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—No. Tienes razón; no debiera haber dicho nada. Pero lo adivinaste, ¿no es así?

—Sí —le respondió con suavidad—. Lo adiviné.

—Y tú... —Era él ahora el que luchaba por encontrar las palabras, queriendo salvar las apariencias y sin embargo en busca al mismo tiempo de alguna seguridad—. Si as cosas hubieran sido diferentes, Índigo, ¿crees que podía haber sido posible que...?

Índigo cerró los ojos. No quería mentir; pero había veces en las que la verdad sólo hacía daño sin que sirviera para nada. Y quizá, pensó, si las circunstancias hubieran sido diferentes...

—Creo que podría haber sido posible —respondió.

Durante lo que pareció un largo espacio de tiempo se produjo un gran silencio y quietud en la habitación. Leando contemplaba el oscuro jardín del exterior en actitud tensa. Luego, de forma tan brusca que tanto Índigo como Grimya se sobresaltaron, unió las manos dando una palmada. Era un gesto de ritual, el cerrar de un libro, de una persiana; y cuando se volvió de nuevo hacia ella su expresión volvía a ser de calma.

—Es una máxima favorita de mi abuela que el pasado, al ser una acción pretérita y por lo tanto inmutable, es algo que es mejor dejar tranquilo. —Regresó a su asiento, se sentó y se sirvió una nueva copa de vino—. Y tenemos el futuro en que pensar; incluso aunque no sea exactamente el futuro que yo tenía en mente.

Le dedicó una leve y forzada sonrisa, e Índigo supo de forma intuitiva que no volvería a mencionarle nunca más sus frustradas esperanzas, que a partir de aquel momento sería simplemente Leando su camarada en la conspiración y su amigo; nada más. Esperaba tan sólo su definitiva confirmación: la joven le devolvió la sonrisa, y con ella un apenas perceptible gesto de asentimiento con la cabeza.

Leando suspiró con una mezcla de pesar y alivio, y cuando habló de nuevo su tono había cambiado: era enérgico y práctico.

—Hemos sufrido un gran revés —dijo—. Parece inhumano considerarlo de esta forma, y ser tan prácticos cuando deberíamos estar llorando la pérdida de nuestros parientes y amigos. Pero el tiempo no se detendrá ante nuestros delicados sentimientos. Y no creo que Karim ni Mylo ni Elsender habrían querido que perdiéramos el poco que nos queda, Índigo, sólo tenemos once días para acabar con el usurpador. Debemos encontrar una forma de matarlo antes de que sea demasiado tarde...

Era lo que Índigo había temido que dijera, y sacudió la cabeza en enérgica negativa.

—Leando, eso no es factible. Si es lo que yo creo que es, entonces ¿qué armas poseemos que puedan sernos de alguna utilidad? El veneno o una espada no le harían daño: pueden herir su forma humana, pero de nada sirven contra lo que existe bajo ella. ¡Nos enfrentamos a un demonio, no a un hombre mortal! ¿Tienes... perdóname pero, nenes alguna idea de lo que eso significa?

La miró entristecido, inseguro de sí mismo, y con una amarga punzada Índigo se acordó del primer demonio con el que se había encontrado, años atrás en el valle de Charchad, y el terrible poder que se había necesitado para lograr su destrucción.

—Sólo sé una forma de luchar contra este tipo de mal siguió ella con calma—. El fuego con el fuego: a la hechicería se la derrota con la hechicería. Pero tú y yo no somos magos, Leando. Y si intentamos ir en contra de Augon Hunnamek sin ayuda, la única cosa que conseguiremos destruir será a nosotros mismos.

—Pero ¿qué otra alternativa tenemos? —contraatacó Leando—. Karim sabía algo de magia, y eso nos habría ayudado, pero...

—Pero Karim está muerto —lo interrumpió Índigo—. , No te dice eso ya más que suficiente? El talento de Karim no pudo salvarlo cuando lo atacaron. ¿Cómo habría podido vencer en una confrontación cara a cara?

Leando reconoció que tenía razón.

—Muy bien. Acepto eso; y no soy tan estúpido como para despilfarrar mi vida sin que sirva para nada. Pero si no podemos matar a Augon Hunnamek, ¿quién puede?

—No lo sé.

Índigo sintió cómo la frustración se apoderaba de ella al tiempo que el ya bien conocido razonamiento circular empezaba de nuevo a dar vueltas en su mente. Sin un arma lo bastante fuerte no se atrevían a atacar a su enemigo. No obstante, si no lo atacaban, el poder diabólico llegaría a su plena manifestación dentro de once días justos, y entonces toda esperanza habría desaparecido. Estaban, al parecer, en un callejón sin salida.

Leando contemplaba su copa con el entrecejo fruncido, dando vueltas a su pie entre las manos y observando la agitación del vino en el recipiente como una diminuta marea. De repente dijo:

—Existe una posibilidad. Años atrás, cuando Mylo, Karim y yo hicimos nuestros planes por primera vez, incluimos una eventualidad. No pensamos que jamás necesitaríamos utilizarla, y ahora, con sólo dos de nosotros para llevarla a cabo, no será fácil, pero puede darnos algo de tiempo.

Índigo se inclinó hacia adelante ansiosa.

—Cuéntame.

Alzó los ojos hacia ella.

—No puede haber boda si no hay novia. Si la Infanta desapareciera, ¿qué podría hacer el usurpador entonces?

—¿Quieres decir... secuestrarla?

—Exactamente.

Índigo consideró la idea.

—Sería peligroso, Leando. Ya sabemos lo que les ha sucedido a aquellos que han intentado oponerse a la voluntad del matrimonio.

—Cierto. ¿Pero qué riesgo sería mayor? ¿Ése, o quedarse a un lado y contemplar la celebración de la boda?

Índigo observó a Grimya, que yacía con el hocico sobre el regazo de su amiga. Los ojos de la loba brillaban ambarinos en la habitación en penumbra, y le dijo en silencio:

«Creo que puede ser el único camino. Y él tiene razón: u» hacer nada sería peor.»

—No sé cómo podríamos conseguirlo, o a dónde podríamos llevarla —continuó Leando, bajando la voz aunque no había nadie que pudiera oírlos—. Pero no son problemas insalvables: podríamos huir por mar o ir al desierto. Y aunque Augon pudiera perseguirnos físicamente, creo que se contendría de llevar a cabo cualquier otra acción por temor a hacer daño a la Infanta. Luego, una vez la conjunción haya pasado, podemos decidir qué hacer para que todo salga bien.

Se trataba de un proyecto insensato, pero a pesar de ello Índigo empezó a sentirse excitada. Leando tenía razón al decir que Augon no se arriesgaría a poner en peligro a Jessamin: y si ellos conseguían llevársela, llevársela lejos lo Simhara, al menos tendrían un respiro. De momento a ella no se le ocurría nada más allá de aquel punto, pero no importaba: habrían alejado el inminente desastre. Y, va que al parecer no había otros caminos abiertos a ellos, era una posibilidad que no podían permitirse despreciar.

—Necesitamos planear cada paso con el mayor cuidado —contestó ella—. Pero... creo que podemos hacerlo.

IJQS ojos de Leando se iluminaron.

—¡Sé que podemos, Índigo! —Entonces vaciló—. Sólo hay una condición que debo poner. —Dirigió una rápida mirada al otro diván, en el que Luk seguía durmiendo—. No quiero que Luk se vea involucrado en esto. Es demasiado joven y demasiado vulnerable. Yo arriesgaré mi propia seguridad, pero no arriesgaré la suya.

—Puede que tenga que verse involucrado —indicó Índigo—. No podemos arriesgarnos a dejarlo en Simhara; eso lo pondría aún en mayor peligro.

—Lo sé; pero de momento no debe saber nada de nuestros planes. Lo dejaré con mi abuela, y una vez que tengamos a Jessamin a salvo lejos de la ciudad, enviaré a buscarlo.

—Existe una complicación —repuso Índigo.

—¿Qué quieres decir?

—¿No te has dado cuenta? ¿Luk no ha dicho nada?

El rostro de Leando estaba totalmente en blanco, Índigo suspiró.

—Leando, Luk está enamorado de Jessamin. Hace meses, cuando se enteró de que regresabas a casa, me dijo que todo se arreglaría, porque tú detendrías la boda y le darías tu bendición para que se casara con Jessamin en lugar de Augon Hunnamek.