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Índigo sonrió, pero su corazón se aceleró. Ésta podía ser su oportunidad para sacar el tema a colación.

—No lo creo —replicó—. Pero si hablamos de los viejos tiempos, Macee, hay algo que quería pedirte.

—Pide. —Macee introdujo un último pedazo de pan en su boca y lo masticó con aire satisfecho—. Bueno —añadió con la boca llena—. Es una comida muy buena. Y este vino de Simhara, de entre los mejores que he probado jamás. ¿Sabes?, empezaba a pensar que iría a reunirme con la Madre del Mar sin haber conseguido jamás ver esta ciudad con mis propios ojos. Y el Templo de los Marineros... —Meneó la cabeza, con perplejidad—. Es tal y como dijeron que sería, y más. Pero claro, no necesito decírtelo, ¿verdad? —De repente su sonrisa se volvió maliciosa—. ¿Dijiste alguna vez esa plegaria por mí en el templo?

Índigo le devolvió la sonrisa.

—Claro que lo hice. En mi primera visita.

La davakotiana lanzó una risita.

—No debería haberlo preguntado. Siempre supe que podía confiar en ti.

—Entonces, ¿confiarás de nuevo en mí? —inquirió Índigo.

Macee notó el cambio efectuado en su voz, la tensión soterrada. Calló, y una ligera mueca reemplazó a su sonriente expresión.

—Has dicho que querías pedirme algo, por los viejos tiempos. ¿Quiere esto decir que es algo serio?

—Sí. —Los ojos de Índigo se encontraron con su franca mirada durante un momento, luego los bajó hacia el plato de comida apenas tocada—. Lo siento, Macee. Éste no es el momento ideal, nos acabamos de encontrar después de todos estos años, y no quiero ensombrecer la celebración. Pero estoy desesperada.

—Adelante —dijo Macee en voz baja.

Índigo asintió, incapaz de poner en palabras la gratitud que sentía por la rápida evaluación y reacción de la menuda capitana.

—Necesito tu ayuda —empezó, bajando la voz—. Tengo que enviar un mensaje a las Islas de las Piedras Preciosas, y no me atrevo a enviarlo por el sistema normal. Es algo vital, Macee; cuestión de vida o muerte... —Se interrumpió al darse cuenta de lo estúpidamente melodramáticas que sonaban las últimas palabras; pero Macee seguía observándola con atención.

—¿Tu vida? —preguntó.

—No. —Índigo no pensaba mentir sobre eso—. No la mía. No puedo explicarte los detalles; pero... hay un hombre en las Islas de las Piedras Preciosas, un khimizi; es el embajador personal del Takhan. Es imprescindible que él y otros dos regresen a Simhara inmediatamente, pero también lo es que nadie más sepa que regresan. Si el Takhan descubriera...

—Espera. —Macee alzó de repente ambas manos, las palmas hacia afuera—. Si esto es un complot político, entonces no quiero oír nada más. La política y mi oficio no se mezclan bien, ¡y no tocaría ese tipo de intrigas ni con un arpón dos veces mayor que yo!

—No es eso. —Índigo meneó la cabeza con energía.

—¿Qué, entonces? ¿Algo personal?

Índigo se mordió el labio. Aquello estaba tan cerca de la verdad como ella se atrevía a admitir; tan cerca como la tozuda Macee estaría dispuesta a creer.

—Sí —dijo—. Pero no puedo decirte más que eso. Macee...

—¿Índigo?

La nueva voz la sobresaltó, y al volverse deprisa derramó casi lo que quedaba de su vino.

Luk estaba junto a su mesa, con Grimya a su lado. Su mirada se deslizó indecisa hacia Macee para luego regresar a Índigo, y les dedicó una formal y ligeramente torpe reverencia.

—Lo siento. No me di cuenta de que estabas acompañada.

—Luk, ¿qué estás haciendo aquí? —preguntó Índigo.

El muchacho se encogió de hombros, intimidado.

—He bajado al puerto a... —no se decidió a decir «a buscarte», de modo que mintió—: A ver los barcos. Entonces he visto a Grimya.

«No he podido esquivarlo», comunicó Grimya. «Lo siento, Índigo.»

«No importa.»

Macee miraba a Luk con fijeza, se dio cuenta Índigo, y había una expresión peculiar en su rostro. No podía explicarlo, no ahora, de modo que dijo al muchacho:

—Luk, estoy un poco ocupada en este momento. ¿Por qué no me esperas fuera?

El muchacho adoptó una expresión dolida.

—Pero...

—Por favor, Luk. ¿Lo harás por mí?

«Yo iré con él», dijo Grimya. «Pero, Índigo...»

«Te lo contaré todo más tarde, cariño. Pero no quiero que Luk lo oiga.»

El muchacho se fue, aunque claramente nada feliz al verse despedido. Cuando él y Grimya hubieron desaparecido, Macee se volvió hacia Índigo.

—¿Quién es esa criatura?

Se produjo un silencio. Luego Macee preguntó de nuevo:

—¿No será tu hijo?

—No.

La pequeña capitana se relajó visiblemente, y lanzó una carcajada no exenta de cieno embarazo.

—Perdona; eso fue una tontería. Puede que no sepa mucho sobre niños, pero incluso yo debiera de haberme dado cuenta de que es demasiado mayor. —Entonces su rostro recobró la calma—. Pero él tiene que ver con esto, ¿no es así? Llámalo intuición; simplemente lo percibo.

Índigo vaciló por un instante, luego asintió.

—Sí. Su padre es uno de los hombres con los que necesito ponerme en contacto.

Una vez más se produjo un silencio. Macee jugueteaba con un cuchillo, su expresión era pensativa pero aparte de esto inexcrutable. Por fin levantó los ojos y dijo:

—Índigo, tengo que pensar en mi tripulación. Tenemos programado escoltar un convoy hasta Scorva dentro de tres días, y...

—Puedo pagarte —interpuso Índigo—. No lo que ganarías con ese trabajo, pero...

Macee soltó una obscenidad en davakotiano.

—No estoy hablando de dinero, cerebro de arenque. Me conoces muy bien para eso. Hablo de reputación. Oye —acercó su asiento más a la mesa y se inclinó hacia adelante—, quiero que me mires a los ojos, y me digas que si acepto hacer lo que me pides, no me encontraré enredada en algo ilegal, deshonroso, o que pueda llevarme a mí y a mi barco ante las autoridades de Simhara. Eso significa nada de conspiraciones, nada de contrabando, nada de trabajo sucio. ¿Bien?

Índigo miró fijamente los brillantes ojos de la mujer y respondió:

—Lo juro. No hay necesidad de ningún subterfugio. Todo lo que pido es que no menciones a nadie la carta que quiero que lleves.

—¿Y no habrá nada en la carta que vaya en contra de los intereses de Khimiz ni de cualquier otro país?

—Nada —confirmó Índigo con gran énfasis—. La verdad... es que podría resultar vital para Khimiz, y muchas otras cosas, además.

Macee lo meditó durante unos segundos. Luego, bruscamente, asintió con la cabeza y golpeó con la palma de la mano sobre la mesa.

—De acuerdo. Acabas de cerrar un trato.

Índigo se sintió inundada por una oleada de alivio; sintió cómo todo su cuerpo temblaba ante aquella tremenda sensación de haberse librado de un gran peso.

—Macee, no sé cómo darte las gracias... —empezó.

—No me des las gracias: nunca he sabido a dónde mirar cuando la gente empieza a expresar su gratitud. Y no me preguntes por qué he aceptado hacerlo; puede que sea por los viejos tiempos, o quizás es por otra cosa. —Lanzó una rápida mirada en dirección a la puerta de la posada—. Ese chico, ¿Luk lo has llamado? Me da la impresión de que esto es muy importante para él a la vez que para ti... ¡Ah, me vuelvo blanda! Puede que empiece a chochear antes de tiempo. No pretendo saber de qué va todo esto, Índigo, pero estoy dispuesta a confiar en ti. Y debido a eso, estoy dispuesta a nacer más que simplemente actuar de mensajera. ¿Quieres que esos amigos tuyos regresen a Simhara, no es eso?