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Desesperada, inquirió:

—¿Y Elsender? ¿Y Karim? Sin duda ellos...

—Elsender nos acompañará, al igual que mi tía. Nuestro venerado Takhan se ha mostrado muy concienzudo. Y sin el resto de nosotros, Karim no puede hacer ningún movimiento, Índigo, ya sé que te pido mucho. Pero por el bien de la Infanta, te ruego que nos ayudes.

Algo parecido al pánico se apoderó de Índigo.

—¡Leando, no puedo prometer algo así! —protestó—. Ni siquiera sé cuánto tiempo permaneceré en Simhara. Si de repente el Takhan decidiese que ya no le soy de utilidad...

—Lo sé, y lo comprendo. Pero si te quedas, ¿podemos confiar en ti? —Vaciló, y sus ojos escudriñaron el rostro de ella—. No pido más que eso.

Índigo se dio cuenta de que tenía que tomar una decisión. No podía fingir por más tiempo. Y, en conciencia, no podía negarse a lo que le pedía.

—Sí —respondió—. Mientras permanezca en Simhara, podéis confiar en mí.

Leando dejó escapar un suspiro reprimido.

—Gracias. Y en cuanto a Luk...

—Supongo que irá con vosotros, ¿no?

—Oh, no. Él debe quedarse aquí. Para asegurarnos de que su educación y desarrollo no se perjudican por la existencia en un país bárbaro; o al menos, ésta es la razón oficial. Mi abuela será su tutora, pero a Luk se le asignará su propio estudio en el palacio, de modo que pueda beneficiarse por completo de su privilegiada posición. Y una vez más, ¿cómo puedo negarme? —Leando meneó la cabeza entristecido—. Temo por él. Temo que se convierta en un rehén para asegurar nuestro buen comportamiento.

—Yo me ocuparé de él —prometió Índigo—. Y lo protegeré tanto como pueda.

—Simplemente manténlo alejado de las maquinaciones de la corte —repuso Leando—. No dejes que el usurpador lo utilice. Porque lo hará. Presiento que lo hará.

—Haré todo lo posible, —Índigo bajó la mirada hacia la loba, cuyos ojos estaban fijos en Leando— Y también Grimya.

—Sí... Sí, gracias. —Leando obligó a sus hombros a relajarse, luego se adelantó y colocó ambas manos sobre los hombros de ella.

—Quiero a Luk más que a mi propia vida —dijo en voz baja—. Y saber que está a salvo a tu cuidado hará mi partida soportable, tengo una gran deuda contigo, Índigo. —Y la besó.

Sus labios estaban sobre la mejilla de ella y le daba la espalda a la puerta, por eso no vio cómo ésta se abría de repente. Mirando por encima del hombro de Leando, Índigo se encontró cara a cara con Phereniq, quien se detuvo en el umbral con una expresión de sorpresa en el rostro.

—¡Phereniq!

Índigo se apresuró a dar un paso atrás, y Leando giró en redondo al darse cuenta, demasiado tarde, de la comprometida situación.

—Índigo, lo siento en el alma..., no pensé; yo... —La astróloga hizo un desvalido gesto de disculpa—. ¡Qué maleducada he sido! Y Leando..., te pido perdón.

Índigo se echó hacia atrás los cabellos, contrariada porque Phereniq hubiera malinterpretado tan claramente lo que había visto.

—Entra, —invitó con voz tensa—. Por favor...

—Yo ya me iba. —Leando dedicó a Phereniq una mirada de franco desagrado, luego se volvió de nuevo hacia Índigo—. Recogeré a Luk dentro de un rato. Pero no se lo digas aún. Le resultará mucho más fácil si le doy la noticia yo mismo.

—Desde luego.

Lo acompañó hasta la puerta, y en el umbral él hizo como si fuera a inclinarse para besarla de nuevo.

—¡No, Leando! —le susurró apremiante—. Phereniq ya debe pensar que...

—Deja que lo piense —la interrumpió él—. Disipará cualquier sospecha que pueda albergar. Hemos de volver a hablar: te veré mañana, a primera hora.

—Muy bien. —La mano de él sujetaba la suya y ella le oprimió los dedos por un instante—. Ten cuidado.

Leando se alejó a toda prisa por el pasillo, y mientras Índigo cerraba la puerta, Phereniq se le acercó.

—¡Índigo, lo siento muchísimo! ¿Qué debes pensar de mí?

—No has interrumpido nada, Phereniq. —Índigo tuvo cuidado de no dejar que la astróloga viera la expresión de su rostro—. No era nada importante.

—No, no. —Phereniq la siguió por la habitación, deteniéndola al posar una mano sobre el brazo de ella—. Querida mía, no te sientas obligada a esconder tus sentimientos. Las noticias que ha traído Leando deben de haber sido un gran golpe.

Índigo estaba a punto de explicar a Phereniq que su simpatía estaba fuera de lugar, pero la voz mental de Grimya hizo su aparición en su mente.

«Deja que lo crea. Leando tiene razón: de lo contrario puede empezar a, sospechar.»

La advertencia le llegó justo a tiempo: Índigo se tragó lo que iba a decir y se llevó una mano al rostro, fingiendo angustia reprimida al tiempo que esperaba que el gesto no resultase excesivamente teatral.

—Se me pasará, Phereniq —dijo—. Como has dicho, ha sido como un golpe... pero no debo ser egoísta. Es un gran honor para Leando.

—Sí. —La voz de Phereniq tenía un dejo irónico—. Y las prioridades de los hombres no son las mismas que las nuestras, ¿no es así? Nosotras valoramos la paz y la estabilidad, pero ellos tienen una sed de aventuras y nuevos horizontes que les resulta muy difícil resistir, aun

cuando signifique dejar atrás a los seres queridos.

La total e involuntaria ironía de su aseveración hizo que una amarga carcajada intentara surgir de la garganta de Índigo, pero la reprimió a tiempo. Todavía atenta a no dejar que Phereniq le viera el rostro, se dirigió hacia las puertas abiertas que conducían al patio.

—Me acostumbraré pronto a la idea —dijo, al tiempo que se echó los cabellos hacia atrás y adoptó de forma deliberada un tomo más ligero—. Después de todo tendré muchas otras de las que ocuparme durante la ausencia de Leando.

Phereniq le palmeó el brazo.

—Me alegro de oírte hablar de modo tan positivo. El tiempo pasará deprisa para vosotros dos, estoy segura. Y si alguna vez necesitas a alguien a quien contarle tus preocupaciones, siempre sabrás dónde encontrarme.

—Gracias.

La astróloga fue a reunirse con Índigo en la puerta, y durante un minuto o dos observaron a Jessamin, que seguía aún en el estanque y ni siquiera se había dado cuenta de su presencia.

—Una auténtica hija de la Madre del Mar —comentó Phereniq—. Pronto le quedará pequeño este estanque, y tendremos que tomar medidas para que pueda seguir divirtiéndose. —Se interrumpió—. ¿Sabes una cosa, Índigo? Resulta bastante extraño, pero su carta natal no muestra ninguna indicación de este talento para la natación. No se me ocurre en qué me puedo haber equivocado al hacer mis cálculos.

—No es necesariamente un crítica a tu destreza. Después de todo, ningún sistema de adivinación puede ser totalmente perfecto.

—¿Quieres decir que puede que se trate de un don especial de la Diosa, que ni siquiera las estrellas podían prever? —Phereniq le dedicó una sonrisa forzada—. Eres muy amable, y me gustaría pensar que tienes razón; pero lo más probable es que sencillamente me vuelvo descuidada con la edad. —Salió al patio, extendió los brazos y flexionó los dedos—. ¡Qué día tan hermoso! Cómo me alegro de haber salido por fin de esa calurosa cámara del Consejo. —Su expresión se volvió repentinamente traviesa a medida que todo su buen humor regresaba—. Busquemos un lugar a la sombra en el patio donde podamos disfrutar del aire puro, y pediré que nos traigan un poco de vino. Creo que nos merecemos ese pequeño placer, ¿no crees?