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—No, Leando. —Una vez más su mirada se deslizó por un instante, de soslayo, hacia Luk—. No aquí; no ahora. Además, creo... Creo que sé lo que quieres decirme. —Vaciló, luego añadió—: Quieres decirme que estamos en peligro, y que en todo esto hay hechicería.

Él la miró sorprendido.

—¿Cómo lo has descubierto?

—Lo he sabido desde hace mucho tiempo; y muchas otras cosas además. Y Karim...

—¿Karim? —siseó Leando, ansioso—. ¿Lo has visto?

Claro: no sabía nada de la muerte del mago porque Luk había prometido no decir nada, Índigo levanto ambas manos, con las palmas hacia afuera.

—Por favor, Leando. Esta noche te lo contaré todo, pero no me atrevo a empezar ahora. Ambos debemos tener paciencia, unas pocas horas más.

—Pero eres consciente del peligro...

—Sí. Y no voy a hacer nada para exponerme a él, no temas.

Se dio la vuelta y contempló la habitación. Su cálida opulencia le hizo sentir de repente una sensación de claustrofobia, como si otras paredes, invisibles pero palpables, se fueran cerrando a su alrededor y amenazaran con sofocarlos a todos en un mortífero abrazo.

—Esta noche debemos representar nuestros papeles, y reír y llorar según sea necesario. No debemos hacer nada que levante sospechas.

Se escucharon unas débiles voces en el pasillo al otro lado de la puerta, el sonido de pies calzados con sandalias y el tintineo de los móviles de cristal mientras los sirvientes se dedicaban a sus tareas. No podían decirse nada más; el riesgo de que alguien los oyera era demasiado grande. Leando tomo las dos manos de Índigo y se las llevó a los labios para besar sus dedos.

—Hasta esta noche, pues. Ah, Índigo... —Se detuvo y sonrió—. No: puede esperar.

La besó de nuevo, en la frente esta vez, y acompañó a Luk fuera de la habitación.

CAPÍTULO 21

Leando bajó la mirada a las manos que apretaba con fuerza y dijo, con voz llena de emoción:

—Me resulta imposible asimilarlo, Índigo. Es demasiado... —Se quedó sin palabras.

—¿Increíble? —sugirió Índigo, con suavidad.

listaba sentada en su diván, las piernas cruzadas bajo MI cuerpo y la cálida presencia de Grimya a su lado, contemplando a Leando sentado al otro lado de la mesa. Luk estaba sentado en otro diván, apoyado sobre almohadones; había luchado por mantenerse despierto pero iba perdiendo la batalla, y la cabeza se le inclinaba.

—No. —Leando lo había considerado, y ahora sacudió la cabeza con energía—. Ésa es una de las cosas que me desconciertan... te creo. Por lógica sé que no debería hacerlo; pero no puedo ignorar la evidencia, especialmente a la luz de mi propia experiencia. Y la historia de Karim... Sabíamos que había abandonado la corte de forma repentina, y que quería que se olvidara su antigua identidad: nuestra familia lo había conocido durante muchos años, y es por eso por lo que confiaba en que mantendríamos MI secreto. Pero jamás nos quiso decir por qué se fue, ni la causa de su ceguera. Pensamos, decidimos, que se trataba de una decisión personal; no sabíamos nada de los archivos de palacio. Ahora es cuando empiezo a entender muchas más cosas.

«Pero en lo que respecta a lo que me has contado sobre ti misma... —Forzó una rápida y pálida sonrisa—. También lo creo. Llámalo instinto si quieres; no tengo una palabra mejor. Pero... por la Gran Madre del Mar, no había previsto esto.

Ella no dijo nada más, consciente de que él necesitaba tiempo para dejar que los hechos se acomodaran en su agitada mente. Una conversación larga y seria con Grimya bastantes horas antes había reforzado su decisión de contárselo todo a Leando, incluida la verdad sobre su propia misión. Eso, sospechaba, era lo que lo había conmocionado por encima de todo: se había quedado mirándola durante un largo rato cuando ella hubo terminado su relato, el rostro inexpresivo pero los ojos en una lucha silenciosa para equiparar lo que veían con la terrible revelación de la muchacha. Incapaz de envejecer, de cambiar, de morir, hasta que su búsqueda hubiera terminado y el mal arrancado de raíz y destruido: era cosa de leyendas, de los cuentos que se contaban a la luz de las velas a niños adormilados. Pero lo creía. El instinto que había mencionado le decía que no podía hacer otra cosa.

A lo lejos, Índigo escuchó sonar las campanas del puerto que anunciaban las mareas. Debía de ser muy tarde; pero dudó de que ella o Leando pudieran dormir aquella noche. Habían cenado en la sala de recepción privada del Takhan, un raro honor; y el grupo había sido pequeño y selecto. Ella y Leando, Jessamin, hermosa y recatada, al lado de Augon, Luk y Phereniq. Era, había dicho muy solemne Augon a Leando, una acción de gracias por haber regresado sano y salvo y a la vez un recuerdo personal a Mylo y Elsender; e Índigo se había visto obligada a admitir, aunque no sin cierto cinismo, su aparentemente genuina demostración de dolor cuando, sin ostentación ni teatralidad, había mencionado con discreción su respeto por Mylo y cómo se sentía en deuda con la familia Copperguild. Leando había soportado el breve discurso con rígida compostura y había dado las gracias a su anfitrión con toda cortesía. Tan sólo Índigo —y, a ella le dio la impresión, Luk— habían observado el destello de odio en sus ojos mientras ocupaba su lugar en la mesa.

La reunión había transcurrido bastante bien; aunque Phereniq llamó la atención por su silencio. La astróloga tenía mal aspecto; su mirada era vidriosa y carecía de coordinación; su mano temblaba al comer, y en una ocasión volcó una copa de vino produciendo una gran mancha rojiza sobre el mantel adamascado. Puesto que la conocía de antiguo, Índigo se dio cuenta de que la mujer se había drogado casi hasta la inconsciencia, y sintió lástima por ella. Ella y Grimya y los Copperguild no eran, al parecer, las únicas personas de Khimiz que no deseaban ver casado a Augon Hunnamek; y éste era el único consuelo de Phereniq.

Y luego, cuando la pequeña recepción hubo terminado y llegó el momento de las despedidas, Augon tomó las manos de Índigo y, con Leando esperando sólo a un paso de distancia dijo:

—Espero, mi querida Índigo, que aún pueda surgir la alegría de la tragedia. Me satisfaría en gran manera saber que mi felicidad y la de la Infanta pudieran verse reflejadas sin demora en la tuya propia.

Las mejillas de Índigo se tiñeron de rojo, y no se atrevió a encontrarse con la mirada de Leando. Ninguno de los dos dijo una palabra mientras regresaban con Luk a la habitación de ella; y ella había dado por supuesto que el tenso silencio de Leando emanaba, como el de ella, de la perplejidad y la cólera. Pero ahora, mientras lo contemplaba y veía su batalla interior para asimilar y aceptar lo que le había contado, la muchacha comprendió que había cometido un error fundamental.

Él levantó la cabeza bruscamente y clavó sus ojos en los de ella, y el rostro de la joven debió delatarla.

—¡Oh, Diosa de misericordia! —Se puso en pie, hizo como si fuera a avanzar hacia ella y luego cambió de idea—. ¿Qué he de hacer, Índigo? Había ensayado lo que iba a decirte hasta la última sílaba. Se ha estado desarrollando todos estos años en las Islas de las Piedras Preciosas, y parecía tan justo... Todas tus canas, y las cosas que Luk me ha contado... — Dirigió una rápida mirada a su hijo como para disculparse, pero Luk se había dormido—. Había pasado mucho tiempo planeando nuestro futuro juntos. —Una aguda carcajada irónica se escapó de su garganta antes de que pudiera evitarlo—. Debes de encontrar esto difícil de creer de mí. Pero...

—Por favor, Leando. —Sentía un nudo en la garganta—. No digas nada más.

Él aspiró con fuerza.