Y empezaría, pensó Índigo, contándole a Leando la verdad. Cómo reaccionaría él ante aquella información no lo sabía, pero se lo debía, y también a Karim y a J " ce y a todos los demás.
Y, quizá más que a nadie, a sí misma.
Los diez días siguientes pusieron a prueba a Índigo más allá de lo que podía soportar. Aguijoneada por su cien tomada decisión, probó todos los medios que pude encontrar para ver a Leando, y a cada paso encontraba barreras en el camino. Cartas enviadas a la mansión de lo Copperguild quedaron sin respuesta; tres visitas encontraron tan sólo el rostro solemne de un criado que le dijo que, por órdenes estrictas de la abuela de Leando, estaba cerrada a todos los mensajes y visitantes hasta que terminara el período de duelo por Mylo y Elsender y joven señor hubiera recuperado las fuerzas, Índigo protestó y suplicó, pero no le sirvió de nada; como correspondía a una noble familia khimizi, los Copperguild cumplían con el tradicional ritual del duelo, y nada pe romper la barrera hasta que llegara el momento.
Pero el tiempo se les acababa ya. Faltaban tan sólo quince días para la ceremonia de la boda, y casi cada hora que pasaba traía un nuevo recordatorio de que el receptáculo del reloj de arena estaba cada vez más vacío. Llegaban dignatarios de todo el mundo para asistir a las celebraciones y el palacio no dejaba de recibir una constante oleada de visitantes que presentaban sus respetos al Takhan y a novia. Cada uno de los barrios de la ciudad era adornados con flores y banderines y gallardetes; nuevos murales brillantes colores habían aparecido en las paredes de le bazares, farolillos de colores colgaban entre los árboles; entre los edificios, y las amplias avenidas estaban cubiertas de hierbas aromáticas. Todo ello recordaba en gran manera el bullicio y la excitación que habían rodeado la coronación de Augon diez años antes, y para Índigo era vino amargo, ya que le recordaba la enormidad de su fracaso. Había vivido en Simhara durante casi once años, y el demonio aún vivía y medraba. En unos pocos días, tomaría primero la mano y luego el cuerpo y el alma de Jessamin: y durante la noche siguiente a la ceremonia, el devorador de la Serpiente se alzaría bajo la luna en eclipse para devorar a su presa; y eso sería el principio del fin para todos ellos.
Jessamin por su parte estaba gloriosamente ignorante de los temores de Índigo. Permanecía inmersa, día y noche, con la excitación del gran día que se acercaba, y su vida era un torbellino de recepciones oficiales y de lo que parecían interminables ensayos de la ceremonia. Sus estudios estaban ya a punto de terminar, y debido a ello Índigo se encontraba con gran cantidad de tiempo libre, que no le servía más que para aumentar su nerviosismo.
Y entonces, diez días antes de la boda, estaba sola en MI habitación cuando alguien llamó a la puerta. Volviéndose, vio que la puerta se abría y Leando apareció en el umbral.
Índigo abrió la boca, pero no salió ningún sonido. Había cambiado tanto... Estaba más corpulento, sus cabellos color miel estaban más cortos y mostraban ya signos de escasear en las sienes, su rostro mostraba unas finas líneas: la juventud empezaba a dar paso a la madurez. Pero sus ojos tenían la misma intensidad, y su voz, cuando pronunció su nombre, era la voz que tan bien recordaba.
—¿Índigo...?
La muchacha no pudo decir nada, ni siquiera una palabra con la que saludarlo después de diez años de separación. Pero de repente se encontró corriendo por la habitación hacia él, los brazos extendidos para abrazarlo, apretarlo, sujetarlo con fuerza contra ella como si fuera un talismán viviente.
—Índigo, Índigo. —La abrazó tan fuerte que casi la dejó MU respiración; luego, bruscamente, se apartó manteniéndola a cierta distancia, contemplando con fijeza su rostro— Pero... ¡si estás exactamente igual! ¡Ni una cana más, ni una arruga, nada! No puedo creerlo.
Ella recuperó el habla por fin.
—¡Tú no puedes creerlo! —Las lágrimas amenazaron con ahogar sus palabras mientras el alivio inundaba su mente y se mezclaba con un torrente de afecto que no había sabido que poseía—. Había empezado a pensar que nunca te vería, que el que estuvieras de regreso era sólo un sueño, que no había sucedido...
—No he podido venir hasta hoy. Nuestra familia ha estado de luto. —Involuntariamente volvió la vista hacia la cinta gris que llevaba atada alrededor de un brazo; la señal de luto.
Índigo se llevó una mano al rostro.
—¡Oh, Leando! ¿Qué puedo decirte? Cuando me enteré de lo sucedido...
—Hay tantas cosas que decir, y tampoco yo sé por dónde empezar. La terrible y amarga ironía de todo esto, Índigo: eso es lo que más me duele. Cuando recibimos el mensaje de Augon Hunnamek llamándonos de regreso...
—¿Qué? —Los ojos de Índigo se abrieron de par en par—. Quieres decir... ¿él os llamo?
—Oh, sí. Lo calculó a la perfección. El llamamiento llegó el día anterior a la entrada del Kara-Karai en el puerto. Estábamos haciendo ya los preparativos; pero cuando leímos tu carta, pensamos que lo mejor era darse prisa en lugar de esperar al paquebote... —Las palabras se fueron apagando y sacudió la cabeza tristemente—. ¡Incluso ahora, la dulce Madre lo sabe, me es imposible empezar a asimilar lo sucedido! Pero, Índigo, existe algo más, algo que es vital que te cuente sobre ese viaje...
El sonido de unos pies que corrían lo interrumpió antes de que pudiera decir más, y Luk irrumpió en la habitación, con Grimya a sus talones.
—Índigo, has... —El muchacho se interrumpió al tiempo que sus ojos se iluminaban—. ¡Papá; la has encontrado!
—Pues claro. —Leando extendió un brazo en dirección a su hijo, el rostro ruborizado de orgullo. Entonces vaciló, mirando detrás de Luk a la loba, y su expresión cambió—. Ésa no puede ser...
—Es Grimya —repuso Luk alegremente—. ¿Ya te lo dije, verdad, que estaba todavía viva y bien? Ahora puedes verlo tú mismo.
Leando pasó la mirada con rapidez de Grimya a Índigo y de nuevo al animal.
—Pero... Índigo, ¿cuántos años tiene?
Índigo sabía lo que pensaba. Leando había regresado tras una ausencia de diez años encontrándose con que su hijo había crecido hasta convertirse en casi un hombre, con que todas sus amistades habían cambiado. Era algo natural, como lo era el hecho de que él, también, hubiera envejecido con el paso del tiempo... y sin embargo en Índigo y en Grimya no veía la menor señal de cambio: ambas tenían exactamente el mismo aspecto que el día en que había zarpado de Simhara.
Índigo recordó el furioso desafío de Macee, y comprendió que debía contarle la verdad.
—Leando. —Tomó su mano y lo acercó a ella—. Tengo muchas cosas que explicarte, y parte de ellas tienen que ver con el enigma sobre Grimya y yo. Pero el relato necesita tiempo. —Miró a Luk, no queriendo decir demasiado mientras él pudiera oírla—. Si, esta noche, pudiéramos...
—Esta noche se me ha invitado a cenar con el Takhan. Entonces Leando le dedicó una agria sonrisa—. ¿Ves con qué facilidad sale ahora de mis labios el título? Me he pasado diez años refiriéndome con todo respeto al usurpador como «Takhan» en mi trato con los habitantes de las Islas de las Piedras Preciosas, y la costumbre ha arraigado. Pero no puedo rehusar la invitación; Luk tiene que venir conmigo, y tengo entendido que a ti también te incluirán entre los invitados.
—¿Para completar el feliz cuadro de los amigos reunidos de nuevo?
—Sin duda. Siempre ha tenido un muy afilado sentido do la ironía. Pero cuando esa prueba haya concluido, podemos regresar aquí a charlar.
Significaba retrasarlo más de lo que a Índigo le habría gustado, pero no había otra elección. Asintió.
—Pero, Índigo, antes de ese momento debo hablarte del viaje; advertirte...