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—Karim, tengo que hablar con vos. Ha habido cambios en palacio: Augon Hunnamek ha anunciado que piensa casarse con la Infanta el año próximo, cuando cumpla los once años.

—¿El año próximo? —El cuerpo de Karim se puso rígido—. Pero... ¿por qué? ¿Qué lo ha impulsado a ello?

Índigo le contó, de forma concisa, lo que Phereniq había descubierto referente a la conjunción, y su temor de que algo malo le sucediese a Jessamin el día del eclipse. Cuando hubo terminado, se produjo una larga pausa; luego Karim dijo:

—Bien; el usurpador piensa frustrar al Devorador de la Serpiente por el método de apoderarse antes de su presa. —Juntó ambas manos—. Ésta no es una buena noticia.

—No. Significa que sólo nos quedan seis meses antes de que se celebre la boda. Y Mylo y Leando siguen en las Islas de las Piedras Preciosas. —Vaciló, mientras lo observaba con atención, luego añadió—: Pero aún hay mas —se inclinó hacia adelante y le habló al oído— Augon también ha descubierto un misterio referente a un médico llamado Karim Silkfleet, que asistió a la Takhina Agnethe cuando Jessamin nació, y que desapareció poco después.

—¡Ah...!

Karim no pudo ocultar por completo su reacción, Índigo vio la veloz crispación de sus músculos faciales y decidió confiar en su intuición.

—Vos sois ese médico, ¿no es así, Karim? Y existe algo que vos sabéis, pero que el resto de nosotros desconoce. Algo que sucedió al nacer la Infanta, y que el antiguo Takhan no quería que nadie más supiese.

Karim no le contestó al principio; y Grimya, que también lo había estado contemplando con atención, observó:

«Existe una gran agitación en su mente. Me parece que está asustado, pero no de Augon Hunnamek. Y también me parece que no estará dispuesto a contarte toda la verdad.»

—Karim. —Índigo extendió las manos y cubrió las del mago con las suyas—. Si existe un secreto en relación con Jessamin, os suplico que me lo contéis. ¿Por qué se destruyeron los archivos de palacio? Y vos, ¿por qué desaparecisteis de la corte? ¡En el nombre de la Madre, por favor, debéis decírmelo!

Karim suspiró y, muy despacio, retiró sus manos de la frenética tenaza de las de Índigo.

—Señora —dijo con calma—. Yo asistí a la Takhina Agnethe cuando nació su hija, y el antiguo Takhan recompensó mis servicios dejándome ciego. Si no hubiera sido por dos

buenos amigos de la corte, que me ayudaron a escapar de mi celda, me habrían matado sin ruido pero rápidamente, como le sucedió a la comadrona que me ayudó. Mis dos amigos murieron junto al Takhan durante la invasión; la Takhina, también, está muerta; y así pues, yo soy el único testigo del nacimiento de la Infanta que queda con vida.

—Entonces hubo algo...

—Hubo malos presagios —respondió el mago, y por su tono de voz Índigo supo que le contaba sólo una parte de la verdad—. Pero mis conocimientos son incompletos. Soy, o más bien, he sido, médico y clarividente, no un intérprete de augurios.

—Pero debéis saber por qué el Takhan actuó como lo hizo —insistió Índigo—. Las muertes, la destrucción de los informes: ¿cuál era el secreto que intentaban ocultar?

El rostro de Karim había adquirido un tono macilento.

—Sé lo que era —respondió en voz baja, tras una pausa—. Pero no se lo que significa. — Levantó la cabeza y sus ojos ciegos miraron a la nada—. La ciencia de las estrellas es un libro cerrado para mí, señora. Pero si las cosas están como decís, entonces muy bien puede ser que la Infanta esté en peligro de muerte. E intuyo..., siento, aunque no puedo expresarlo con mayor claridad, que su matrimonio aumentará el peligro en lugar de disminuirlo. —De repente agarró de nuevo los dedos de Índigo con un movimiento rápido y seguro que contradecía su ceguera—. Por el bien de ella, y por el bien de todo Khimiz, el matrimonio no debe celebrarse; sin embargo carecemos del poder para hacer lo que debe hacerse para evitarlo. Necesitamos a los otros: a Mylo, a Leando y a Elsender. Hasta que regresen a Simhara, no nos atrevemos a movernos. Debéis enviar un mensaje, llamarlos de vuelta...

—¡Eso es imposible! —protestó Índigo—. ¡Cualquier cana que envíe puede ser leída por una docena de servidores leales a Augon Hunnamek antes de que llegue a sus manos! —Su voz se elevaba llena de frustración; se controló a duras penas y continuó en apremiante voz baja—. Karim, escuchadme. No podemos estar pendientes de poder avisar a Mylo y a los otros a tiempo. Sabéis que algo maligno se trama, y conocéis su naturaleza, aunque no conozcáis su causa. ¿Cómo puedo aspirar a combatir a esta cosa, o proteger a Jessamin contra ella, si no sé contra qué lucho? ¡En el nombre de la Madre, debéis contarme todo lo que sabéis!

—No. —repuso Karim, categórico—. No hay nada más que pueda contaros; no hasta que los cinco volvamos a estar reunidos. Ése debe ser nuestro principal imperativo.

Índigo se echó ligeramente hacia atrás y lo contempló con ojos entrecerrados.

—¿Por qué? —exigió—. ¿De qué tenéis miedo?

—Señora, no puedo contestar a esa pregunta, porque no lo sé. Pero siento algo en mis venas, en mis huesos; y nos amenaza a todos. Vos y yo solos somos demasiado débiles para luchar contra ello. Debemos tener la fuerza de los otros a nuestro lado antes de atrevernos a actuar. ¡Llamadme cobarde si lo deseáis, pero no me arriesgaré a despertar aquello que es mejor que siga dormido hasta que ellos regresen!

Índigo se sintió a punto de explotar de contrariedad: pero también sabía que ni razonamientos ni súplicas harían cambiar de opinión a Karim. Estaba asustado, no sólo por sí mismo sino también por ella, y nada podía derribar esa barrera.

Abrió la boca para protestar y suplicar una vez más, pero antes de que pudiera hablar, Grimya lanzó de repente un gruñido de advertencia:

«¡Soldados de palacio! ¡Vienen hacia aquí!»

Índigo maldijo en voz alta y miró por encima del hombro. Dos hombres ataviados con los colores característicos de la guardia personal de Augon avanzaban por entre el gentío, subían ya las escaleras y se dirigían directamente hacia ella. Su presencia podía deberse a una mera coincidencia; pero no se atrevió a correr el riesgo.

Fingió deprisa que examinaba las chucherías colocadas sobre la estera y se dirigió al mago en un veloz susurro.

—Los guardias de palacio están por aquí; puede que os busquen. Debo irme. Si me ven hablando con vos, pueden sospechar algo raro. —Una vez más el sentimiento de frustración la invadió: había tantas cosas que necesitaba decirle...—. ¡Debo hablar con vos de nuevo! —añadió apremiante.

Karim asintió.

—Sí. Estaré aquí.

«¡Indigo, los hombres te han visto!», interpuso Grimya. «Vienen hacia nosotros.»

—Los guardias ya están aquí, —Índigo empezó a incorporarse.

—Esperad. —Los dedos de Karim rebuscaron veloces sobre la estera que tenía ante él, y le tendió un pequeño adorno de estaño que tenía forma de cangrejo—. Tomad esto, y entrad en el templo —musitó—. Esto acallará su curiosidad, ya que dará la impresión de que simplemente comprabais una ofrenda. E, Índigo, os lo ruego, enviad un mensaje a Mylo. Es de vital importancia.

No tenía tiempo de discutir con él, así que tomó la baratija, y alzó la voz de repente, de forma que se oyera por entre la multitud.

—Es una hermosa pieza, buhonero. Recomendaré vuestro trabajo.

—El honor es mío, señora. —Karim inclinó la cabeza, entonces añadió, en voz apenas audible—: Tened cuidado. Y que la Madre del Mar os proteja.

Los soldados se habían detenido a pocos pasos y contemplaban la conversación, aunque por lo que parecía, sólo por simple curiosidad. Reconocieron a Índigo, y cuando ella se incorporó y sus miradas se encontraron, ambos la saludaron. Ella devolvió su saludo con un movimiento de cabeza, y terminó de subir los peldaños que faltaban hasta la entrada del templo. La joven no respiró tranquila hasta que la enorme y débilmente iluminada paz del interior se cerró sobre ella y sobre Grimya.