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CAPÍTULO 25

La gran cúpula del Templo de los Marineros brillaba como una espectral luna terrena, reflejando una pálida luz sobre los peldaños de mármol mientras Índigo y Grimya subían a toda velocidad la escalinata. La auténtica luna flotaba alta y remota, ahogando con su luz a las estrellas y dando al cielo la intensidad del terciopelo negro; el eclipse aún no se había iniciado, pero era muy fácil imaginar el primer reborde de sombra empezando a deslizarse sobre el frío y resplandeciente disco. Tras ellas, el mar murmuraba incesante: esta noche su voz sonaba amenazadora, siniestra; e Índigo tuvo que dominar un impulso de mirar continuamente por encima del hombro. Su mente se veía asaltada por imágenes del cuerpo acurrucado y desangrado de Karim, y resultaba fácil imaginar que cualquiera de las alargadas y distorsionadas sombras que se extendían por la plaza pudiera no ser en absoluto una sombra, sino algo que de súbito pudiera empezar a moverse y deslizarse sin ruido sobre las losas para cortarles el paso. Se sintió agradecida cuando, sin ningún incidente, llegaron por fin al asilo de la entrada del templo.

El Templo de los Marineros jamás cerraba sus puertas. Después de oscurecer había pocos encargados por allí, pero las lámparas permanecían encendidas constantemente, y casi a cualquier hora del día o de la noche podía verse al menos a un peregrino absorto en privada meditación ante el enorme y silencioso altar. Tras atravesar el estanque de entrada y penetrar en el oscuro interior, Índigo experimentó una cierta mortificación al ver a dos figuras junto a la proa de la enorme nave, de pie bajo la sombra del mascarón de proa de madera tallada que resultaba tan desconcertantemente real. No había esperado aquello... pero al contemplar con frustración a las dos figuras, las orejas de Grimya se irguieron bruscamente. La loba empezó a avanzar e Índigo escuchó el alivio presente en su exclamación mental.

«¡Índigo, es Luk!»

Sobresaltadas por el sonido de sus patas sobre el suelo de mosaico, las dos figuras levantaron la cabeza. El rostro de Luk era un óvalo mortalmente pálido; desde aquella distancia, Índigo no podía ver su expresión a causa de la penumbra, pero su postura era rígida. La otra figura también se había quedado rígida, y los pasos de Índigo vacilaron de repente al reconocer al acompañante del muchacho.

—Macee...

Su voz resonó curiosamente en la vasta sala vacía; parecía como si hubiera sido alguna otra persona la que hubiera hablado.

—Lo encontré aquí. —Macee pasó un brazo alrededor de los hombros de Luk, como para protegerlo de alguna amenaza posible—. Me... lo ha contado. Todo. —Se produjo una pausa—. ¿Es cierto?

—Es cierto —confirmó Índigo.

—¿Todo? ¿Lo de la Infanta, el demonio? ¿Y que han asesinado al Takhan?

—Cada palabra.

Grimya, consciente de la tensión, retrocedió y gimoteó en voz baja, pero sus pensamientos no eran claros. Durante algunos instantes se produjo un silencio, mientras

Macee e Índigo se estudiaban con cuidado y Luk contemplaba el suelo. Luego, bruscamente, Macee habló.

—Creo que lo mejor es que hablemos, Índigo. Sé lo que dije la última vez que nos vimos, pero las cosas han cambiado, ¿no es así? —Intentó sonreír, pero la sonrisa no se reflejó en sus ojos— No creas que me retracto de nada de lo que dije entonces; no es así. Pero comprendo ahora más cosas y aunque no pueda aprobar lo que hiciste en el pasado, al menos comprendo el dilema al que te enfrentas ahora. —Dio una ligera y reconfortante sacudida a los hombros de Luk, luego lo soltó y se dirigió despacio hacia donde estaba Índigo. Bajando la voz, añadió—: Y me da pena el muchacho. Quiero ayudarlo, si puedo. Si algo puede hacerlo.

A pesar del hecho de que el acercamiento de Macee era cuando menos cauteloso, Índigo se sintió reconfortada por el simple hecho de tener a otro ser humano que sabía la verdad y, por muy poco que fuera, comprendía. Al menos le daba la ilusión de una mayor fuerza.

—No sé si puede hacerse nada ahora —dijo—, tenemos tan poco tiempo... Pero existe una esperanza, aunque es muy débil.

Y le contó a Macee cómo había descubierto la auténtica naturaleza del demonio; las espantosas muertes de Leando y de Augon Hunnamek, y la leyenda del templo y su desesperada necesidad de encontrar el Áncora que completaría la tríada de los Tres Regalos de la Madre del Mar. Cuando terminó, la menuda davakotiana se encogió de hombros, y echó una mirada en derredor del tranquilo templo en penumbras.

—Incluso sólo tres días atrás habría dicho probablemente que estabas loca —repuso—. Aun después de lo que vi en ese viaje, hubiera... no; no importa. —Su dura mirada se encontró de nuevo con la de Índigo—. Pero después de lo que el muchacho me ha contado...

—No sabe todavía que su padre está muerto —dijo Índigo, sombría—. No... no sé cómo decírselo.

—Ah. Dulce Madre del Mar, ésa es una tarea que no te envidio. —Macee contuvo un estremecimiento—. Y el Takhan muriendo de esa forma... Bien, lo mejor será que me crea lo que me has contado, ¿no es verdad? Y me da la impresión de que necesitas toda la ayuda que puedas conseguir. Vale más asegurarse que tener que lamentarlo, ¿eh?

Índigo desvió la mirada.

—Macee, yo...

—No. No hay tiempo para eso; y tal y como he dicho antes, tu remordimiento no me sirve de nada. Si el Ancora está aquí, lo mejor será que empecemos a buscarla. E Índigo: habla con Luk. No le digas lo de su padre; pero mira si puedes tranquilizarlo. Está terriblemente asustado, y una gran cantidad de cosas en las que creía le han sido arrebatadas de repente dejándolo sin nada. Pero todavía confía en ti, y si puedes darle algún punto de esperanza ahora, puede serle de ayuda.

Índigo asintió.

—Comprendo. Y... gracias.

Macee soltó un bufido de disgusto.

—Dame las gracias si soy yo la que encuentra el Áncora, Índigo. Sin eso, parece que vamos a estar perdidos.

Para cuando Phereniq llegó al templo, aún no tenían la menor pista de la localización del tercer regalo perdido, Índigo, que era la que estaba más cerca de la entrada, vio a la astróloga mientras ésta atravesaba con cuidado el estanque, y salió a su encuentro. Phereniq sudaba a causa del esfuerzo físico, y llevaba en los brazos un paquete cuidadosamente envuelto que le entregó agradecida.

—Perdona que tardara tanto —dijo sin aliento—. Es una caminata más larga de lo que recordaba, especialmente con este peso. Y la luz en el exterior empieza a resultar engañosa. —Se estremeció—. El eclipse ha empezado: nos queda muy poco tiempo. Tienes... —Se interrumpió al ver por vez primera a los compañeros de Índigo—. ¡Luk! —La sorpresa y el alivio se mezclaron—. Lo encontraste, ¡me alegro tanto! Pero ¿quién es la mujer?

Índigo le explicó rápidamente la presencia de Macee y su creencia en su causa, aunque sin contarle toda la historia. Macee y Luk la habían visto ya y se acercaban; Luk vaciló por un instante de pie ante Phereniq; luego, sin decir una palabra corrió hacia adelante y la abrazó, en un intento por expresar lo que le era imposible decir. Phereniq estaba visiblemente emocionada, igual que le había sucedido a Índigo cuando, siguiendo el consejo de Macee, había hablado al muchacho con calma y en privado antes de iniciar la búsqueda. Ahora que la conmoción inicial causada por el descubrimiento de lo que Jessamin era en realidad se había mitigado un poco, Luk luchaba con todas sus fuerzas para aceptar y enfrentarse a aquella cruel revelación. Aunque una parte de sí mismo protestaba llena de desesperación contra lo inevitable, se sentía impelido a ayudar en la desesperada misión de destruir al monstruo en que se había convertido su adorada Infanta.