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Sin comprender nada, Índigo estaba a punto de preguntarle qué quería decir cuando se dio cuenta de que Augon Hunnamek se acercaba a ellas. Inclinó la cabeza —fuera temerario o no, no podía resignarse a hacer una reverencia ante el tirano como hacían los otros— y Augon le sonrió. Bajo la suave luz nocturna, sus ojos brillaban salvajes en el oscuro rostro.

—Bien, Índigo. ¿Te gusta nuestra pequeña reunión?

—Mucho, señor. —Su voz era envarada.

—Me alegro. Mi única pena es que la Takhina Viuda declinó unirse a nosotros esta noche. Esperaba que ahora ya habría aceptado que aún tiene un importante papel a desempeñar en la corte, pero... Bien, no podemos hacer otra cosa que rezar para que el tiempo y el buen trato la hagan ceder. —Se volvió, chasqueó los dedos, y un sirviente se acercó a toda prisa con vino—. ¿Brindarás conmigo por la pequeña Infanta?

A Índigo no le gustó la perezosa familiaridad de su tono, pero difícilmente podía negarse. Augon, sin esperar su aprobación, le colocó una copa en la mano y sus dedos acariciaron ligeramente los de ella.

—Por Jessamin —anunció—. Infanta, y futura Takhina de Khimiz.

—Por Jess... —y las palabras murieron en los labios de Índigo al darse cuenta de lo que él había dicho. Lo miró asombrada—. ¿Futura Takhina?

—Pero claro —sonrió Augon—. Cuando Jessamin cumpla doce años, pienso hacerla mi esposa. —La sonrisa se convirtió en una risita apagada—. ¡Mi querida Índigo, tienes todo

el aspecto de un fauno asustado! ¿Tan sorprendente es esta revelación?

Índigo se quedó sin habla. Era una maniobra tan evidente, y sin embargo no la había previsto. Una nueva dinastía fundada de la unión entre el intruso y el legítimo heredero del trono. Con el único descendiente del antiguo Takhan entronizado junto a él, era imposible que nadie se atreviera a discutir la legitimidad de las pretensiones de Augon Hunnamek.

Y si Augon era lo que ella creía que era, la idea de una criatura de doce años sujeta, mediante maquinaciones políticas, a todos su deseos y caprichos le provocaba ganas de vomitar. El sello definitivo a nuestro triunfo, había dicho Phereniq. Índigo dirigió una rápida mirada a la astróloga, pero ésta se negó a encontrarse con sus ojos, y en lugar de ello se dio la vuelta y, con estudiado aire de despreocupación, se alejó. A la luz de las lámparas su rostro aparecía macilento y envejecido.

Augon posó una mano sobre el hombro de Índigo, y ésta tuvo que ejercitar todo el autocontrol que pudo reunir para no echarse atrás. Aquellos invitados que habían estado cerca se habían alejado fuera del alcance del oído, tomando ejemplo quizá de Phereniq, y ahora Augon condujo a Índigo con suavidad pero implacable lejos del centro del patio, hasta que, con las sombras de las paredes cayendo sobre ellos, quedaron definitivamente solos.

—Ahora comprenderás por qué el bienestar de la Infanta me preocupa tanto —dijo Augon con suavidad—. A la criatura hay que criarla con gran cuidado hasta que esté en edad de casarse. —Bajó los ojos hacia ella, y sus ojos claros adoptaron de repente una expresión astuta—. Y esto me lleva a la cuestión de tu papel en la educación de Jessamin.

—¿El mío? —Índigo estaba perpleja...

—Desde luego. No me gustan los equívocos, de modo que no voy a malgastar palabras. Jessamin necesita una amiga y memora que la guíe durante su infancia y la prepare para su futuro papel. Al parecer, Agnethe ha decidido volverle la espalda a su propia hija, lo cual me apena personalmente. Pero no se pueden forzar estas cuestiones; hasta entonces y a menos que ella ceda, debo buscar a otra persona que ocupe el lugar que es suyo por derecho. —Su mano, que seguía aún sobre su hombro, lo apretó ligeramente; luego la soltó por fin—. Deseo que te quedes en palacio, como compañera y preceptor» de la Infanta.

Índigo lo miró con sorpresa. Cuando finalmente recuperó la voz, contestó:

—Lo siento... ¿Es esto acaso una broma que me hacéis?

—En absoluto. —Le sonrió, pero sin frivolidad—. La verdad es que comprendo tu perplejidad, mi querida Índigo; también yo me sentí muy sorprendido al principio. Pero creo que ya sabes que mi gente, al igual que los khimizi, da gran importancia a la ciencia de la adivinación en todas sus formas. Los augurios están perfectamente claros. Indican categóricamente que tú eres la compañera ideal para la Infanta... y ésta es recomendación suficiente para mí.

La muchacha no podía creer lo que oía.

—Pero..., yo no estoy capacitada para una tarea semejante; yo...

La interrumpió.

—¡Oh, pero yo creo que estás muy capacitada! Sea lo que sea lo que el destino te haya deparado en los últimos años, resulta evidente que no naciste para ser un vulgar marinero... y no hay necesidad de protestar de tu inocencia: me interesa el futuro, no el pasado. Ahora el destino ha hablado de nuevo, a través de las adivinaciones de Phereniq, y no necesito nuevas ratificaciones. El puesto es tuyo, si estás dispuesta a aceptarlo.

De modo que Phereniq —o, más correctamente, su astrología— estaba detrás de aquel extraordinario e inesperado acontecimiento. De repente, y con una terrible sensación de ironía, Índigo se dio cuenta de que se le concedía una solución a su mayor problema —el de quedarse cerca del palacio de Augon Hunnamek— sin que tuviera siquiera que buscarla. La idea la dejó helada, ya que la coincidencia era desde luego demasiado grande para ser casual. Algo manipulaba los acontecimientos, al parecer a su favor: pero si ese algo era amigo o enemigo era una cuestión sobre la cual prefería no pensar.

Augon volvió a hablar:

—Si crees oportuno rechazar mi oferta, que así sea; no lo tomaré a mal. Pero espero que no la rechazarás. Aparte de lo que las estrellas tengan que decir en el asunto, tu partida sería motivo de pena para mí.

Índigo levantó la vista hacia él y se encontró con sus ojos al tiempo que un escalofrío la recorría por dentro como una lenta y fría caricia. Necesitaba tiempo para tomar una decisión. Y aún más necesitaba desesperadamente el consejo de Grimya.

—Me... me siento honrada por vuestra invitación, señor —repuso con cuidadosa formalidad—. Pero necesitaré tiempo para considerarla. Si pudiera solicitaros vuestra indulgencia por un día más...

—Desde luego: no podría esperar menos. —El carnívoro depredador había regresado a su sonrisa, y levantó la mano como si fuera a tocarla otra vez. Índigo dio un paso atrás involuntariamente, y la mano retrocedió—. Aunque me gustaría pensar, Índigo, que tu respuesta será favorable, y que nos aguarda una larga amistad. —Inclinó la cabeza, un gesto que combinó puntillosa cortesía con algo menos definible y, ella pensó, menos agradable—. Debo pasear entre mis invitados, o la gente empezará a hablar de mi predilección por tu compañía. —Vio cómo el rostro de ella enrojecía ante la burlona implicación, y la sonrisa adoptó una sombra de satisfacción—. Habla con Phereniq mañana. Hasta entonces, me sentiré encantado de extender mi continuada hospitalidad.

Se alejó, mientras ella lo seguía con la mirada y luchaba por contener una mezcla de furiosa bilis y deprimente inquietud. Le resultaba insoportable quedarse más tiempo en la fiesta. Quería huir a la intimidad de su habitación donde Grimya la esperaba, bañarse y quitarse la mancha que, de modo irracional, creía que había quedado en ella tras su encuentro con Augon. Y no quería hablar con Phereniq otra vez; no hasta que fuera capaz de pensar con mayor claridad.

Un sendero estrecho y enlosado recorría el extremo del patio hasta llegar a la puerta en forma de arco, Índigo miró por encima del hombro una vez más para asegurarse de que nadie la vería salir; luego empezó a andar a toda prisa, sin hacer ruido, junto a la embriagadora maraña de enredaderas en flor en dirección a la quietud del palacio iluminado por la luz de las lámparas.