INDIGO
Libro 2
INFIERNO
Louise Cooper
Traducción: Gemma Gallart
Ilustración de cubierta: Horacio Elena EDITORIAL TIMUN MAS
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Diseño de cubierta: Víctor Viano
Título originaclass="underline" Nemesis (Book 1 of Indigo)
© 1988 by Louise Cooper
© Editorial Timun Mas, S.A., 1989
Para la presente versión y edición en lengua castellana
ISBN: 84-7722-415-3 (Obra completa)
ISBN: 84-7722-416-1 (Libro 1)
Depósito legaclass="underline" B. 14.077-1990 Hurope, S.A.
Impreso en España - Printed in Spain
Editorial Timun Mas, S.A. Castillejos, 294 - 08025 Barcelona
Bailamos sobre un volcán. Narcisse Achille Salvandy, 1795-1856
Para Gary, quien consigue que el baile merezca la pena.
PRÓLOGO
En una solitaria y yerma extensión de tundra, allí donde los límites de un pequeño reino se encuentran con las enormes murallas heladas de los glaciares meridionales, las ruinas de una torre solitaria arrojan su perversa sombra sobre la llanura. La Torre de los Pesares —no tiene ningún otro título—fue la obra de un personaje cuyo nombre quedó olvidado hace muchísimo tiempo, ya que, según cuenta la antigua historia barda, la suya fue una época antiquísima, anterior incluso a aquella en la que los que ahora vivimos bajo el sol y el firmamento empezamos a contar el tiempo.
En aquella época remota, la estupidez y la codicia de la humanidad condujeron este mundo al borde de la ruina. Al fin, la misma Naturaleza se alzó contra ella, y la Madre Tierra descargó su venganza sobre los hijos que habían traicionado su confianza. Pero durante la sombría noche de su desquite, la torre permaneció incólume. Y cuando todo hubo terminado, y una humanidad más sabia levantó la cabeza de entre los restos de su propio desatino para iniciar la vida de nuevo en un mundo purificado y sin mácula, la torre se convirtió en un símbolo de esperanza, ya que entre sus muros estaban encerrados por fin los demonios que el hombre había creado.
Así pues, durante siglos la Torre de los Pesares se alzó solitaria sobre la llanura, y ningún hombre ni mujer se atrevió a volver la cabeza hacia ella, por temor a la antigua maldición contenida en su interior. Y así hubiera continuado, de no haber sido por la imprudencia de la temeraria hija de un rey.
Su título era en aquel entonces princesa Anghara hija-de-Kalig; pero ahora ha perdido el derecho a ese nombre y a su herencia. El motivo es que violó una ley que había perdurado desde los albores de la historia de su pueblo, al quebrantar la santidad de aquella antiquísima torre en un intento por descubrir su secreto.
Oh, sí; la princesa consiguió lo que deseaba y descubrió el secreto. Pero, al soltarse sus cadenas, la Torre de los Pesares se partió en dos y la antigua maldición de la humanidad surgió profiriendo alaridos de entre las tinieblas para aferrarse de nuevo al mundo y al espíritu de Anghara hija-de-Kalig.
En aquella lóbrega noche en que la maldición volvió a despertarse, Anghara perdió su casa y su hogar, su familia y su amor, frente a aquel siniestro poder. Y con la llegada del nuevo amanecer tomó sobre sus jóvenes hombros el peso que ahora la atormenta día y noche, dormida y despierta. La Madre Tierra ha decretado que, para reparar su crimen, la muchacha debe buscar y eliminar a los siete demonios que cayeron, entre carcajadas obscenas, sobre el mundo cuando la Torre de los Pesares se derrumbó.
Siete demonios; siete seres maléficos que, a menos que se los destruya, arrojarán a la humanidad de nuevo a la tenebrosa historia de su propia estupidez. Anghara ya no es Anghara. Su nombre ahora es índigo —el color del luto— y su hogar es el mundo entero, ya que ha perdido todo derecho sobre la casa en la que nació.
índigo no puede morir. Ni tampoco puede envejecer o cambiar, pues mientras su búsqueda permanezca incompleta está condenada a la inmortalidad. Tiene una amiga que no es humana. Y tiene una enemiga que seguirá sus pasos dondequiera que vaya, ya que forma parte de ella misma y ha sido creada a partir de las profundidades más tenebrosas de su propia alma. El octavo demonio es su Némesis.
Han transcurrido cinco años desde que índigo contemplara por última vez las viejas piedras de Carn Caille, la fortaleza de los reyes de las Islas Meridionales y su antiguo hogar. Ahora gobierna allí un nuevo señor, y la leyenda de la Torre de los Pesares ha dejado de existir; la Madre Tierra ordenó que todo recuerdo de la caída de la torre, así como el conocimiento de su auténtico propósito, quedase borrado de la memoria de la gente. Es por ello que el rey Ryen pide a sus bardos que compongan tristes baladas sobre las fiebres que acabaron con las vidas de la antigua dinastía de Kalig. Y las llora como es
justo y propio que haga, sin sospechar que un miembro de esa vieja dinastía sigue con vida.
Pero Carn Caille le está prohibido a índigo. En su lugar ha vuelto el rostro hacia el norte, hacia, las calurosas tierras centrales del enorme continente occidental, en busca del primero de los demonios: la primera de sus pruebas. Guiada tan sólo por la piedra-imán, regalo de la Madre Tierra, índigo viaja y busca.
Y allí donde la conduzcan sus vagabundeos, Némesis la sigue siempre de cerca...
CAPÍTULO 1
El árido calor de la noche dificultaba el sueño de la loba Grimya. Estaba tumbada al abrigo de un saliente de roca, el hocico sobre las patas delanteras, la cola se agitaba, de vez en cuando, incómoda; miraba ladera abajo, más allá de las matas de arbustos raquíticos y mal alimentados, hacia la vacía y polvorienta carretera y el lento río, que discurría algo más lejos. Había visto salir la luna, llena y distorsionada, con la forma y el color de una naranja ensangrentada en la reluciente atmósfera, y había observado cómo avanzaba por el firmamento, entre un diluvio de estrellas desconocidas, hasta quedar inmóvil en el aire, un ojo feroz y hostil, sobre su cabeza. Entre las rocosas grietas, pequeños reptiles se movían perezosa e intermitentemente, como si la luna molestara sus sueños. Grimya estaba hambrienta, pero la lasitud podía más que el deseo de caza. Cerró los ojos intentando pensar en lluvia, en nieve, en los verdes prados y los fríos e impetuosos torrentes de su país. Pero el tiempo y la distancia se interponían entre ella y sus recuerdos: los bosques del País de los Caballos estaban demasiado lejos y, desde hacía demasiado tiempo, se hallaban perdidos entre recuerdos para siempre vagos y nebulosos del lejano sur.
El poni bayo, que permanecía sujeto a un matorral a pocos metros de allí, sacudió la cola, al tiempo que arañaba la piedra con uno de los cascos, y la loba abrió los ojos de nuevo. No había ningún motivo de alarma; el poni dormitaba, con la cabeza gacha, y el movimiento no había sido más que un reflejo. Grimya lanzó un cavernoso bostezo. Luego, como si la inquietase algún oscuro instinto, volvió la cabeza para mirar por encima del hombro a la figura que se encontraba a sus espaldas, acurrucada sobre una gastada manta.