Выбрать главу

—No tenía ninguna clase esta mañana, así que fui al Templo de los Marineros para pedir a la Madre del Mar que papá volviera sano y salvo de su viaje. Quise llevar una ofrenda; había un vendedor ambulante en la escalinata del templo, un hombre ciego...

El corazón de Índigo dio una sacudida.

—...y cuando me detuve a examinar su mercancía, de repente me sujetó el brazo y me dijo: «¿Conoces a la dama Índigo?». Así que yo dije sí, que te conocía, y el dijo que debía traerte un mensaje, y que no debía contárselo a nadie más. Indigo, ¿tiene eso algún sentido para ti?

Índigo asintió muy tensa.

—Sí, Luk. ¿Cuál es el mensaje?

—Dijo que debías encontrarte con él en el lugar de costumbre, no dijo dónde era eso, esta noche, cuando suenen las campanas de la marea. Dijo que era de vital importancia, y que tú comprenderías.

Índigo lanzó un juramento para sus adentros. Había subestimado a Karim. ¿Cómo había conocido a Luk, y sabido, también, que se podía confiar en el muchacho? Su talento como clarividente debía de ser mucho mayor del que ella había supuesto.

Luk esperaba a que ella dijera algo; y como ella no habló, el muchacho no pudo contener por más tiempo su curiosidad.

—Índigo, ¿quién es ese buhonero? ¿Cómo es que lo conoces... y qué es lo que puede querer?

Índigo estaba a punto de mentirle cuando pensó que Karim había creído oportuno confiar en Luk, y su decisión había sido acertada. Ella no podía hacer menos.

Muy despacio, contestó:

—No puedo contártelo todo, Luk; aún no. Pero el buhonero es un buen amigo de tu padre, y quiere ayudarnos.

Los ojos de Luk se iluminaron.

—¿Sabe él que mi padre regresa a Simhara?

—Aún no; aunque puede que lo haya adivinado, ya que es vidente. Pero, Luk, es de suma importancia que nadie sepa que voy a reunirme con él esta noche. Suceda lo que suceda, debe guardarse el secreto. ¿Lo comprendes?

—Claro. —Luk asintió con energía. Luego inquirió—: Índigo, ¿puedo ir contigo?

—No, Luk. Lo siento; pero no quiero involucrarte. Es más seguro si voy sola; y además, no estoy segura de que .... ese hombre te quiera allí. Por favor, no discutas conmigo — añadió al ver que el muchacho abría la boca para protestar—. Te lo contaré todo en cuanto pueda, pero hasta entonces tienes que confiar en mí.

Luk vaciló, luego se encogió de hombros a regañadientes.

—Muy bien. Lo siento.

—No lo sientas. —Lo besó en la frente—. Y te lo contare todo en su momento. Lo prometo.

La marea tenía que empezar a subir una hora después, c Índigo y Grimya salieron con tiempo sobrado para acudir a su cita. La noche resultaba extrañamente tranquila después de la algarabía de la anterior; una lánguida y cálida sensación de paz emanaba de la ciudad, y la luna, que insto empezaba a menguar, bañaba las calles con una irreal luminiscencia.

Abandonaron el palacio por una de las puertas posteriores, donde no había guardias que las pudiesen ver, y salieron a la avenida en sombras que las conduciría al puerto. Las garras de Grimya, que chasqueaban suaves sobre el pavimento, eran lo único que rompía el

silencio mientras se alejaban del muro cubierto de enredaderas del palacio...

De súbito, una sombra se separó de su refugio bajo un frondoso árbol y les salió al paso.

—Lo siento, Índigo. —En la oscuridad, los ojos de Luk eran unos pozos sin fondo en el pálido marco de su rostro—. Pero tenía que venir. Tenía que hacerlo. —Una sonrisa picara iluminó de repente su rostro, y le hizo una reverencia, al tiempo que sacaba una espada corla de la vaina que colgaba de su cinto y la saludaba con ella—. Una dama sola después de oscurecer necesita de una escolta.

—Luk...

—No interferiré. Me quedaré atrás, sin que él me vea. —El cortesano se convirtió de nuevo en el niño—. Por favor, Índigo.

Lo más seguro era que se hubiese escabullido de casa sin que lo supiera su bisabuela, arriesgándose a toda clase de castigos si la severa anciana llegaba a descubrir su ausencia. Ante tan tozuda decisión, Índigo no pudo menos que ceder. Decirle que se fuera habría sido una hipocresía.

—¡Oh, Luk! —Su voz estaba llena de afecto—. Ven, pues. Defiéndeme durante mi travesía de la ciudad. Y... —Se detuvo, pero al final decidió decir lo que sentía—. Y muchas gracias.

El gran puerto de Simhara mostraba una atmósfera tranquila y enigmática muy diferente del ruidoso bullicio de las horas diurnas. Farolas sujetas a altos postes de hierro ardían a lo largo del amplio paseo que flanqueaba el muelle, aumentada su luz por unos cuantos faroles menos potentes que ardían en las ventanas de la impresionante oficina del puerto que jamás cerraba sus puertas. El cielo estaba despejado, y la luna otoñal flotaba hinchada y dorada sobre la ciudad, dibujando formas fosforescentes sobre el mar allí donde éste chapoteaba en silencio contra las paredes del muelle. Algún que otro de los muchos gatos de la floreciente población del puerto pasaba de vez en cuando en busca de comida desechada, pero la presencia humana estaba ausente casi por completo; la marea estaba baja y los barcos que se balanceaban anclados a poca distancia silenciosos, con sus tripulaciones o bien dormidas o de juerga en una de las tabernas situadas detrás de la fachada marítima.

Divisaron la cúpula del Templo de los Marineros mucho antes de llegar a ella, y se detuvieron para contemplar durante algunos minutos el enorme y resplandeciente hemisferio que reflejaba la luz de la luna como una joya reluciente. El faro de la Madre del Mar, que brillaba a través de las aguas para amparar a Sus hijos en su camino o para llamarlos de regreso a casa... Índigo sintió una sensación de ahogo y de presión que le produjo deseos de llorar y reír a la vez, al pensar en el Kara-Karai y su misión. Y entonces se pusieron de nuevo en movimiento, y la gran escalinata de ornados peldaños se alzó ante ellos por fin, centelleando como barba de ballena, elevándose en dirección al templo y a la silenciosa y brillante cúpula.

Grimya dijo con voz muy suave a la mente de Índigo:

«Aún no es la hora. Pronto estará aquí.»

La joven contempló la escalinata vacía y sintió que algo se agitaba en su interior. Un gusanillo de inquietud...

—Debe de ser casi la hora. —La voz de Luk era un susurro, un respeto instintivo por el

inmaculado silencio de la noche—. ¿Vendrá, Índigo? O...

Ella levanto una mano para acallarlo y escuchar con atención los débiles y apenas perceptibles sonidos de la oscuridad. Un leve siseo de una farola cercana que destacaba nítidamente sus sombras. El monótono murmullo del mar, que rompía contra los muros de piedra de los muelles. El crujido de la madera de un trirreme que se balanceaba en mis amarras. Nada más.

Entonces...

Grimya, cuyos sentidos eran mucho más agudos que los de cualquier ser humano, fue la primera en oírlo, y el pelo se le erizó por todo el lomo al tiempo que levantaba la cabeza con brusquedad. También Luk percibió algo, y se quedo rígido.

No fue más que un leve sonido, apenas audible entre los otros débiles sonidos de la noche, pero resonó con una cruda disonancia. Y surgió de una garganta humana.

Índigo percibió la alarma en la mente de la loba un instante antes de que Grimya saliera disparada escaleras arriba. Ella y Luk la siguieron, incapaces de competir con la velocidad del animal, y al llegar a lo alto de las escaleras vieron a la loba de pie sobre un oscuro e informe charco que se amontonaba a sólo cinco pasos de la entrada en sombras pero siempre abierta del edificio del templo.