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—¿Qué puedo hacer por vos?

—Yo... —Índigo vaciló, luego comprendió que se sentía demasiado cansada y confusa para discursos muy elaborados, y repuso con sencillez—: Deseo aceptar la oferta del Takhan.

Phereniq sonrió.

—Sí —replicó—. Ya pensé que lo haríais. Y me alegro.

Durante unos minutos permanecieron en silencio, Índigo quería sentarse, pero no pudo ver ninguna silla cerca. Entonces, de repente, Phereniq se adelantó y la tomó del brazo.

—¿Índigo? Estáis muy pálida..., ¿os encontráis bien?

—Sí; es... —Índigo se sacudió con un esfuerzo las opresivas imágenes de la pesadilla y de las mofas de Némesis—.

He dormido mal esta noche. Una desagradable pesadilla me ha dejado una persistente sensación de desasosiego, creo —dijo, intentando parecer despreocupada.

—¿Os gustaría hablar de ello? —inquirió Phereniq.

Índigo forzó una sonrisa.

—No. Gracias, se... me pasará enseguida.

Phereniq vaciló, luego se dirigió a una mesa donde había un ornado recipiente de plata sostenido por un trípode bajo el cual ardía una pequeña y gruesa vela.

—Me parece que este clima tiene algo que ver con estas cosas —dijo—. No estáis acostumbrada al calor, y yo tampoco... Bueno, no importa, tal vez no tenga importancia.

Índigo escuchó el sonido de un líquido al verterse, entonces la astróloga regresó con una pequeña copa de cristal en la mano.

—Casi nunca desayuno, pero no puedo pasar sin mi tisana de hierbas. —Hubo un tono de ligera autoburla en su voz; luego se detuvo de nuevo por un instante—. Y tengo algo que puedo añadirle. Un cordial de mi propia invención..., es una gran ayuda para calmar una

mente intranquila.

Índigo aceptó agradecida. La pesadilla le había robado el descanso nocturno, y se alegraría de conseguir cualquier cosa que le concediera un respiro. Observó a Phereniq sacar el frasco con su tapón de amatista del bolsillo que pendía de su cintura, y verter con cuidado seis gotas en la tisana. Un vivificante aroma surgió de la cocción, y cuando Índigo bebió un sorbo, percibió un agradable y rico sabor en el trasfondo de la bebida, algo ligeramente parecido al sabor del azúcar quemado.

—Mi cordial tiene muchos usos —le explicó Phereniq—. No dudéis jamás en pedírmelo, si creéis que puede volver a ayudaros.

Aunque dudó de que la bebida surtiese efecto tan deprisa, había una sensación de calor en la garganta de Índigo, una relajación de los tensos músculos, una sensación de calma. Levantó la cabeza.

—Gracias, Phereniq. Sois muy amable.

—Tonterías —Phereniq hizo un gesto con la mano, como de embarazo, y guardó el frasco—. Ahora deberíais regresar a vuestra habitación y descansar un rato. Creo que descubriréis que podéis dormir si lo intentáis, y no tiene por qué haber más pesadillas. — Empezó a conducir a Índigo en dirección a la puerta—. En cuanto a la cuestión de vuestro nuevo cargo, enviad a un criado a avisarme cuando os despertéis, y entretanto informaré al Takhan de vuestra decisión. —Sonrió y palmeó el brazo de la muchacha—. Se sentirá muy contento, Índigo. Igual que yo.

El rostro de Phereniq adoptó una expresión pensativa mientras veía alejarse a Índigo. Sueños... era una peculiar coincidencia, una coincidencia que no estaba segura de cómo interpretar. Había estado a punto de mencionar las pesadillas que ella misma había padecido recientemente pero no lo había hecho al considerar que podían no guardar relación; pero ahora estaba menos segura. Desde que empezaran sus pesadillas había consultado naturalmente los augurios; pero no le habían facilitado la menor indicación sobre una posible causa. Eso en sí mismo resultaba extraño; y ahora parecía que Índigo se veía aquejada de la misma dolencia. ¿El clima? Era cierto, tal y como había afirmado, que ambas eran forasteras, y no estaban acostumbradas al abrasador calor de Khimiz; no obstante, la intuición de Phereniq le hacía sospechar que la respuesta era menos sencilla. Algo no iba bien, y lamentaba que Índigo también se viera afectada por ello. Esperó que pasaría, ya que le gustaba la muchacha, y sus adivinaciones habían dejado muy claro que su presencia en la corte khimizi no traería más que cosas buenas.

Sacudió la cabeza para salir de su ensueño, y vio que el pasillo estaba vacío e Índigo se había ido. Una brisa fugaz hizo tintinear un pequeño móvil de cristal de una ventana con el sonido de diminutas y etéreas campanillas. Phereniq escuchó con atención la dulce y evocativa musiquilla durante un momento, luego se retiró en silencio al interior de sus aposentos y cerró la puerta.

El verano en Khimiz era una estación de días brillantes y lánguidos en los que el sol se abatía sobre la tierra incesantemente desde un cielo azul pero sofocante, y de noches bochornosas en las que parecía que no había suficiente aire en toda la tierra para mantener la vida. Al parecer por un milagro, Simhara continuó siendo un oasis verde en medio de la tierra reseca, irrigado por un millar de arroyos artificiales y estanques, alimentados con agua del mar, destilada para retirar la sal.

En palacio la vida se había adaptado a un régimen tranquilo y ordenado. El nuevo Takhan aún no había hecho sentir del todo su presencia, y consejeros, oficiales y sirvientes por igual empezaban a regresar con cautela pero agradecidos a la familiar y querida rutina. Los únicos signos evidentes de cambio eran la presencia de muchos hombres y mujeres de piel oscura mezclados con los rubios khimizi entre el séquito del palacio, y el hecho de que los ministros de la corte, que por lo general no tenían mucho que hacer en esta época del año, se pasaban la mayor parte del tiempo encerrados en reuniones privadas con Augon Hunnamek.

Pero para Índigo y Grimya la vida había dado un gran cambio. Había transcurrido poco más de un mes desde que se trasladaran a sus elegantes aposentos nuevos en el corazón del palacio. Estas habitaciones, que estaban conectadas por un corto pasillo con las del Takhan, eran parte del lujoso apartamento asignado a la Infanta y habían sido las habitaciones privadas de Agnethe, pero los efectos personales de la Takhina Viuda habían sido trasladados a los aposentos vigilados donde ahora se alojaba, y no quedaba el menor rastro de su presencia.

Los deberes de Índigo como acompañante de la Infanta se habían limitado hasta ahora a poco más que a la niñera y a los criados que cuidaban de Jessamin, y a jugar con la niña, en la medida en que es posible jugar con un bebé de sólo tres meses de edad. La mayor parte del tiempo tenía la impresión de que su presencia era superflua, y, a pesar de lo que dijeran augurios y presagios, todavía sospechaba la existencia de un motivo más siniestro detrás del aparente deseo caprichoso de Augon Hunnamek de asignarle aquel cargo. En sus horas más sombrías no podía por menos que preguntarse si el demonio no conocería ya su misión, y sencillamente aguardaba el momento oportuno, jugando con ella como un gato jugaría con un pájaro herido antes de acabar con él.

Durante los primeros días que siguieron a su decisión de superar sus temores y permanecer en Simhara, le había resultado muy duro mantener su resolución frente a aquella insidiosa sospecha. Además, las sombrías pesadillas habían regresado: no soñaba con Némesis esta vez, sino borrosas pesadillas en las que se mezclaban indicios de algo maligno y escurridizo con recuerdos distorsionados de acontecimientos recientes, y que la dejaban agotada y atemorizada.

Pero Índigo había decidido combatir los efectos de sus sueños. Y, gracias a Phereniq, había encontrado por fin la forma de quedar fuera de su alcance.