Выбрать главу

El involuntario grito de Índigo hendió la oscuridad como un cuchillo y fue tragado por el enorme silencio del puerto.

—¡Karim!

Lo supo, lo supo incluso antes de que sus músculos la impulsaran instintivamente junto a Grimya y cayera de rodillas sobre el duro mármol, con sus manos, pálidas a la luz de la luna, estiradas en dirección a la acurrucada y marchita forma humana que yacía inerte como la piedra a la sombra del templo.

No hacía mucho que estaba muerto. Su carne estaba caliente, pero la piel que cubría la carne estaba fría, resbaladiza, húmeda, como si el mar acabara de vomitarlo unos momentos antes. Sobre sus brazos y su rostro cubierto de cabellos empapados había limo, un limo que recordaba a algas putrefactas. Sus ojos ciegos miraban sin ver. Un brazo se había despegado del cuerpo acurrucado en un último y dramático gesto inútil. Y sus labios dejaban totalmente al descubierto los dientes en un rictus de total demencia.

Una lejana parte de la mente de Índigo, que mantenía a duras penas la cordura, oyó cómo Luk aspiraba con fuerza, cómo sus pies se arrastraban al alejarse tambaleante, cómo vomitaba; pero el resto de ella, el instinto, la corriente que corría al nivel más profundo de su mente, ya se había concentrado en el signo revelador que la intuición le había dicho que estaría allí, que sólo podía estar allí. El cuerpo de Karim estaba blanco como la piel de un pez bajo la luna impasible. Sin sangre: como si algo se hubiera aferrado a él y se la hubiera sorbido toda mientras él aún jadeaba y suplicaba y se marchitaba hasta morir; disecándolo, como una sanguijuela, arrancándole la esencia de la vida de los miembros, del cuerpo y al fin de su corazón palpitante...

Las marcas oscuras se veían con claridad debajo de su mandíbula; los estigmas que revelaban la forma en que había muerto Karim. La sangre había fluido imparable de las dos desiguales heridas gemelas; se extendía sobre el mármol y se mezclaba con el agua de mar, con las huellas resbaladizas de la cosa que había salido del mar para arrollarse y retorcerse y aplastar y, por último, introducir su mortífero veneno en las venas de Karim y segar su vida. Serpiente. Serpiente, «Índigo...» La voz telepática de Grimya se deslizó en su mente, chocante, irreal. «Antes de morir, intentó escribir. Sobre la piedra. Su sangre... ¡mira!»

Su mirada estaba vidriosa, pero sus ojos se volvieron involuntariamente hacia la superficie de mármol de la plata ,a pocos centímetros del rostro rígido y distorsionado del muerto. Símbolos: su cerebro los registró pero no significaban nada para ella. Eran como los pueriles garabatos sin sentido de un chiquillo: y las sanguinolentas señales empezaban ya a desvanecerse y disolverse a medida que se mezclaban con el agua reunida bajo el cuerpo de Karim.

La serpiente procedente del mar. Y el Kara-Karai navegaba en esas aguas esta noche, ignorante, confiado, vulnerable...

De repente, desde su achaparrada torre allá en la fachada marítima, las campanas de la marea empezaron a sonar, repiqueteando en la noche y rompiendo el silencio para indicar el punto más bajo de la marea antes de que empezara a subir, Índigo alzó el rostro hacia la vasta indiferencia del firmamento; hacia la lejana y reluciente luna que contemplaba la horrible escena, y su voz restalló con la misma violencia que la de las campanas.

—Gran Madre, ¿qué es lo que he hecho?

CAPÍTULO 19

—No sirve de nada, —Índigo aplastó un puño apretado sobre las notas garabateadas que tenía en la mesa frente a ella—. Si intentaba decirnos algo, entonces la verdad es que no puedo ni empezar a desentrañarlo. Podría tratarse de un código, de una fórmula; podría tener una correspondencia de palabras... o podría ser todo una horrorosa coincidencia; nada más que dibujos al azar hechos por su mano cuando... —Su voz se apagó ante la horrible idea y sacudió la cabeza.

Luk seguía mirando todavía por encima de su hombro la copia del último y enigmático mensaje de Karim.

—No es eso —dijo sombrío—. Esto significa algo, estoy seguro de ello. Pero existen tantas posibilidades..., ¿no es .LSI? Los adivinadores utilizan todo tipo de símbolos secretos que la gente normal no conoce.

«y los magos-doctores aún utilizan muchos más», añadió Índigo dirigiéndose en silencio a Grimya, que permanecía sentada en el suelo entre ambos.

No le había contado a Luk la historia de Karim, pensando que cuanto menos supiera más a salvo estaría.

Luk dibujó los símbolos, arrugando la frente pensativo.

—Índigo, ¿no podríamos preguntar a Phereniq si significa algo? Después de todo, no tendríamos que decirle por qué lo queremos saber.

Índigo meneó la cabeza.

—Es un riesgo demasiado grande, Luk. Tendríamos que dar alguna explicación, y por todo lo que sabemos, los símbolos pueden contener algún significado que podría revelar nuestro secreto.

Se estremeció interiormente, al recordar cómo, con culpable desgana, se había llevado a toda prisa a Luk y a Grimya lejos de la macabra escena de la escalinata del templo, sabedora de que era de primordial importancia que nadie se enterara de su presencia y diciéndose que Karim no yacería mucho tiempo sin absolución. En eso, al menos, había estado en lo cierto; el cuerpo había sido descubierto con las primeras luces del día, y se produjo un gran alboroto en la zona del puerto cuando quedó clara la causa de la muerte del buhonero. La noticia de la muerte había llegado a oídos del Takhan, naturalmente, pero no había nada que conectara la muerte, a pesar de lo extraordinaria y preocupante que resultaba, de un artesano ciego con la búsqueda de un mago caído en desgracia. Karim era un nombre khimizi muy común, y Augon Hunnamek no tenía el menor motivo para sospechar de la existencia de una relación. De modo que el cadáver había sido entregado al mar según la ancestral costumbre, y sus compañeros de oficio habían colocado con gran veneración toda la mercancía que aún le quedaba por vender en el gran altar en forma de barco y dicho sus oraciones por su espíritu en su viaje a los brazos de la Madre.

Y el único legado de Karim era un mensaje breve y arcano, del que nadie a excepción de Índigo y sus amigos conocía la existencia. Sobre esa base; la sugerencia de Luk tenía sentido; pero de todas formas Índigo no estaba muy dispuesta a arriesgarse. Sólo haría falta un desliz, un comentario fortuito, una pequeñísima sombra de interés en la muerte del vendedor ambulante, y las sospechas de Phereniq se despertarían. Debían encontrar la clave sin ayuda exterior.

Pero eso pedía una sencilla pregunta: ¿cómo? Y Luk, con la natural franqueza de la juventud, fue el primero en darle voz.

—Entonces ¿qué vamos a hacer, Índigo? No podemos olvidarnos sin más del mensaje.

Unas voces procedentes del patio los interrumpió de repente: Jessamin había estado nadando y regresaba de su piscina con dos doncellas. En los pocos segundos que le quedaban antes de la llegada de la Infanta, Índigo se inclinó hacia Luk y musitó con urgencia:

—Luk, no sé qué es lo que podemos hacer. Tu padre podría comprender qué era lo que Karim intentaba decirnos...

—¡Pero pueden pasar tres meses antes de su regreso!

—Créeme, me doy perfecta cuenta de ello. Pero puede que no podamos hacer otra cosa que esperar. Pase lo que pase, no debemos hablar de esto a nadie más. —Le sujetó las manos con fuerza—. ¡Prométemelo, Luk!

Él asintió.

—Lo prometo.

Por un instante su mirada se encontró con la de ella y sus ojos eran confiados pero indecisos. Luego, precipitadamente, en el mismo instante en que Jessamin penetraba en la habitación y corría entre risas a saludarlo, empujó las hojas de pergamino con sus garabateados dibujos bajo un libro y fuera de la vista.