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Además, se habían producido nuevos acontecimientos entre los muros del palacio.

Se había puesto en marcha la búsqueda de Karim, y Augon también había ordenado una investigación minuciosa de los archivos de palacio, no fuera a ser que se hubiera pasado por alto alguna pista de vital importancia, Índigo, mientras intentaba hacer frente a las exigencias de las lecciones de Jessamin y a la tensa excitación de Luk y a una visita social por parte de Phereniq —que también ella estaba de un humor extraño—, se veía constantemente acosada por pensamientos de lo que podría suceder si los buscadores encontraban al mago y lo llevaban ante Augon para someterlo a un interrogatorio. Así pues, cuando se hizo de noche, y Jessamin estuvo por fin en la cama y Phereniq se hubo ido y la paz volvió a reinar, se volvió hacia el narguile e inhaló satisfecha el humo resinoso que desvanecería por fin los enfebrecidos temores de su mente.

Se quedó dormida en el diván, y casi al instante empezó a soñar.

No era una de las pesadillas estacionales que seguían un ciclo anual, aunque al principio, a la mente dormida de Índigo le pareció como si el esquema se hubiera descompuesto y resurgiera antes de hora. Había la misma sensación de densidad, de falta de color; una sensación de que, en realidad, estaba despierta, y de que el contorno levemente distorsionado de la familiar habitación formaba parte del mundo real y no del reino de las pesadillas. Sobre la alfombra junto al diván, Grimya dormía; su tranquila respiración era un suave contrapunto al incesante ronroneo del ventilador. Las luces no estaban encendidas, aunque sabía que ella no las había apagado. Las cortinas estaban corridas, a pesar de que

ella las había dejado abiertas. El palacio estaba en silencio.

Y algo estaba sentado en un recargado sillón junto a la puerta, una silueta más sólida que la sombra, anticipándose a cualquier impulso de huida que ella hubiera podido sentir.

Unas piernas flexibles se desenroscaron en la oscuridad cuando Índigo se incorporó, y un radiante resplandor que no tenía un origen aparente iluminó de pronto un rostro pequeño y feroz, y unos ojos que lanzaban unos destellos plateados.

—Hermana —dijo Némesis con dulce voz cargada de veneno—, has cometido un terrible error.

Índigo echó a un lado el ligero chal con el que se había cubierto, y lo oyó deslizarse hasta el suelo en el repentino y agudo silencio.

—Tú... —En su sorpresa no se le ocurrió otra palabra ron la que recibir a la diabólica criatura.

Un brillo nacarado se reflejó en los pequeños dientes de felino cuando Némesis le sonrió.

—¿Estás satisfecha con tu pequeño triunfo, Índigo? —le preguntó—. ¿Te sientes poderosa ahora? ¿Lo bastante poderosa como para enfrentarte a lo que has soltado?

Ella había agarrado una de las lámparas apagadas, lista para arrojársela al demonio, cuando se dio cuenta de la inutilidad de su gesto. La lámpara fue a estrellarse contra el suelo con un repiqueteo de filigrana de bronce.

—Tus mofas no significan nada para mí —le espetó con voz ronca—. No eres nada. Esto no es más que un sueño.

—Quizá. —Némesis se encogió de hombros con indiferencia; luego la sonrisa se volvió más salvaje—. Y sin embargo... ¿qué tal le va al barquito de Macee esta noche, hermana? ¿Duerme profundamente su tripulación en sus hamacas? ¿O sueñan, también ellos, en lo que les puede .guardar al final de su travesía?

—¡Maldita seas! —siseó Índigo—. ¡Sal de mi mente!

Némesis la ignoró.

—Y Augon Hunnamek: ¿en qué sueña él esta noche? —la provocó—. ¿Sueña acaso en su jovencísima novia? Mientras ella, con virginal inocencia, duerme el sueño de los justos. —Una suave risa inhumana tembló en el aire—. ¡Pobre Jessamin! ¿Qué será de ella, Índigo? ¿Quién la defenderá ahora?

Índigo abrió la boca para aullar una obscenidad. Pero el sonido no quiso salir, no quiso tomar forma en su garganta. Némesis se puso sinuosamente en pie, el cuerpo rodeado por una aureola que brillaba con impía fosforescencia. Alzó un brazo en un breve gesto: y algo cayó, revoloteando y girando sobre sí mismo, de su mano extendida, Índigo no necesitó mirarlo para saber lo que era. Un naipe. Una carta de la buenaventura, de dorso plateado. No necesitó ver su parte frontal.

—Presagios, hermana. —Némesis le habló en voz muy baja, silabeante—. ¿Pero sabes interpretarlos correctamente? ¿O tus ojos están cegados por la razón? —Soltó de nuevo su fría y cruel risa—. Has puesto la maquinaria en movimiento, pero ahora que empieza a andar no puedes detenerla, no puedes controlarla. Está empezando por fin, Índigo. Tu adversario está despierto y consciente. El Devorador de la Serpiente se acerca, y tú no posees el poder ni la sabiduría para obligarlo a retroceder. Recuerda esto en los días venideros. ¡Y recuerda que, por el afecto que te profeso, te avisé a tiempo!

La imagen del demonio se estremeció de repente, arrastrando la agitada sensibilidad de Índigo a una momentánea pero aterradora deformación. Su cerebro volvió a la normalidad con una violenta sacudida; sintió el duro contorno real del diván bajo su cuerpo, y algo en su interior se desmoronó.

—¡Sal de aquí! —Su voz se elevó en un enloquecido aullido—. ¡Maldita seas, te maldigo mil veces! ¡Vete! ¡VETE!

Y se despertó, gritando a una habitación oscura y vacía, mientras Grimya saltaba desde el suelo para cubrir con su cuerpo cálido y consolador los convulsionados brazos de Índigo.

Los aullidos de terror que sacaron a Índigo de su pesadilla también trajeron a Hild y a una de las sirvientas corriendo desde los aposentos contiguos, y aunque les dijo que no era más que un sueño, Hild casi la obligó por la fuerza a tomar una fuerte poción preparada por ella misma, que la hizo volver a dormir, aunque sin sueños esta vez, hasta media mañana. Cuando por fin despertó, se sentía pesada y desorientada a causa de los efectos secúndanos combinados de la poción y el narguile. Hild insistió ron determinación en que Luk y la Infanta podían pasarse sin sus cuidados durante un tiempo y que debía descansar.

Índigo se sentía demasiado agotada para hacer otra cosa que obedecer; pero aunque su cuerpo se sentía decaído, su mente era un torbellino, ya que sabía que la visita de Némesis no había sido un sueño ni tampoco una coincidencia. En su enigmática chanza, el ser de ojos plateados había confirmado el temor de Karim de que cualquier intento de intervenir directamente en los acontecimientos lo cual, al reclutar la ayuda de Macee, ella había hecho— tendría en movimiento algo fuera de subcentral, y la colocaría a ella y a sus aliados en peligro, Índigo sabía que no había tenido elección, pero de todas formas sentía una profunda sensación de temor. Leando, Luk, Karim, incluso Jessamin: no había manera de predecir dónde atacaría el demonio, ni cuándo; y ella y Grimya lamentablemente poseían muy pocos recursos con los que luchar.

Su desagradable ensoñación se vio interrumpida al mediodía por Luk, quien, desafiando las órdenes de Hild de que a Índigo no se la debía molestar, se había deslizado en su habitación mientras la niñera llevaba a Jessamin a que le tomaran medidas para un nuevo vestido. Se detuvo en el umbral, pronunciando el nombre de Índigo en voz baja, luego cerró la puerta con una cautela curiosamente furtiva. Estaba ruborizado y sin aliento, como si hubiera corrido muy deprisa.

—¿Índigo? —Luk cruzó la habitación de puntillas—. ¿Cómo te encuentras?

—Mucho mejor, gracias, Luk.

—Me alegro, Índigo, tengo que hablarte. Es urgente... y privado.

Había aleo en su voz... Se sentó en el lecho con el corazón palpitándole con fuerza.

—¿Qué sucede?

—Tengo un mensaje para ti. —Luk dirigió una rápida mirada primero a la puerta cerrada y luego al patio que se veía por el ventanal antes de agacharse junto a ella.