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El grito de horror de Índigo cuando la serpiente asesinó a Leando había llegado hasta la loba, que aguardaba junto a una puerta lateral en sombras en los jardines palacio, penetrando en su mente como un cuchillo en silenciosa agonía telepática. La loba había tardado menos de un minuto en abandonar los matorrales a toda velocidad y penetrar en el palacio en ayuda de su amiga: pero ahora había encontrado este obstáculo, e Índigo no quería o no podía contestar a sus desesperados intentos de comunicarse.

Se preparó para lanzarse con todo su peso contra la puerta con la esperanza de demostrar ser más fuerte que el pestillo; pero justo cuando empezaba a retroceder para tomar impulso, escuchó voces y pasos a su espalda, y entonces J alguien dijo:

¿Grimya?

Jadeante, la loba se volvió en redondo, y vio a Hild con dos de las criaditas de la Infanta que se acercaban por el pasillo. Grimya empezó a mover la cola, ansiosa, luego lanzó un gemido y volvió a arañar la puerta.

—¿Qué sucede? ¿Tu dueña no ha regresado de la fiesta, y no puedes entrar?

Hila se adelantó y posó la mano sobre el pequeño pomo redondo que hacía funcionar el pestillo desde el exterior, y que Grimya no había podido manipular. La puerta se abrió de par en par; Grimya se escurrió en el interior del la habitación, derribando casi a la niñera, y vio la mesa rota, el vino derramado, y una forma oscura e inerte que yacía entre los restos.

Hild había empezado a dar la vuelta, pero el aullido estrangulado de la loba la sobresaltó y la hizo regresar a la puerta. En la semioscuridad pasaron algunos segundos antes de que pudiera visualizar la escena, pero cuando lo hizo lanzó una ahogada exclamación de espanto.

¡A-na! —Corrió hacia la figura inerte de Índigo mientras sus acompañantes se agolpaban en la puerta. Su mano empezó a gesticular frenéticamente—. ¡Luz, traed más lámparas! ¡Está demasiado oscuro para ver bien!

Más calmadas, se apresuraron a obedecer, y cuando la habitación pasó de la penumbra a un relativo resplandor. Hild se agachó junto a Índigo, recorriendo con dedos expertos su cabeza, cuello y miembros. Luego levantó la cabeza y paseó la mirada por la habitación. Nada estaba fuera de lugar; nada a excepción de la mesa que Índigo había roto al caer.

—Debe de haber bebido demasiado. —Había un tono irónico en su voz—. Regresó aquí, tropezó y se golpeó la cabeza. Clerri —agitó una mano para llamar a una de las doncellas que contemplaban la escena con vivo interés—, ve a buscar a un médico, ¿sí? No creo que Índigo tenga mucho daño, pero es mejor estar seguro. —Entonces, mientras la muchacha se iba a toda prisa, Hild se detuvo— Grimya? Eh, ¿qué sucede?

Grimya estaba inmóvil en medio de la habitación, los ojos fijos en un punto del suelo. No había nada visible allí, ni escombros, ni líquido derramado, pero los pelos «leí lomo de la loba se habían erizado y sus hocicos temblaban. Un gruñido sordo resonó en su garganta.

¡Grimya!—repitió Hild—. ¡Todo está bien..., no seas tonta!

Los ojos ambarinos se volvieron parpadeantes hacia ella, y Grimya se lamió el hocico. La mujer tenía razón: no había nada que ver, ningún peligro, ninguna amenaza. Sin embargo había olido algo, lo había percibido... Su hocico se ensanchó de nuevo y comprendió que la aberración se había marchado. No obstante había habido algo.

Gimió y se acercó a Índigo. Hild se puso en pie con un esfuerzo y empezó a acariciar el cuello del animal.

—Así; todo va bien. Lo mejor será que vea a la Infanta.

Tomó uno de los faroles y, cruzando la habitación, abrió la puerta contigua. La luz de la lámpara iluminó una escena llena de tranquilidad; el mobiliario en su sitio, la colcha de la cama apenas arrugada; un destello dorado como la miel reveló el cuerpo enroscado de Jessamin, dormido bajo las sábanas de seda. Hild sonrió y se retiró, cerrando con cuidado la puerta detrás de ella. —Todo está bien —dijo—. Creo que no ha pasado nada. Las otras mujeres suspiraron aliviadas. Tan sólo Grimya, agachada ahora como un guardián vigilante junto a la figura inconsciente de Índigo, experimentó un escalo* frío interno que le dijo que Hild no sabía ni una mínima parte de la verdad.

—Calma, Grimya; calma.

Augon Hunnamek alzó las manos para apaciguarla cuando la loba se levantó inquieta, las orejas echadas hacia atrás y los ojos llenos de celo protector. Se tranquilizó, aunque no le resultó fácil; y el mago-doctor Thibavor apretó los rechonchos labios en una sonrisa.

—Es un animal extraordinario, mi señor. Ha velado a su dueña durante toda la noche y todo el día; se niega a comer e incluso a beber a menos que se le traiga aquí.

Mientras el médico se inclinaba para examinar a Índigo, Augon continuó mirando a Grimya. Sus ojos claros, la miraban con simpatía, lo cual desconcertó a la loba.

—Tu dueña no está malherida, Grimya —le dijo—. Es tan sólo una conmoción, y mi buen médico le ha administrado una poción para asegurarse de que duerma tranquilamente.

Vaciló, para luego echarse a reír algo cohibido—. Qué te parece, Thibavor: le hablo a este animal como si pudiera comprender lo que le digo. Los excesos de anoche me han ablandado el cerebro.

—Si se me permite decirlo, mi señor, vuestros poderes de recuperación han demostrado ser mucho mejores que los del resto de nosotros —repuso Thibavor, con agudeza— Hoy, mis aprendices han tenido que ir a asistir a muchas cabezas doloridas en palacio; incluso a la Infanta le costó un gran esfuerzo levantarse esta mañana.

Augon lanzó una risita ahogada.

—Entonces lo mejor será que les des instrucciones para que repongan sus existencias de curalotodos. Sospecho que habrá unos cuantos cientos más de pacientes con los que vérselas pasado mañana.

—Ya lo creo, mi señor. —El médico se incorporó, satisfecho—. No detecto la menor señal de complicaciones. Con tranquilidad y descanso, se recuperará con rapidez.

—Me alegro de oírlo. —Los claros ojos se deslizaron obligadamente hacia el hombre—. Gracias, Thibavor.

Dándose cuenta de que se lo despedía, Thibavor hizo una inclinación y se marchó. Augon hizo intención de seguirlo, luego se detuvo y regresó junto al lecho en el que yacía Índigo. Grimya se puso en tensión, pero no hizo otro movimiento, se limitó a vigilar atenta mientras el Takhan tomaba la fláccida mano de Índigo y la apretaba suavemente entre las suyas.

—Pobre Índigo. —Hablaba pensativo y de nuevo Grimya se sintió desconcertada con lo que sonaba como genuino afecto—. ¿Qué hay detrás de este pequeño misterio, eh? ¿Bebida? No, no lo creo. Aguantas la bebida tan bien como cualquier hombre que yo haya conocido. ¿Y qué hay de tu amado Leando? Ausente de la fiesta la mayor parte de la noche pasada, y no hay ni señal de él en palacio ni en su casa. —Suspiró y al fin soltó la mano de a muchacha, meneando la cabeza despacio— Ah, Índigo, tenía tantas esperanzas con respecto a ti y a Leando Copperguild; y ahora esto. Has sido una buena amiga para mí, y me entristece ver que mis amigos sufren cuando mi propia felicidad es completa. Encontraremos la forma de repararlo, mi futura esposa y yo. Encontraremos la forma.