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Phereniq no le devolvió la sonrisa, sino que se limita decir:

—Espero que no.

Se quedó allí sentada en silencio hasta que les trajeron la bebida; luego, cuando la sirvienta salió, miró por encima del hombro para asegurarse de que la puerta había quedado bien cerrada antes de decir:

—Sé que Jessamin tiene hoy una clase a primera hora con su tutor, y quería hablar contigo mientras nadie puede interrumpirnos. —Tomó su tisana y bebió un sorbo— Todo empezó con algo que Hild me dijo ayer; un comentario casual, nada más; pero me hizo pensar, Índigo, ¿no te parece extraño que cada año, en la época del cumpleaños de Jessamin, Simhara se vea atacada por fiebres, y algunas personas de entre los que habitamos en palacio experimenten toda una serie de pesadillas?

Índigo estaba a punto de fingir ignorancia —los sueños eran algo que no deseaba tener

que admitir— cuando se dio cuenta de repente de lo que Phereniq quería dar a entender.

—¿Tú, también, las has tenido? —inquinó sorprendida.

—Cada año, como la Infanta, como Hild, como tú. Hild me habló de tus pesadillas. Fue una indiscreción por su parte, pero puede que a la larga se lo tengamos que agradecer. — Juntó ambas manos y se quedó mirándolas—. Pesadillas que luego no pueden recordarse, pero que parecen afectar a la parte más profunda de nuestras mentes. Y siempre en la misma época.

Índigo arrugó la frente.

—Lo siento, Phereniq, pero no lo acabo de comprender. Si, tal como dices, estos sueños coinciden cada año con las fiebres, entonces la conexión es evidente.

—Eso es lo que yo siempre había creído —repuso Phereniq—. Pero no es una cosa tan simple.

Y le relató su conversación con Hild en la playa el día anterior con respecto a la peculiar anomalía de las fiebres y las pesadillas, y la afirmación de la niñera de que no habían existido infecciones veraniegas en Khimiz hasta la llegada de los invasores.

—Le pregunté a Thibavor sobre ello —dijo—. Y también consulté los archivos de palacio. Hild tiene razón: la fiebre era algo casi desconocido en Khimiz hasta hace diez años. —Se puso en pie y paseó por la habitación, inquieta—. Mi primera idea, desde luego, ha sido consultar mis gráficos astrológicos. Y he encontrado algo que sospecho tiene relación con este asunto. Cada año, más o menos por la misma época, dos influencias negativas forman conjunción con la estrella natal de Khimiz. No es en absoluto normal que otros cuerpos astrales encajen con el ciclo anual de nuestro propio mundo de una forma tan exacta; de hecho, sólo me he encontrado con este fenómeno en una ocasión antes de ahora, y se trató de algo sin el menor significado e importancia. Pero esto es algo muy diferente.

Índigo arrugó la frente.

—Perdóname, Phereniq, pero no te comprendo bien —dijo—. No sé nada de astrología, pero tú pareces querer decir que esta... conjunción podría ser el eslabón que buscabas entre las fiebres y los ataques de pesadillas. Si eso es así, entonces no hay duda de que el misterio está resuelto...

Phereniq se volvió para mirarla. Su rostro estaba muy serio.

—Olvidas una pequeña cuestión, Índigo. Estas conjunciones han tenido lugar regularmente durante cientos, quizá miles de años. Pero los sueños y las fiebres empezaron hace sólo una década.

Índigo calló al darse cuenta de repente de adonde quería llegar Phereniq. La astróloga continuó mirándola aún por unos instantes, luego volvió a pasear.

—Dos acontecimientos de gran importancia tuvieron lugar en este país alrededor de esa época —dijo—. Uno: nosotros, mi pueblo, llegamos a Khimiz. Y dos: Jessamin nació. Ya sé que no parece tener sentido, pero no puedo librarme del convencimiento de que de alguna forma, en algún lugar, debe de existir el punto de unión entre uno de esos acontecimientos y el despertar de esta maligna influencia. La coincidencia es demasiado grande, Índigo. ¡Tiene que existir una conexión!

Índigo sentía la boca muy seca. Tomó su copa y bebió un buen trago, a pesar de que ni siquiera notó el sabor de la tisana.

—¿Y cuál de las dos —preguntó con mucha cautela—, piensas tú que es la causa más probable?

—Creo que lo sé —replicó, sombría, Phereniq—. No puedo estar segura, aún no; pero creo que tiene que ver con Jessamin. Verás, hay muchas otras cosas que no te he contado. —Regresó a la mesa, retorciéndose las manos, y se sentó de nuevo—. Necesito tu ayuda, Índigo. Anoche no dormí, y estoy demasiado cansada y confusa para poder ser objetiva. Por favor, escucha lo que tengo que decirte, y dime si piensas o no que puedo estar en lo cierto.

—Adelante —la instó Índigo con suavidad.

Se produjo una pausa durante la cual Phereniq pareció poner en orden sus ideas. Luego empezó:

—Esta conjunción maligna tiene lugar, como he dicho, cada año sobre la misma época. Por lo general, su influencia es relativamente débiclass="underline" puede provocar epidemias de poca importancia de enfermedades como las que hemos padecido cada primavera, o puede manifestarse en pequeños trastornos en las mentes de aquellos que son psíquicamente sensibles.

—¿En forma de sueños, por ejemplo?

—Exactamente. Pero por dos veces durante los últimos diez años ha coincidido con una luna negra... o una luna nueva, como la denomina mi gente; lo cual significa que la influencia benéfica de la luna está en su momento más bajo. —Levantó la cabeza, con ojos preocupados—. Recapacita. Recuerda lo que sucedió en el cuarto cumpleaños de la Infanta, y cuando cumplió los ocho años. ¿Recuerdas la plaga de serpientes marinas, y la serpiente del estanque? ¿Y recuerdas la epidemia que costó tantas vidas?

Índigo empezó a comprender.

—¿Quieres decir que en ambas ocasiones, esta influencia se vio reforzada por una luna negra?

—Sí. Y ahora llego a la parte peor. —Phereniq tomó su copa de nuevo y bebió; la tisana estaba casi helada ya pero no pareció darse cuenta—. El año próximo, en la primavera, la conjunción tendrá lugar como de costumbre. Pero esta vez coincidirá con algo más: no una luna nueva, sino un eclipse. —Depositó la copa de nuevo sobre la mesa—. Decir que ése no es un buen presagio sería un terrible eufemismo. Para un astrólogo, la luna es una de las fuerzas más poderosas para el bien; es el símbolo más poderoso de la beneficencia de la Diosa, especialmente en un país como Khimiz donde tanto depende de las mareas. La luna también rige la constelación de la Serpiente, que es el signo natal de Jessamin, y por lo tanto ejerce una gran importancia en su vida. De modo que cuando la luna sufra un eclipse durante la misma hora en que tiene lugar la conjunción... —Se detuvo y miró sombría a Índigo—. ¿Empiezas a comprender lo que digo? ¿Ves la naturaleza del presagio para esa hora?

Índigo lo veía. Con voz muy calmada, preguntó:

—¿Y cuándo, cuándo exactamente tendrán lugar el eclipse y la conjunción?

El rostro de Phereniq tenía una expresión macilenta al contestar.

—Una hora antes del amanecer, de la noche siguiente al undécimo cumpleaños de la Infanta. Y estoy demasiado asustada para pensar siquiera en las consecuencias que puede acarrear esta vez.

Índigo se levantó y avanzó despacio hacia la ventana. Su mente estaba totalmente trastornada, pero se obligó a tranquilizarse, en un intento por oponer a los temores de Phereniq un razonamiento más frío.

—A ver si te comprendo con claridad, Phereniq —dijo—. ¿Me estás diciendo que algo extraordinario y maligno ocurrirá en esa hora, y que tienes la sensación de que amenazará a la Infanta?

Phereniq asintió tristemente.

—Ella tiene que ser el eslabón. He buscado y buscado otra respuesta plausible, pero cada vez regreso a la misma conclusión. La influencia de la luna en su signo natal, las plagas y las pesadillas que han asolado Simhara cada año en la época de su cumpleaños... La evidencia es demasiado fuerte para ignorarla. Y hay una cosa más. Una insignificancia, pero me pone la carne de gallina cuando pienso en ella.