Выбрать главу

Alzó el hocico repentinamente, sintiendo la necesidad de aullar su triste confusión al cielo. Su garganta y su pecho temblaron; pero el sonido murió antes de surgir. No podía dar rienda suelta a sus sentimientos, no en esta tierra civilizada y atestada de gente en la que muros elevados la encerraban y presencias humanas la limitaban: y el aullido se convirtió en un suave lloriqueo.

Volvió la cabeza hacia la ventana abierta, pero no pudo ver a Índigo. Vaciló por un instante; luego, con la cabeza gacha, se dirigió despacio y en silencio hacia los matorrales situados en un extremo del patio, donde las hojas eran frescas y húmedas y podía simular, aunque fuera sólo por poco tiempo, que había regresado a los queridos bosques de su hogar.

CAPÍTULO 15

—¡Índigo! ¡Oh, Índigo, ven y mira! ¡Ven y mira!

La aguda y clara voz vibraba de excitación, y Jessamin se alejó a la carrera por entre las dunas en dirección a la playa, que se extendía en una enorme medialuna bañada por el mar bajo el sol de la mañana. Con mucho más sosiego, sus acompañantes descendieron de las dos literas cerradas que las habían conducido hasta allí, y Hild, que era demasiado corpulenta para correr tras su joven pupila, gritó con voz aguda:

¡Beba-mi! ¡Al agua no, o te reñiré!

—¡Oh, déjala, Hild! —Phereniq sonrió mientras se quitaba los zapatos y movía los dedos de los pies sobre la cálida arena, con expresión agradecida—. Disfruta tan pocas veces de esta libertad, que nada le puede pasar.

Luk se agitó inquieto y levantó los ojos hacia Índigo.

—Puedo ir con ella —sugirió esperanzado—. La cuidaría.

Índigo sonrió.

—Ve, pues, Luk. A ver si puedes ganar a Grimya en una carrera.

El muchacho sonrió de oreja a oreja.

—¡Eso nunca podré conseguirlo!

Mientras Luk y la loba corrían ya en pos de Jessamin, las tres mujeres se quedaron allí de pie, contemplándolos, disfrutando del sol y de la brisa marina y de la espléndida vista que se extendía ante ellas. Aunque la temperatura otoñal en Khimiz era bastante elevada en comparación con muchos otros lugares, el calor era muchísimo más soportable que el horno abrasador en que se convertía el país durante el verano, y el día poseía una deliciosa tonalidad añeja. A lo lejos, al otro lado de la suave arena, el golfo resplandecía cegador; olas enormes retumbaban sobre la lejana marea baja, y el horizonte estaba bañado en una vaga neblina dorada. A Índigo le resulta difícil creer que sólo un promontorio las separaba del puerto de Simhara; y más difícil aún creer que había transcurrido tanto tiempo desde la última vez que pisara la playa. Grimya todavía la visitaba con regularidad, casi siempre acompañada de Luk, cuyo amor por la vida al aire libre no mostraba el menor signo de disminuir con la llegada de la adolescencia, pero desde la epidemia acaecida dos años antes, a Índigo le habían faltado tanto las ganas como la energía para unirse a la loba en sus paseos. Ahora, no obstante, mientras contemplaba a las tres figuras cada vez más pequeñas que corrían por la arena, sintió una sensación de renovación física y mental. El cambio de estación, también, resultaba un gran alivio, ya que las febriles pesadillas que había padecido de nuevo se habían reducido, y podía dejar de depender tanto de los narcóticos, su único modo de controlar las pesadillas. Por primera vez en muchos meses se sentía purificada; y sentía de nuevo, también, cómo la tracción de su antigua empatía con el mar regresaba tras una larga ausencia.

—Son tan despreocupados a esta edad..., ¿no crees? —Phereniq había ido a colocarse junto a Índigo, y sonrió mientras se ajustaba el velo que le protegía el rostro del sol—. Debemos mimarlos mientras nos sea posible. La Madre sabe muy bien que ya tendrán bastantes deberes y convencionalismos cuando sean mayores.

Índigo miró por encima del hombro. Más allá del extremo de las dunas podía ver a la guardia de palacio a la que se había enviado para mantener alejados a los mirones. Habían precisado del ejercicio de gran cantidad de subterfugios para preparar esta salida; si hubiera corrido la voz en Simhara de que la Infanta iba a visitar la playa hoy, las dunas se habrían desplomado ante el peso de los ciudadanos llenos de adoración, ansiosos por obtener aunque fuera una muy fugaz visión de la niña.

—Se sintió tan desilusionada cuando su fiesta de cumpleaños se arruinó porque contrajo esa enfermedad —continuó Phereniq—. Esto representará una pequeña compensación. Pobre criatura; otro nuevo cumpleaños estropeado. Parece que hubiese sido ayer cuando empezaba a aprender a andar, a hablar, y ahora ya tiene diez años y es casi una mujer. —Se detuvo, luego rió—: Bien... no desde el punto de vista nuestro que somos personas maduras, pero desde luego sí a los ojos de la ley khimizi. Me serena pensar que dentro de dos años dejará de ser Infanta, para convertirse en Takhina. —Algo intangible como un soplo de aire pero cargado no obstante con un vivido tono emocional nubló sus ojos por un instante—. El tiempo pasa, Índigo. Para todos nosotros.

Detrás de ellas, los sirvientes sacaban cestos de comida y bebida. Luego extendieron sobre la arena manteles bordados; la delicada porcelana y la plata tintinearon débilmente. Allá a lo lejos, en la playa, Jessamin y Luk y Grimya eran diminutas figuras borrosas sobre la vasta extensión de arena.

—Y tú. —La astróloga tomó a Índigo del brazo y la condujo por la suave pendiente de las dunas, apartándose del alcance del oído de Hild—. Pareces contenta ahora, querida. ¿Se ha esfumado por fin la tristeza?

—¿Tristeza? —Índigo no la comprendió.

—Ante la pérdida de Leando. —Phereniq sonrió con amable simpatía—. Deben de haber transcurrido ya nueve años desde que marchó.

—Ah... —Una sensación de desconcierto se clavó profundamente y con fuerza en lo más hondo de la mente de Índigo. La reprimió, y le devolvió la sonrisa—. Sí. Todavía nos escribimos pero... Bien, ha pasado mucho tiempo, y el tiempo todo lo cura. En realidad, me siento bastante feliz.

—Me alegro de oírla Pocos espíritus se muestran tan filosóficos. —El brazo que rodeaba el de Índigo se apretó con más fuerza—. Pero no debes abandonar toda esperanza, Índigo. Aún eres bastante joven. Cuando Leando por fin regrese... ¿quién sabe lo que el futuro puede deparar?

Sus palabras, dichas con buena intención, estaban inconscientemente entrelazadas de terrible ironía, Índigo no supo qué decir; pero antes de que se viera obligada a responder un grito lejano las llamó desde el otro extremo de la playa. Al levantar la cabeza, Índigo vio a Jessamin que corría hacia ellas.

—¡Índigo! ¡Phrenny! —Jessamin todavía utilizaba su antiguo nombre cariñoso para la astróloga; frenó en seco levantando una nube de arena y se planto ante ellas, jadeante y ruborizada de alegría. El borde de su falda estaba empapado—. ¡Las olas son una maravilla!. ¡Tenéis que venir a verlas!

Phereniq soltó una carcajada.

—Soy demasiado vieja y digna para retozar por las playas, chera-mi —dijo con fingida

severidad. Luego sonrió—. Lleva a Índigo a contemplar las olas, y Hild y yo nos sentaremos a miraros.

Jessamin tiraba ya de la mano de Índigo, y ésta capituló con una sonrisa forzada. Phereniq las observó mientras avanzaban hacia la orilla, luego se dio la vuelta y regresó a las dunas.

—Es una alegría ver a la beba tan feliz. —Hild masticó una fruta escarchada e hizo un gesto con la mano en dirección a las distantes figuras de la playa—. No tiene bastante tiempo para jugar ahora, y digan lo que digan, aún no es una adulta.