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Detrás de Índigo, Leando dejó escapar un suspiro reprimido.

—¿Teníamos razón? —inquirió.

Karim asintió.

—Sí.

Índigo temblaba. Sentía un hormigueo por todo el cuerpo, y los finos vellos de sus brazos estaban erizados como el pelaje de Grimya cuando estaba asustada o enojada. Los de su nuca también se habían erizado, y el corazón le latía con dolorosa rapidez. Karim poseía poder —auténtico poder, no como Phereniq y los de su clase— y se asustó al pensar en lo que pudiera haber leído en su mente. El temor, emparejado con la confusión, la volvió agresiva, y se revolvió contra Leando.

—¿Qué quieres decir con que sí teníais razón? —exigió—. ¡No comprendo! ¿Qué intentáis hacer?

—Tranquila, mi señora. —Mylo llenó una copa de vino y se la ofreció—. Karim se limita a salvaguardar todos nuestros intereses. —Miró al ciego, que había vuelto a recostarse contra los almohadones—. ¿Qué hay de las otras comprobaciones, Karim? ¿Quieres continuar?

Karim sacudió la cabeza.

—No hay necesidad: he visto lo suficiente. Ella es la persona.

Índigo recurrió a Leando de nuevo.

—¡Leando, tienes que decirme de qué se trata todo esto! Tu tío habla de comprobaciones, y Karim me dice que yo soy «la persona». En nombre de la Madre, ¿qué significa esto?

Leando y Mylo intercambiaron una mirada, luego Mylo asintió con la cabeza de forma casi imperceptible. Leando se sentó junto a Índigo.

—Lo siento si te hemos asustado —dijo—, pero teníamos que estar seguros de ti antes de atrevernos a ir más adelante, y la opinión de Karim era la única en la que podíamos confiar. Ahora que ha confirmado nuestra creencia, puedo explicar más cosas.

»El año pasado, poco después de la invasión y la derrota de nuestro Takhan, Karim, bajo su apariencia de buhonero en el Templo de los Marineros, se encontró con una extranjera cuya presencia en Simhara, según le dijo su instinto, tenía una gran significación. Utilizó sus poderes de adivinación para ahondar más en la cuestión, y lo que descubrió lo persuadió de venir a vernos. Él y mi tío son antiguos amigos, y Karim conocía nuestro descontento. Nos dijo que esa extranjera, una mujer que ahora vivía en palacio, era vital para nuestra causa. —Se detuvo, volvió a mirar a Mylo y recibió una nueva y leve indicación de que siguiera adelante—. En resumen, que ella tenía la llave para la derrota y destrucción del usurpador.

Boquiabierta, Índigo se quedó mirando a Karim. Estaba perpleja y se sentía mortificada de pensar que el ciego era capaz de adivinar tanto en un breve encuentro casual; y ello le hizo preguntarse de nuevo, llena de inquietud, qué más podría haber descubierto Karim sobre ella.

Se dirigió al ciego, escogiendo las palabras con sumo cuidado.

—Maestro Karim, no soy experta en las cuestiones arcanas, ni en el arte de la adivinación. ¿Podéis explicarme que os llevó a tal conclusión sobre mí?

La mirada que Karim le devolvió fue desconcertante, ya que parecía como si, a pesar de su ceguera, sus ojos la retaran llenos de ironía.

—Otros confían en las estrellas o en los augurios para guiarse, mi señora —respondió—. Pero yo he seguido un camino que me permite ver lo que hay en tu auténtico corazón.

Estaba siendo deliberadamente enigmático, pensó ella, y eso le preocupó.

—Señor, yo... —empezó a insistir, pero él la interrumpió.

—No, mi señora; no hay nada más que te pueda decir ahora, aparte de que sé que eres digna de confianza. De momento, date por satisfecha con esto.

Índigo cedió, consciente de que seguir arguyendo resultaría inútil. Karim volvió la cabeza hacia la ventana y olfateó el aire.

—Se está haciendo tarde —anunció—. Huelo cómo la marea regresa al puerto. Deberíamos terminar nuestro asunto deprisa, Mylo; no sería muy sensato enviar a la dama de regreso a palacio a una hora que pudiera despertar demasiada curiosidad.

—Sí. —Mylo se volvió hacia Índigo—: Índigo, te hemos retenido excesivamente. Pero antes de que te vayas, tengo algo que decir. Karim nos ha dicho que podemos confiar en ti,

y ésa es toda la garantía que necesitamos. No obstante, me doy cuenta de que no podemos esperar que tú, por tu parte, confíes en nosotros. Leando me ha hablado de tus dudas y las comprendo. Te pido tan sólo que consideres lo que voy a decirte, y que lo que oirás no será repetido fuera de las paredes de esta habitación.

—No lo será, señor —repuso Índigo en voz baja—. Leando sabe que, como mínimo, soy neutral a vuestra causa. Esbozo una ligera sonrisa—. Y ha tenido buen cuidado de explicarme el precio de la traición. Tengo en bastante estima mi vida.

Leando le devolvió la sonrisa un poco avergonzado, y Mylo asintió:

—Mi sobrino carece a veces de sutileza, pero... muy bien; creo que todos comprendemos la posición en que estamos. Creo, Índigo, que estás enterada de nuestras intenciones de sacar al usurpador Augon Hunnamek del trono de Khimiz y poner a la Infanta, la auténtica soberana de nuestro país, en su lugar.

Índigo asintió con la cabeza.

—Eso es lo que me ha contado Leando —dijo—. ¿Pensáis, supongo, asesinarlo?

—Sí. —Mylo sonrió con frialdad—. Un hombre como Augon Hunnamek jamás admitiría la derrota si simplemente se lo depusiera: tiene que morir. Además, tenemos otras razones de índole personal para derribarlo. Es probable que no lo sepas, pero nuestra familia está emparentada en segundo grado con la familia real de Khimiz. —Un tono duro apareció en la voz de Mylo—. El antiguo Takhan, por imperfecto que pudiera haber sido, era nuestro primo, y es por lo tanto nuestro deber, al igual que nuestro deseo, el vengarlo.

Índigo meditó sobre aquello durante unos minutos. No había estado enterada de la conexión de los Copperguild con la familia real, y la revelación confirió peso y convicción a lo que había escuchado esta noche. Pero desear la muerte a Augon Hunnamek era una cosa; matarlo, otra muy diferente.

Les dijo:

—No será tarea fácil, Mylo. El nuevo Takhan está muy bien protegido en palacio, como Leando y yo bien sabemos. Y también está demostrando ser un gobernante popular; considerablemente más popular, por lo que he oído, de lo que fue su predecesor. Si lo asesináis puede que provoquéis la cólera de todo Khimiz.

—Eso es muy cierto —concedió Mylo—. Pero si existe una cualidad que está más inculcada en los khimizi que la superstición, es el pragmatismo. El mismo pragmatismo que aceptó el gobierno del usurpador sin una protesta, aceptará también su muerte, siempre y cuando no suponga ninguna amenaza para la paz y prosperidad de Khimiz. Y —su expresión se suavizó—, te olvidas de la Infanta. A pesar de que no es más que un bebé, el pueblo la adora. Pese a lo mucho que nuestro pueblo finja apreciar al usurpador, en el fondo de su corazón sabe perfectamente que Jessamin es nuestra auténtica Takhina.

Por lógica, lo que decía tenía su sentido, pero Índigo era consciente de que existía un fallo terrible. Mylo creía que trataba con un ser mortal; un hombre poderoso y astuto quizá, pero mortal, y por consiguiente falible. Ella sabía la verdad. Y si la entidad maléfica que era el auténtico Augon Hunnamek sospechara por un solo instante la existencia de un complot contra él, entonces ninguna cantidad de discreción o estrategia protegería de las consecuencias a los conspiradores de las consecuencias.

Sin embargo no podía contarles la verdad a Mylo y a Leando. No se atrevía: no hasta que