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Temblaba cuando se tumbó en la cama. Por un momento consideró la posibilidad de dirigirse hacia el pequeño y adornado armario donde su pipa, el regalo de Phereniq, esperaba dispuesta a traerle la paz. Pero estaba demasiado agotada, exhausta; en aquellos momentos su cuerpo y su mente conspiraban ya para hundirla lentamente en una oscura y silenciosa sensación de descanso.

Estremeciéndose, tiritando a causa de algo que emanaba de lo más profundo de su psiquis, los ojos de Índigo se cerraron y la joven se sumió en la inconsciencia.

CAPÍTULO 12

«Me parece que no tenemos elección.» La inquieta mirada de Grimya se detuvo en el patio al otro lado de la ventana, donde Jessamin chapoteaba feliz en su estanque bajo la paciente supervisión de Hild. «Debemos creer que nos dicen la verdad.»

Índigo suspiró. La loba tenía razón; ya se había perdido mucho tiempo en infructuosa especulación, y seguía tan lejos de tomar una decisión como lo había estado después de la reunión en casa de los Copperguild. Habían transcurrido seis días desde aquel encuentro, y no había sabido nada de Leando. Durante los tres primeros días, Leando había estado por el palacio como siempre, pero cuando recogía cada tarde a Luk evitaba —deliberadamente, sospechó ella— entablar con ella todo lo que no fuera la más trivial de las conversaciones. Luego, al cuarto día, Augon Hunnamek había llamado a sesión a su Consejo, y desde entonces Leando, junto con los otros consejeros, había permanecido encerrado con el Takhan durante casi todas las horas del día.

Estaba también el misterio de Karim, el mago convertido en buhonero. Lo poco que Leando le había contado había despertado su curiosidad en lugar de satisfacerla, y se preguntaba si quizá Karim no habría perdido el favor de su señor en algún momento del pasado. Los magos-doctores eran un grupo reducido y selecto, y Thibavor, el médico de la corte, sabría sin duda de la existencia de algún miembro deshonrado de su hermandad; pero no podía interrogarlo sin atraer una innecesaria atención hacia ella. Si había de averiguar más cosas debía ser por el mismo Karim; y en una ocasión, sin reflexionar, se había llevado a Grimya de nuevo al Templo de los Marineros para buscar al mago. Estaba allí, en su lugar de costumbre en la escalinata del templo, pero a Índigo le había fallado el valor antes de poder acercarse a él, y regresó a palacio insatisfecha.

Sin embargo, no podía seguir dándole vueltas al asunto durante mucho más tiempo. De una forma u otra tenía que decidir si iba a comprometerse en la causa de los Copperguild, y, si lo hacía, si debía decir la verdad sobre Augon Hunnamek.

Sobre ese tema, también, Grimya se había mostrado muy segura. Si Índigo iba a unirse a Leando y a su tío, dejarlos enfrentarse ignorantes y desprevenidos contra tal poder diabólico sería como condenarlos a muerte sin juicio previo. Por su bien y por el de Grimya, igual que por el de ellos mismos, Índigo no podía por más que estar de acuerdo. No obstante, ¿cómo podría convencerlos, sin romper el tabú que el emisario de la Madre Tierra le había impuesto, y revelar su propia historia y propósito?

Se trataba de un dilema que parecía no tener solución, y el tiempo se agotaba. A pesar de su silencio actual, Leando no tardaría en exigir una respuesta, y si continuaba eludiendo la cuestión los conspiradores se lanzarían contra Augon sin ella. Las consecuencias de esto eran demasiado terribles para siquiera considerarlas. Tenía que hallar una respuesta de alguna forma.

Sus desdichados pensamientos se vieron interrumpidos por una vacilante llamada a su puerta, y al tiempo que se volvía, Leando penetró en la habitación. Estaba ojeroso y desaliñado, y llevaba todavía las arrugadas ropas con que lo había visto por última vez tres días atrás. Su expresión era tensa e inescrutable.

—Leando. —Índigo se puso en pie—. ¿Ha terminado la sesión del Consejo?

—Se nos despidió hace apenas diez minutos. Tenía que venir inmediatamente; Phereniq piensa venir a ver a la Infanta en cuanto haya tomado un baño, y tenemos muy poco tiempo, Índigo, hemos sufrido un revés, y se trata de algo serio.

Las orejas de Grimya se irguieron, e Índigo sintió cómo un hormigueo recorría todo su ser. Miró por encima del hombro para asegurarse de que Hild no podía oírlos, luego inquirió apremiante:

—¿Qué ha sucedido?

Leando le dedicó una sonrisa cargada de ironía.

—La única cosa que ninguno de nosotros había previsto. A mi tío y a mí nos envían lejos de Khimiz.

Índigo se quedó anonadada.

—¿Os envían lejos? Pero..., por la Gran Madre, seguramente el Takhan no ha...

El adivinó la conclusión a que había llegado ella, y negó rápidamente con la cabeza.

—No; no es eso, al menos no de forma evidente. —Lanzó una risita cargada de amargura—. Hemos sido nombrados embajadores personales del Takhan en las Islas de las Piedras Preciosas.

—¿Qué?

—Es un golpe maestro, ¿no es verdad? Los primeros que inaugurarán una embajada en esas islas e iniciarán un comercio permanente y estable entre los dos países. Una gran jugada para Khimiz, que aumentará su paz y prosperidad. ¡Y por la Diosa que sus razonamientos son perfectos!

Quién mejor que los Copperguild, la más importante de todas las familias de comerciantes de Simhara, para ser sus representantes? —Lleno de ferocidad, sin darse cuenta, Leando había empezado a imitar la voz suave de Augon— quién podría combinar mejor un perspicaz conocimiento del comercio con la habilidad diplomática necesaria para abrir ese nuevo camino? Hemos demostrado nuestra valía, y hemos probado nuestra lealtad. ¡Y es un honor que no nos atrevemos a rechazar!

Índigo tenía la boca seca.

—¿Entonces pensáis que sospecha de vosotros?

Leando sacudió la cabeza cansado.

—Honestamente, no lo sé. Resultaría tan fácil llegar a esa conclusión...; pero no puedo negar que sus argumentos son lógicos. Puede que no se trate de otra cosa que una desafortunada coincidencia. —Empezó a dar vueltas por la habitación como un animal enjaulado—. Maldito sea. ¡Maldito sea!

—¿Cuántos meses estaréis fuera?

—¿Meses? —Leando se detuvo y la miró con sorpresa—. No estamos hablando de simples meses, Índigo. Puede tratarse de años.

Le fue imposible responderle, no encontraba las palabras. Él volvió a su deambular y se abrazó a sí mismo como si tuviera frío.

—Debemos cambiar todos nuestros planes —dijo macilento—. No nos atrevemos a actuar ahora; no estamos preparados. Aunque me duele tener que decirlo, debemos esperar. —Se detuvo de nuevo y la miró, sus ojos brillaban malévolos—. Tenemos casi once años de gracia hasta que llegue el momento en que esa basura ha decidido casarse con la Infanta. Si hemos de esperar justo hasta la vigilia de la boda, que así sea. No llegará a tanto, claro; pero incluso si es así, ello no alterará nuestra firme decisión. —Hizo una pausa—. Aunque existe una pregunta vital que debo hacerte. ¿Qué hay de ti, Índigo?

—¿De mí?

—Augon Hunnamek nos ha puesto fuera de juego. Zarparemos dentro de siete días... y debemos conocer tu respuesta antes de partir. ¿Estás con nosotros o no?

Era el momento que había estado temiendo, pero de repente había adquirido un nuevo y terrible giro. Él y Mylo podrían estar fuera durante años, había dicho Leando. Y eso significaba años de estancamiento, de seguir manteniendo la charada de su vida en Simhara, mientras aguardaba el regreso de sus únicos aliados. No podía esperar tanto tiempo. Sin embargo, sola, ¿qué posibilidad tenía de poder destruir a Augon?