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estuviera segura de que podía confiar en ellos. E incluso entonces, se recordó sombría, ¿la creerían? Incluso la superstición khimizi no llegaba tan lejos, y no tenía ninguna prueba con excepción de su intuitiva certeza.

Repuso, con voz ligeramente temblorosa:

—¿Cómo pensáis matarlo?

Se produjo una larga pausa. Elsender se aclaró la garganta nervioso, mientras que Leando clavaba sus ojos en el suelo. Karim sencillamente continuó sorbiendo su vino. Por fin, Mylo respondió:

—Tenemos un plan, pero todavía hay muchos detalles que deben pulirse, y no queremos precipitarnos. Todo debe estar a punto, y pensamos que... perdóname, pero pensamos que es más sensato no revelar más, a menos que estemos seguros de que estás dispuesta a unirte con nosotros. Por tu bien y también por el nuestro.

Ella asintió.

—Comprendo. Pero, ¿entretanto?

—¿Entretanto?

—Me habéis pedido que viniera aquí esta noche para algo más que comprobar mi integridad. Queréis algo de mí.

—Si. Sencillamente tu garantía de que protegerás a la Infanta, hasta que estemos preparados.

Ella lo contempló sorprendida.

—¿Tenéis alguna duda de ello?

Karim se agitó en su asiento. Sus ojos ciegos escudriñaron la habitación y parecieron, de forma desconcertante, lavarse en el rostro de Índigo.

—No tengas la menor duda de ello, Mylo, viejo amigo —dijo con suavidad—. La dama dice la verdad. Y aunque puede que no se atreva a admitir sus más íntimos sentimientos, nuestra causa es la suya. Puedes estar seguro de filo, y deja que esta seguridad te conceda un descanso tranquilo esta noche.

Su sonrisa fue sólo para Índigo, y ésta se estremeció en su interior.

—Sí —dijo—. La protegeré.

Se despidió de Mylo y Elsender, luego, con cierta inquietud, de Karim, y por último de Leando, quien no iba a regresar a palacio hasta la mañana siguiente y la acompaño hasta el vestíbulo. Las puertas de la calle estaban abiertas, y una litera aguardaba fuera; en el umbral permanecieron solos por un instante, y Leando le tomó la mano.

—Pensarás en lo que has oído esta noche, ¿verdad?

—Lo haré —prometió con seriedad—. Pero...

—¿Qué te inquieta?

Meneó la cabeza, no muy segura de si podía explicarlo o de si tan siquiera deseaba hacerlo.

—Hay tantas cosas que todavía no comprendo... —repuso—. Estáis dispuestos a confiar en mí; dispuestos a aceptar tan sólo la palabra de Karim como garantía. No tiene sentido.

—La palabra de Karim es suficiente. Si lo conocieras, no lo dudarías.

—Pero, ¿quién es? Tu tío se dirigió a él como «mago-doctor», sin embargo...

Leando la interrumpió, con suavidad, bajando el tono de voz.

—Índigo, ninguno de nosotros conoce toda la historia de Karim. Hasta hará poco más de un año era lo que mi tío lo ha nombrado: mago y doctor en la corte del antiguo Takhan. Por qué escogió abandonar la corte y adoptar una nueva identidad como un pobre vendedor ambulante, no lo sabemos; aunque perdió la visión más o menos por la misma época, y creemos que el cambio puede tener algún significado filosófico para él. Lo que sí es cierto, es que desde que se quedó ciego sus poderes de clarividente han aumentado. Pero jamás ha querido explicarlo, y nosotros respetamos ese deseo; de la misma forma que respetamos su deseo de conservar el anónimo con respecto a los demás habitantes de Simhara. Confiamos en él, Índigo. Y confiamos en sus decisiones. Eso es suficiente para nosotros.

No había nada más que ella pudiera decir, aunque sus dudas seguían sin haberse disipado. Acalló las nuevas preguntas que acudieron a su mente; sabía muy bien que no la conducirían a ninguna parte, y se preparó para marcharse; pero entonces Leando la tomó de nuevo de la mano.

—Índigo. —Su rostro era tenso—. En tu preocupación por la Infanta, piensa en Luk, también.

Comprendió al instante lo que quería decir.

—¿Tienes miedo por él?

—Tengo miedo por todos, nosotros. Pero especialmente por Luk. Buenas noches, Índigo.

Y le besó los dedos en una forma que daba a entender algo más que mera formalidad antes de que ella desapareciera en la noche.

Los porteadores de la litera recorrieron veloces y en silencio las tranquilas calles de Simhara y los desiertos bazares, e Índigo, que se había quedado adormecida, salió de su sopor para encontrarse con que ya habían llegado a las puertas del palacio. Los guardas, que la conocían, sonrieron con aire conspirador cuando salió de la litera; y la joven se dirigió a sus habitaciones a través de los jardines en sombras.

Tan sólo unas pocas lámparas de luz muy mortecina ardían en los pasillos. Los carillones de las ventanas se agitaron débilmente y lanzaron un dulce y armónico acorde al pasar junto a ellos; su cerebro cansado registró los aromas del jazmín y la madreselva en el aire en movimiento. Su puerta estaba a pocos pasos de distancia...

Y una sombra que era más que una sombra surgió de la oscuridad para cortarle el paso.

—Índigo.

Unos ojos claros en la penumbra, la sonrisa de un cazador que no tiene prisa... Augon Hunnamek posó ligeramente una mano sobre su hombro.

La sorpresa hizo que el corazón de Índigo diera un brinco; se recuperó no obstante lo suficiente como para hacer una ligera inclinación de cabeza, al tiempo que retrocedía de modo que los dedos de él resbalaron de su hombro.

—Mi señor Takhan.

Augon cloqueó en voz baja.

—De modo que, también tú, eres una criatura nocturna. —La mano se extendió de nuevo y esta vez apretaron su antebrazo con delicada precisión—. Prometo guardarte el secreto, si tú prometes guardarme el mío.

Se obligó a sonreírle.

—Desde luego, señor.

Señor. —Saboreó la palabra—. No sale con facilidad de tus labios, ¿no es verdad, querida Índigo? Lo encuentro muy refrescante, rodeado como estoy de aduladores y egoístas. Me gustaría pensar que en nuestros raros momentos de intimidad no soy el «señor» para ti, ni tampoco el «gran Takhan», sino simplemente Augon, como lo he sido durante todos los años de mi juventud, antes de que la ambición me dominara.

Con el corazón palpitando con fuerza, Índigo apartó los ojos de la intensidad de su mirada.

—Me parece que os burláis de mí, señor.

—¡Ah! Entonces llamemos a esto un encuentro fortuito, y retirémonos a nuestros diferentes sueños. ¿Te atendió bien Leando Copperguild?

Sintió vértigo al darse cuenta de que él sabía dónde había estado; pero se dijo que no significaba nada, que los chismosos abundaban en palacio. Su rostro adoptó una máscara de inocencia.

—Él y su familia han sido unos anfitriones perfectos, señor. Conversamos sobre barcos y el mar, y he tenido el placer de poder evocar muchos recuerdos agradables.

—Me satisface oírlo. Quizá me aprovecharé también yo muy pronto de la hospitalidad de los Copperguild, si es como dices. —Augon sonrió de nuevo, pero esta vez se trataba de una sonrisa reservada y enigmática—. Buenas noches, querida Índigo. Estoy seguro de que la Madre del Mar te enviará sueños agradables.

Intentó permanecer rígida mientras él se inclinaba hacia adelante para besarla en la frente, pero si él notó cómo se encogía en su interior no dio la menor indicación de ello, pues se limitó a darse la vuelta y alejarse con paso tranquilo y solemne. Ella no esperó hasta que se perdiera de vista, sino que se precipitó hacia sus aposentos, cerró la puerta tras de sí y se recostó contra ella por un instante mientras intentaba controlar su desbordado corazón.

Indirectas, insinuaciones, sospechas... no le era posible asimilarlas, se negaba a considerar las implicaciones. Obligándose a avanzar con calma, Índigo atravesó la habitación en dirección a su lecho, con tan sólo la débil luz de la luna para alumbrar su camino. Grimya era una forma oscura, dormida; no quería molestarla, no quería enfrentarse a las preguntas que clamaban en su cabeza. Todo lo que quería era sumirse en la inconsciencia de un sueño profundo.