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—Sí.

—Entonces, si es tan urgente, y si están dispuestos a confiarse a mi cuidado en un viaje por mar, yo misma los traeré de regreso.

Índigo apenas si podía creer en su buena suerte. No se habría atrevido a pedirle algo así a Macee —una imposición era más que suficiente—, pero esta oferta era la respuesta a sus plegarias. Sólo el temor de atraer la atención de los otros clientes de la taberna le impidió arrojar sus brazos alrededor de la pequeña davakotiana y abrazarla.

—¡Muy bien! —Macee golpeó la mesa de nuevo—. Entonces tengo cosas que hacer. Hay otro barco davakotiano en el puerto y sin nada que hacer; le pasaré el encargo del convoy; a porcentaje, desde luego. —Sonrió, su mueca recordó la sonrisa de un tiburón—. El Kara-Karai zarpará con la marea de mañana por la mañana. De modo que lo mejor será que regreses a tus blandos divanes y a tus criados, y te pongas a escribir esa carta, ¿eh?

Índigo intentó darle las gracias, pero Macee hizo a un lado sus muestras de agradecimiento, aunque se sentía conmovida de forma evidente. También intentó convencer a su amiga de que cenara con ella aquella noche en palacio, pero Macee rehusó con energía. La realeza y los capitanes de barco no se mezclaban, dijo, añadiendo maliciosa que si en alguna ocasión podía saborear un poco de la gran vida podría verse tentada a seguir el ejemplo de Índigo y convertirse en un pescado de tierra firme. En lugar de ello, se encontraría con Índigo en el muelle a primera hora de la mañana siguiente.

Se despidieron en la puerta de la posada, y antes de alejarse para reunir a su tripulación, Macee se puso de puntillas y dio un sonoro beso a Índigo en cada una de sus mejillas, al mismo tiempo que le tiraba cariñosamente del pelo, Índigo la contempló alejarse, luego se volvió y se encontró a Luk y a Grimya esperándola.

Luk se acercó despacio, y la tensa expresión de desdicha que vio en sus ojos provocó en ella un sentimiento de culpabilidad. Le rodeó los hombros con su brazo.

—Luk, lo siento. No quería ser tan brusca contigo antes.

El muchacho sonrió, algo indeciso.

—No importa. De todas formas, ha sido culpa mía: no debiera haber interrumpido lo que hacías.

—Bien, lo que hacía ya está hecho ahora. ¿Regresamos todos a palacio?

Se pusieron en marcha recorriendo la ciudad. Luk no parecía inclinado a conversar, e Índigo aprovechó la oportunidad para transmitir a Grimya los detalles de su conversación con Macee. Cuando oyó lo que se había acordado, la loba meneó la cola con vivacidad.

«Ésta es una buena noticia», comunicó. «Deberíamos decírselo a Karim tan pronto como podamos. Se sentirá muy aliviado.»

—Índigo. —Luk, que no era consciente de la conversación que se celebraba entre las dos, empezó a hablar de repente—. ¿Quién era la señora con la que estabas? Parecía un marinero.

Índigo ajustó su mente a toda velocidad.

—Lo es —contestó al chico—. Su nombre es Macee, y manda una nave escolta davakotiana.

—¿Macee? —Los ojos de Luk, se iluminaron al recordar las historias que ella le había contado— ¿Del Kara-Karai, el barco en el que navegabas antes de venir a Khimiz?

—Ese mismo. Nos encontramos por pura casualidad, en el Templo de los Marineros. Ésta es su primera visita a Simhara.

Durante unos instantes Luk no dijo nada más. Luego:

—Índigo...

—¿Sí?

Su rostro estaba ruborizado, luego de repente las palabras salieron como un torrente.

—Macee no irá a las Islas de las Piedras Preciosas, ¿verdad? Porque... quería pedirte que escribieras a mi padre, porque es más probable que te haga caso a ti, y tú podrías explicarlo de forma correcta, y... —Se detuvo, tragó saliva y continuó—: ¡Quiero tanto que vuelva a casa!

Índigo dejó de andar y lo miró fijamente. Podía confiarse en él, pensó. Era lo bastante mayor, y lo bastante sensato, para compartir su secreto y no revelarlo involuntariamente. Y odiaba verlo tan triste. Era justo que lo supiera.

Se volvió para mirarlo cara a cara, y dijo:

—Luk, si te digo algo, ¿me prometerás que no le dirás una sola palabra de ello a nadie? ¿Ni a Jessamin, ni a Hild, ni siquiera a tu bisabuela?

El asintió, desconcertado pero con naciente interés.

—Lo prometo.

—Entonces tengo buenas noticias para ti. Macee que se dirige a las Islas de las Piedras Preciosas. Se va mañana. Y va a traer a tu padre de regreso a Simhara.

Luk se quedó como paralizado, y sus ojos se abrieron de par en par.

—Índigo... —Apenas si pudo pronunciar su nombre—, Índigo, ¿es... es eso realmente cierto? ¿Va a regresar papá?

—Sí, cariño. Regresa.

—Entonces, ¡oh, Gran Madre! —Y Luk arrojó los brazos alrededor de la cintura de Índigo y la abrazó con todas sus fuerzas—. ¡Regresa, regresa! —La soltó, mirándola al rostro con gran excitación—. Él lo impedirá, ¿verdad? ¿Él impedirá que el Takhan se case con Jessamin?

Índigo lo miró boquiabierta, anonadada.

—¿Qué has dicho?

Pero él seguía adelante, sin prestar atención a su sorpresa.

—Y entonces ella será libre. Y papá y el tío Mylo nos darán su bendición, y...

—¡Luk, espera! —Índigo lo cogió por los hombros—. ¿Qué quieres decir con su bendición? ¿Qué estás diciendo?

El muchacho le sonrió radiante, y en ese instante ella comprendió la verdad que había estado tan clara delante de ella, si tan sólo hubiera tenido la inteligencia de verla. Luk había adorado a Jessamin desde la infancia; y ahora que era, como él lo veía, casi un hombre, esa adoración se había convertido en algo más grande y profundo. Y sus ansiosas palabras, mientras la agarraba de las manos, eran la confirmación definitiva de lo que ella, en su ceguera, no había previsto.

Luk le dijo:

—Si Jessamin no tiene que casarse con el Takhan, entonces todo irá bien ¿verdad? ¡Y yo podré casarme con ella entonces, que es lo que siempre he querido hacer!

CAPÍTULO 18

El Kara-Karai zarpó con la marea de media mañana al día siguiente, con la cana de Índigo bien escondida en el arcón de su capitán.

La carta era breve y explícita. El urgente mensaje que contenía hablaba por sí mismo, e Índigo había puesto hincapié en que podía confiarse por completo en la integridad de Macee: sería suficiente para asegurar que, fuera el que fuese el riesgo a correr, Leando y su tío no perderían tiempo y zarparían en dirección a Simhara inmediatamente. Macee calculó que el viaje de ida les llevaría entre treinta y cincuenta días en esta época del año; a la vuelta, las corrientes otoñales y los vientos estarían a favor y eso les permitiría navegar más aprisa. De modo que dentro de tres meses, si se exceptuaban los caprichos del destino, Leando estaría de vuelta en casa.

Índigo no había tenido intención de tomar los polvos negros aquella noche, pero los acontecimientos la habían sobrepasado. Para empezar, el anuncio de Augon Hunnamek con respecto a la fecha de su boda había sido hecho público, y Simhara lo festejaba en su forma acostumbrada. Incluso en la reclusión del palacio resultaba imposible no enterarse de la presencia de los alegres festejantes que llenaban las calles, ni dejar de escuchar el vuelo de las campanas, ni ignorar el resplandor de los cohetes que estallaban en el cielo con la llegada de la noche; y la celebración le resultaba a Índigo un desagradable recordatorio de lo desesperado de su situación.