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Una serpiente plateada.

Índigo no fue consciente de que vadeaba el estanque, recuperaba sus zapatos, y se los calzaba en los pies mojados. Tan sólo cuando ella y Grimya se encontraron sobre el peldaño superior de la escalinata del templo y bajaron la vista en dirección al bullicio del puerto, los ojos de la muchacha contemplaron de nuevo el mundo real. Y cuando lo hicieron, se iluminaron de repente con febril comprensión.

—Un regalo de Némesis. —Lo dijo en voz alta, pero sin alzarla demasiado, y sólo Grimya la oyó—. Una señal de su presencia, para desconcertarnos. Y me parece, Grimya, que el regalo puede resultar más valioso de lo que le gustaría al demonio.

La loba levantó los ojos hacia ella.

«No comprendo.»

Índigo sonrió. Había algo salvaje en su expresión.

—Pero yo creo que sí —repuso—. Se está tramando algo, y Némesis lo sabe: ¿por que si no habría escogido dejarse ver de nuevo ahora, después de permanecer oculta tantos años? Intenta burlarse de nosotros con lo que sabe, pero subestimado nuestra habilidad para ver lo que se oculta en realidad tras sus juegos. —Volvió a mirar la carta de la buenaventura—. El Devorador de la Serpiente y el eclipse de luna... Phereniq tiene razón al temer la maldad que anuncia esta conjunción, pero su origen no está donde ella cree. —De repente, Índigo arrugó la carta con un gesto violento—. Esto es la confirmación de lo que hemos estado esperando, Grimya. El demonio empieza a moverse ,al fin.

CAPÍTULO 16

Augon Hunnamek se recostó en su sillón. Unió las yemas de los dedos ante su rostro y arrugó la frente mientras Phereniq lo contemplaba atenta pero inquieta. A medida que pasaban los años la mujer encontraba cada vez más difícil descifrar su estado de ánimo, y aún no podía saber cómo reaccionaría a lo que ella acababa de contarle. Le gritó con su mente para que dijera algo, pero no quería ser la primera en romper el silencio de viva voz.

Por fin, él levantó la cabeza, sus claros ojos se encontraron con los de ella a un mismo nivel.

—Estoy en deuda contigo, Phereniq. Parece que otra vez me has hecho un gran servicio.

Sintió que una sensación de alivio la inundaba, y se permitió dejar escapar un suspiro largo tiempo contenido.

—Gracias, mi señor. Tenía... —Se quedó sin voz; carraspeó rápidamente y siguió—: Tenía miedo de que encontrarais mi informe demasiado especulativo.

—De ningún modo. —Augon dejó caer las manos sobre la mesa otra vez, y dio un golpecito sobre la página superior de los archivos que ella había desenterrado—. Esto es más que simple especulación, mi querida vidente. Las epidemias y las plagas..., estoy sorprendido de que hayamos tardado tanto en ver la pauta, aunque puedo comprender por qué se pasó por alto tan fácilmente. Y en cuanto a los interrogantes que has creado con respecto a las circunstancias del nacimiento de la Infanta...

—No tengo pruebas de nada, señor. Pero...

Augon levantó una mano para acallarla.

—No hay pruebas, no. Pero sí suficiente evidencia para sugerir de forma muy convincente que no todo fue como debía de ser. —Había vuelto a dirigir la mirada hacia los documentos mientras hablaba; ahora levantó la vista de nuevo—. ¿Has dicho que la comadrona que atestiguó el nacimiento murió poco tiempo después?

Phereniq asintió.

—Al parecer tomó un veneno nueve días más tarde. De forma oficial consta que se mató al no poder soportar la pena cuando su amante la abandonó.

—¡Ah! Locuras de mujer. Y muy conveniente para aquellos que deseaban deshacerse de ella. Bien, Phereniq. Tú eres mi consejera: ¿qué conclusión sacas de todo este hermoso embrollo?

—Mi señor, a menos que pueda descubrir la hora auténtica del nacimiento de la Infanta, me será imposible seguir adelante para averiguar qué tipo de amenaza es la que esta próxima conjunción puede depararle a ella —repuso Phereniq.

—Pero, con o sin esa información, ¿estás segura de que esa amenaza existe?

—Estoy segura, mi señor. Y temo mucho por ella.

Augon se puso en pie y avanzó hacia la ventana. Esa pequeña sala de audiencias daba a su patio privado; una pesada cortina semiopaca impedía la entrada de gran parte de la luz del exterior, y su figura, mientras permanecía ante el cristal, era poco más que una silueta.

—Yo también he experimentado esos sueños —dijo, de repente—. Cada año, por la misma época. —Se volvió para mirarla otra vez y vio la expresión de su rostro—. ¿Eso te

sorprende?

—Nunca me lo contasteis, mi señor.

—No, no lo hice. Thibavor lo sabe, claro; pero Thibavor también sabe lo que le conviene, y ha mantenido la boca cerrada. —Avanzo hacia ella—. Sueño que me persiguen, Phereniq. Sueño con algo siniestro y anónimo que me sigue por los interminables pasillos del palacio, y que se niega a desaparecer no importa lo que yo haga. Continuamente a mi espalda, incansable, cada vez más cerca. —Extendió los brazos y posó ambas manos sobre los hombros de ella—. ¿Es ése también tu sueño?

—Sí. —Se estremeció al recordarlo—. Y el de la Infanta. Y el de Índigo. Y el de Hild...

—Y sin duda el de una larga lista de otros nombres, si estuviéramos enterados. —Augon dio media vuelta, regresó a su sillón y se sentó; por un instante se quedó contemplando el montón de archivos, luego dijo pensativo—: el mago Karim. Creo que no estaría de más iniciar su búsqueda.

Phereniq se sorprendió.

—Pero, mi señor, debe de estar muerto desde hace tiempo.

—Quizá. Pero tengo mis dudas. Conozco a estos sabios khimizi: saben cuidarse, por mucho que digan lo contrario; y apostaría a que Karim no corrió la misma suerte que la comadrona. Existe una posibilidad, aunque muy remota, lo admito, de que aún viva en Simhara. Y sí es así, lo encontraré.

Se produjo un silencio durante algunos minutos. Augon siguió contemplando los documentos, aunque Phereniq tuvo la impresión de que sus ojos miraban sin ver. Entonces él volvió a hablar:

—No obstante, con o sin el mago desaparecido, tenemos la cuestión de la conjunción para considerar. No me gustan las amenazas, Phereniq, sean de los hombres o de los presagios. Y no dejaré que me intimiden. —Tamborileó ligeramente con un dedo sobre la mesa una melodía al azar, sin forma; luego, de pronto, su expresión se iluminó y una lenta sonrisa de depredador empezó a extenderse por su rostro—. De hecho, querida Phereniq, nada me gusta más que un desafío, y experimentaré un gran placer al enfrentarme a éste. La Infanta necesita protección contra las influencias malignas: muy bien; entonces pienso protegerla. —Levantó la cabeza, y sus ojos estaban brillantes y .mimados bajo los pesados párpados—. Quiero que regreses a tus gráficos y a tus manuscritos, vidente, y quiero que me prepares tres augurios: el mío, el de la Infanta y el de la ciudad de Simhara.

Phereniq arrugó la frente.

—¿Para qué día, mi señor?

—Para el día del undécimo cumpleaños de Jessamin. —Había un toque de diversión en su sonrisa ahora, y algo en su mirada que ella prefirió no interpretar—. No tengo miedo del Devorador de la Serpiente. Y cuando se alce de nuevo puede que encuentre que, esta vez, se enfrenta con más de lo que puede devorar.

Recibir el mensaje de Augon Hunnamek en el que ordenaba que se preparase a Jessamin para asistir a un banquete aquella noche, tomó por sorpresa tanto a Índigo como a Hild. Se trataba de algo improvisado, al parecer, con una lista de invitados en la que sólo estaban incluidos los miembros del Consejo de Augon y unos pocos de los nobles de mayor rango.