—Leando. —Lo saludó con una concisa inclinación de cabeza; lo máximo que podía dedicarle.
—Buenos días, Índigo. —La respuesta de Leando Copperguild fue tan cautelosa como la de ella. Luk corrió hacia él, y el hombre lo tomó en brazos—. ¿Se ha comportado bien mi hijo?
—Como siempre.
—Me alegro. —Alborotó los cabellos de Luk con la mano, pero el movimiento no fue más que un mecánico acto reflejo; su mente estaba puesta en otra cosa—, Índigo, yo... — Vio que Hild los observaba, y carraspeó nervioso—. Tengo el permiso del Takhan para llevarme a Luk del palacio esta tarde. —En sus labios apareció una fugaz sonrisa forzada—. Dos de nuestros barcos han atracado con la primera marea, y su cargamento es mucho mayor de lo que esperábamos. Por ello hemos decidido celebrar una pequeña fiesta familiar en casa de mi tío, y me pregunto si no aceptarías una invitación para unirte a nosotros.
Índigo lo miró sorprendida. Durante diez meses ella y aquel hombre habían coexistido, en la medida en que sus caminos se habían cruzado por algún motivo, en fría y educada indiferencia: ella no había ocultado su desprecio por él, y él jamás había intentado ni justificarse ni ganar su simpatía. Y ahora, sin una razón aparente, se encontraba con esto.
—Gracias, Leando —respondió con frialdad—, pero no quisiera entrometerme en una celebración privada.
—Te aseguro que...
Los ojos de Índigo se entrecerraron y atajó lo que el otro iba a decirle.
—No; gracias. Creo que en lugar de ello me gustaría más visitar el Templo de los Marineros, y elevar una oración por la difunta Takhina.
Los labios de Leando palidecieron. Por un instante pensó que le devolvería el insulto, pero el hombre se controló. Entonces dirigió una rápida mirada a Hild y, al ver que había devuelto su atención a la Infanta, dio tres pasos hacia delante. Se inclinó hacia el suelo, y fingiendo recoger uno de los juguetes abandonados de Luk, murmuró con voz ronca:
—¡Piensa de mí lo que quieras, Índigo, pero tienes mucho que aprender! Tengo algo que decirte que debe decirse en privado, y no me es posible esperar eternamente. Vuelve el rostro si eso te satisface. ¡Pero no te dejes deslumbrar!
Y antes de que pudiera reaccionar, se enderezó y, con Luk apoyado sobre su hombro, se dirigió a la puerta a grandes zancadas y salió de la habitación.
—¡A-na! —Hild se volvió al escuchar el portazo, su ancho y agradable rostro demostraba su disgusto—. Ése parece siempre tan... agitado. —Sonrió a Índigo, satisfecha de haber podido pronunciar una palabra tan compleja—. Tú no gusta él, ¿eh?
Índigo contempló la puerta, e inconscientemente llevó los dedos a la piedra-imán que colgaba de su cuello.
—No, no me gusta, Hild. Pero debemos ser tolerantes.
Jessamin lanzó un «¡bah!», añadiendo su propio comentario, y se echó a reír, Índigo no estuvo segura de si se trataba de su imaginación, o del despertar de una intuición en su interior; pero de repente el calor del sol pareció desaparecer de sus huesos, y sintió tanto frío como si estuviera en la tundra meridional en pleno invierno.
¿Índigo?
Phereniq le tocó el brazo, y la muchacha salió de su ensueño con un sobresalto para clavar los ojos en la lenta y cálida sonrisa de la astróloga.
—Estoy segura de que no has escuchado una sola palabra de lo que he dicho —la amonestó con suavidad la mujer—. ¿Qué es? ¿No has dormido bien últimamente?
Índigo se sacudió de encima el letargo con evidente esfuerzo y le devolvió la sonrisa.
—Lo siento, Phereniq. He pasado algunas malas noches, y Jessamin no se ha portado muy bien tampoco. Por favor, sigue.
Phereniq le dirigió una mirada inquisitiva. Por un instante pareció como si fuera a insistir en la cuestión, luego se lo pensó mejor y volvió su atención al gráfico extendido entre ambas sobre la mesa. Golpeó ligeramente con el dedo un diagrama que mostraba dos círculos concéntricos divididos en dos por una sola línea.
—La conjunción de mañana tendrá lugar precisamente una hora antes del mediodía. Claro está que no será visible: incluso las lentes más potentes de Khimiz no pueden contrarrestar la luz del sol, y resultaría peligroso intentarlo siquiera; pero el saber que tiene
lugar es más que suficiente. —Se recostó en su asiento, contemplando el gráfico con expresión de propiedad—. Y se trata de un presagio espléndido. La Estrella del Cazador y el Pacificador se juntan en la constelación de la Serpiente en la hora exacta del nacimiento de la Infanta. No podía haber un momento mejor para la investidura del Takhan.
Algo en su voz: una ligerísima vacilación, nada más, pero Índigo había llegado a conocerla lo bastante bien durante los últimos meses como para percibirla. Con gran suavidad dijo:
—¿Y para los esponsales?
Phereniq arrugó la frente.
—Desde luego. —Sus dedos se crisparon y luego, de repente, volvió a enrollar el gráfico y lo dejó a un lado junto a los otros—. Pero realmente ya está bien. Debes perdonarme, Índigo; tengo tantas cosas de las que ocuparme antes de mañana... Y todos debemos levantarnos temprano mañana si queremos estar en plena forma. —Le dedicó una frágil sonrisa—. Te veré en el banquete, una vez finalizadas las ceremonias oficiales.
Cuando estuvieron solas de nuevo, Grimya levantó la mirada hacia Índigo con ojos preocupados.
«Es muy triste», observó la loba. «Phereniq está muy enamorada, y sin embargo ello no le produce más que dolor.»
«Lo sé.» Consciente de que Hild podía oírlas, Índigo también se comunicó en silencio. «Ojalápudiéramos ayudarla.»
«No podemos. Y no creo que quisiera que lo hiciésemos. No si ello significa renunciar a sus sueños.»
Índigo se sirvió una copa de vino; luego, tras una breve vacilación, sacó la pequeña botella de cordial de su escondite. Sospechó que no serviría de nada; la noche anterior había tomado la cantidad acostumbrada, pero durante el último mes más o menos, los efectos soporíferos del cordial parecían haberse debilitado. Volvía a soñar otra vez; afortunadamente, nada comparable con las pesadillas sobre Némesis que la habían atormentado al principio de su llegada a Simhara, sino sueños siniestros, informes e inquietantes que, al despertar, no podía recordar en detalle. Pero el cordial seguía siendo un calmante, y el pensar en el dulce calorcillo que recorría su garganta, y el agradable sabor que proporcionaba al vino, tenía su atractivo. Sólo unas pocas gotas; cinco o seis, no más. La ayudaría a relajarse.
El tapón de la botella salió con un débil sonido, Índigo contó con mucho cuidado seis gotas del cordial en el interior de su copa, luego se recostó en su asiento y cerró los ojos, tomando pequeños sorbos de su bebida mientras una sensación de paz se apoderaba de ella en el silencio de la habitación en sombras.
La mañana siguiente amaneció brillante y calurosa, con un ligero viento del nordeste que soplaba del desierto, Índigo y Grimya sé despertaron poco después del amanecer, cuando las campanas empezaron a sonar por toda la ciudad; y a los pocos instantes de haberse levantado, Índigo se vio envuelta ya en los febriles preparativos para la fiesta de investidura del Takhan.
Empezó a sentirse excesivamente nerviosa mientras supervisaba el baño, vestido y últimos toques en el atuendo de Jessamin. La Infanta se había despertado llorando varias veces durante la noche, y se necesitó mucha paciencia y el aliciente de su juguete preferido —el pequeño barco de Phereniq— para tranquilizarla. Pero por fin, envuelta en sus vestiduras bordadas en oro y con un diminuto aro incrustado de zafiros en la cabeza, se la llevaron de allí con los ojos muy abiertos y sin lanzar la menor queja hasta donde los más altos dignatarios de Simhara aguardaban junto a las puertas principales del palacio.