo considerablemente más sutil, fue un repentino aumento de su actividad soñadora. Todas las noches experimentaba varios sueños de impresionante claridad. Algunos eran líricos y algunos horribles, pero todos estaban relacionados con sus experiencias recientes. Astourde aparecía a menudo en esos sueños, igual que Musgrove. Su esposa e hijos aparecieron en otro sueño, perseguidos por un grupo de hombres en el interior de un edificio descomunal. En otro sueño, él y Astourde estaban uno frente al otro, con rifles, disparando tranquilamente al contrincante y sin embargo jamás alcanzándose. Wentik, que nunca había sido un hombre de recordación precisa de sus sueños, consideró de gran interés este acceso primero, pero después, como motivo de preocupación.
Con mucha lentitud, la frecuencia de los sueños empezó a disminuir, hasta que, al cabo de quince días, sólo experimentaba un sueño por noche que pudiera recordar con todo detalle.
Un día, Wentik quedó intrigado al ver que algunos de los hombres trabajaban con el helicóptero. Cinco de ellos estaban haciendo algo con las hélices de rotación horizontal, pero al principio no alcanzaba a percibir claramente qué era lo que hacían. El helicóptero era del tipo con turbinas de extremos giratorios. Al parecer los hombres estaban intentando quitar los rotores, pero evidentemente no tenían idea de cómo proceder. Durante tres días buscaron una solución al respecto gritándose entre ellos. Wentik los contempló muy divertido desde las ventanas de su pasillo.
Luego, una mañana, Wentik descubrió que la noche anterior habían atornillado persianas de acero fijas en las ventanas de toda la longitud del corredor, y esa pequeña distracción le fue arrebatada.
Paso a paso sus minúsculos privilegios fueron limitándosele. Al principio le permitían recoger sus comidas en la tosca cocina del sótano, pero después de que lo hubieron confinado en el pasillo, el alimento le fue llevado dos veces al día. Y cada vez, la porción era más pequeña. Después de una semana en la cárcel, Wentik se acostumbró a que el hambre fuera parte de su vida normal. Le permitían afeitarse con máquina eléctrica pero sin espejo, y le daban agua para lavarse cada tres días. No había regulación artificial de temperatura en el edificio, y durante el día las celdas y el pasillo resultaban sofocantes. Por la noche la temperatura descendía bruscamente y a Wentik le era difícil dormir.
Con la constante falta de contacto con otros que no fueran los guardianes (que al parecer habían recibido instrucciones de no hablar con él), las reacciones menguantes y las incomodidades constantes de la cárcel, Wentik vio que su resistencia empezaba a debilitarse. Sentía que su voluntad personal se iba despellejando capa por capa, y se daba cuenta de que la inclemencia del medio y las privaciones a que le forzaban podrían quebrar el conjunto de su identidad, si ésa era la intención de Astourde. Porque el hombre había tomado el papel de un perseguidor oculto, cuya misma ausencia representaba una intimidación.