Y luego, en su sexto cumpleaños, chero Takhan le había entregado un anillo. Un anulo hecho de cinco metales preciosos perfectamente entrelazados, con cinco piedras preciosas engastadas que reflejaban los cinco diferentes estados de ánimo del mar: una esmeralda, un zafiro, un zircón, un ópalo, una piedra de la luna. Muy solemne, colocó el anillo en el dedo anular de la mano izquierda de Jessamin, y le dijo que a partir de aquel momento debería lucirlo siempre.
Índigo no sabía si Jessamin comprendía el significado del anillo. La Infanta sabía que estaba prometida a Augon Hunnamek, pero poseía tan sólo un infantil y simple concepto de lo que era el matrimonio; como si se tratara de un juego especial al que un día le permitirían jugar. Era demasiado joven para comprender la verdad.
Esa noche, Índigo tomó la resina negra que Phereniq le había dado, y durmió sin soñar en absoluto. Pero incluso sin las pesadillas para atormentarla, no podía escapar a la deprimente realidad de que, pese a que el día de la boda de Jessamin estaba aún lejano, el tiempo transcurría. Y finalmente, de una forma lenta, tranquila e inexorable, se les terminaría.
«Querido Leando:
«Esta es la primera carta que he podido escribirte durante bastante tiempo, ya que hasta ahora los cargueros no han empezado a zarpar otra vez del puerto de Simhara desde la epidemia de fiebre que se abatió sobre nosotros hace tres meses y nos puso en cuarentena.
»Puede que hayas tenido noticias de la epidemia y de sus consecuencias por boca de comerciantes de paso. Antes de que te hable más de ella, deja que te asegure que Luk está perfectamente; ni él ni la Infanta contrajeron la enfermedad, gracias sean dadas a la Madre, aunque muchos de los que habitamos en palacio sí la contrajimos. Tu abuela también escapó de ella, según tengo entendido, aunque no la he visto.
»Pero ha habido muchas muertes aquí, y, al igual que con las fiebres más benignas que se apoderaron del barrio occidental hace cuatro años, los magos-doctores no han podido hacer otra cosa que permanecer impotentes y contemplar su decurso. Todos estamos resignados a las pequeñas epidemias que asolan Simhara cada primavera, pero esta enfermedad, que se abatió sobre nosotros, como siempre, el mes anterior al cumpleaños de la Infanta, ha sido mucho peor de lo que habíamos esperado. Sólo podemos dar las gracias porque ya ha pasado al fin y estamos libres de la infección.
»El Takhan ha ordenado nueve días de duelo por los muertos, con ceremonias en todos los templos. Lo más probable es que yo no pueda asistir a ellas, ya que hace muy poco que me he levantado de mi lecho de enferma, y Thibavor me ha advertido que debo descansar todavía un poco.
»Por favor, perdóname si esta carta resulta breve. Volveré a escribir con más noticias cuando esté más restablecida. Entretanto, Luk te escribe también, y te confirmará que disfruta de buena salud si es que queda alguna duda en tu mente.
»Esperamos anhelantes tu regreso, y la llama de la esperanza sigue ardiendo.
»Con mis mejores deseos,
Indigo.-
La recuperación fue un proceso lento. No le quedaban energías, y en un principio no hizo más que dormir; incluso cuando esta fase pasó, su ánimo parecía reacio a recuperarse, faltaba la voluntad de mejorar. Y además de su debilidad física, había surgido otra cuestión que también era motivo de preocupación.
Karim, el mago convertido en buhonero, había desaparecido. Desde que se declarara oficialmente a la ciudad libre de las fiebres y la vida regresara a la normalidad, Grimya había empezado a visitar el puerto cada día para buscar al ciego en su acostumbrado lugar en la escalinata del Templo de los Marineros, y cada día informaba que no se lo veía por ninguna parte, Índigo, que sabía el gran número de víctimas que se había cobrado la enfermedad, temía lo peor; y cuando hubo transcurrido un mes y él seguía sin aparecer, se vio obligada a enfrentarse a la posibilidad de que Karim estuviese muerto. Ello la hizo sentir como si un vínculo vital con sus aliados se hubiera roto. La sensación era irracional, ya que no había tenido contacto con el buhonero desde la marcha de Leando; no obstante, no podía quitarse de encima la aterradora sensación de encontrarse de repente a la deriva y totalmente sola. El talento como vidente de Karim la había convertido, en muchos aspectos, en la columna vertebral de los conspiradores; sin él serían como hombres que pescaran en aguas oscuras y peligrosas, sin saber jamás qué clase de horror podía haber mordido su cebo.
Grimya, a pesar de sus propias aprensiones, intentó tranquilizarla lo mejor que pudo.
—Puede que esté vivo, Índigo —le dijo, cuando hubieron transcurrido treinta y tres días sin que supieran nada del mago—. No estamos seguras de lo contrario.... iré otra vez mañana.
—¿De qué sirve?
Índigo estaba tumbada en su lecho; a través de la ventana abierta contemplaba el patio iluminado por el sol. Se había servido una copa de vino, bien rociado con el cordial, pero apenas si tenía la fuerza necesaria para llevarse la copa a los labios. Pasada la fiebre, la fatiga era aún una compañía constante y parecía haber perdido la voluntad, tanto física como mental, para recobrar la energía.
—¿De qué nos sirve a nosotras, en realidad, que Karim esté vivo o muerto? —continuó sombría—. Sin Leando y sin Mylo, tampoco puede hacer nada. E incluso aunque regresaran mañana, ¿serviría eso de algo?
—¿Qué qui... eres decir?
Se produjo un largo silencio. Luego Índigo respondió:
—Ni tú ni yo podemos dañar a Augon Hunnamek, ni en su forma autentica ni en su forma humana. No tenemos aliados que convoquen poder para que lo utilicemos, como Jasker; ni siquiera tenemos con nosotras la fuerza física de Leando y Mylo. Pero aun cuando Leando y Mylo estuvieran aquí, ¿qué podrían hacer ellos? —Levantó por su copa y bebió un sorbo—. ¿Qué podría hacer cualquiera de nosotros contra un poder como ése?
Mientras lo decía, sabía la respuesta a su triste pregunta. Con o sin Leando y Karim, sólo había una cosa que ella y Grimya podían hacer. Debían aguardar en Simhara, Insta que
pudieran encontrar una forma de desenmascarar al demonio. Si ello les llevaba toda una vida, tampoco importaba; ellas dos ni podían envejecer ni cambiar. Y si Karim estaba muerto, y si —le horrorizaba la idea, pero no podía descartarla por completo— Leando no regresaba a Khimiz, entonces ella y Grimya deberían enfrentarse solas contra aquel poder maléfico, ya que hasta que no fueran destruido no podían seguir adelante.
Volvió la cabeza y apretó el rostro contra los blandos almohadones sobre los que se recostaba. No quería seguir pensando en demonios ni en obligaciones; todo lo que deseaba era darle la espalda a la dura realidad, abortar cualquier pensamiento sobre el incierto futuro, encerrarlo en lugar seguro y escapar al refugio que le ofrecía el sueño inducido por las drogas: su único consuelo desde el mino de la enfermedad.
—No hablemos sobre ello ahora —dijo—. Estoy cansada, Grimya, la verdad es que necesito dormir un rato.
Grimya la contempló durante unos pocos instantes, luego se dio la vuelta y salió al patio, desconsolada. Aunque intentaba comprender el letargo y la depresión que habían aquejado a su amiga desde las fiebres, se sentía perdida y le preocupaba que los efectos duraran tanto. Pero parecía como si nada de lo que pudiera decir o hacer sirviera de ayuda a Índigo.
El sol quemaba, y se reflejaba con cegador brillo en la superficie del estanque. Grimya se detuvo, y clavó los ojos en las tranquilas aguas mientras consideraba la pregunta que había hecho Índigo. ¿Cómo podían albergar la esperanza de triunfar contra Augon Hunnamek, con tan solo mis fuerzas mortales para ayudarlas? Parecía tan vano como intentar cazar y matar el viento, y Grimya no poseía respuestas.